/La venganza – Capítulo 10: “Enredado”

La venganza – Capítulo 10: “Enredado”

Cuando un animal se siente acorralado es capaz de cualquier cosa, fluye su heroísmo y honor. En aquel momento una fusión de sentimientos colapsaron en vos. Por un lado la desesperación por escapar de Peñaloza, por otro lado el odio por haber asesinado a tu abuela. Cerraste los puños, tus ojos estaban inyectados de furia, tu cerebro emanaba torrentes de adrenalina a tu sistema nervioso, te sentías asqueado, harto, incómodo y tenaz. Arremetiste contra el desgraciado demonio que te estaba atormentando.

Tu embate fue detenido con una sola mano que chocó contra tu pecho, seguida por un golpe atroz atroz con la mano libre de Peñaloza, quedaste tumbado y mareado, pero te repusiste al instante. Peñaloza volvió contra vos, corriste hacia él intentando tirarlo al piso. Eludió tu arrebato como el mejor de los toreros, al tiempo que te asestó un golpe en seco en la espalda. Otra vez mordiste el polvo. Estabas boca abajo exhausto, te tomó de la solapa de tu camisa y te levantó por los aires como un muñeco de trapo, en tu desesperación y pataleo, tu talón impactó en su ingle soberbiamente, Peñaloza se contrajo de dolor y lograste zafarte. Su fuerza era sobre humana, decidiste escapar de aquella encrucijada.

Saliste corriendo por el patio de la casa de tu abuela, llegando a la pared que hacía de medianera miraste hacia la casa. Peñaloza ya estaba repuesto y nuevamente al acecho, a tu cacería, comenzó a correr hacia vos. Sacando fuerzas de donde no tenías saltaste y te agarraste de la parte superior de la pared. Los vidrios pegados que hacían las veces de seguridad laceraron todos tus dedos y la palma de tu mano con cortes profundos, el sentimiento del perseguido obstruyó todos los canales de dolor, te impulsaste fuertemente y saltaste hacia el otro lado de la medianera, quedando en el terreno baldío que le continuaba al patio de tu abuela. Seguiste corriendo en dirección a la calle y de reojo pudiste ver a Peñaloza bajando de la pared, no se daba por vencido, aún cuando la arena del reloj no había llegado a su fin.

Corriste desesperado por el medio de la calle mientras Peñaloza te seguía detrás, esto era como aquella pesadilla de hace unos días, solamente que estaban en Godoy Cruz y no en el centro, temiste porque tu entorno comience a arder y que del cielo se estampen llamaradas de fuego contra el follaje. A lo lejos divisaste un micro de línea, iba bastante rápido pero las luces de los frenos estaban encendidas… estaba parando, había una parada cerca de él. Casi ahogado por la falta de aire intentaste correr más fuerte aún, todo tu cuerpo vibraba, llevabas una velocidad inédita en tu escaso estado físico.

El micro aminoró la velocidad en la parada… no había nadie esperando, por lo que ni siquiera de detuvo, y como un elefante amaneciendo, continuó su viaje. Su aumento de velocidad lento y empastado te permitió acercarte a él. Peñaloza parecía no detenerse, se había acercado varios metros a vos. Corriste desesperadamente y lograste alcanzar la puerta trasera del micro. Golpeaste el vidrio con ánimos de que el chofer te escuche, pero nada. El mastodonte con motor comenzó a levantar velocidad, no dabas más de cansancio. Pensaste en llegar hasta la puerta de adelante, la puerta de ingreso y en tu trayecto golpeaste varias veces el casco del micro.

Tu energía se había agotado, comenzaste a sentir la factura que tu cuerpo te estaba pasando, el aire te faltaba, tus pulmones estaban que explotaban y te ardían las sienes, pero el último golpe contra el micro había hecho sospechar al adormilado chofer. Sacó el pié del acelerador y miró por el espejo retrovisor del acompañante, viendo tu desesperada figura intentando subir. Detuvo su marcha, se abrieron sus puertas… era la gloria misma para vos, como entrar al cielo, perseguido por mil demonios. Subiste y le dijiste entre inhalaciones desesperadas de aire que cierre y que siga, que lo estaban persiguiendo. El chofer miró otra vez por el espejo y vio a un hombre de negro, de gran contextura, sombrío y oscuro siguiéndote detrás. Cerró las puertas y apretó el acelerador, pagaste el boleto y te quedaste en el pasillo del micro mirando hacia atrás, como Peñaloza se había quedado en el medio de la calle señalándote. Sabías que tarde o temprano te iba a alcanzar.

Te sentaste en el último asiento y en cuanto recobraste el aliento te acordaste de tu abuela. La viejita debía estar muerta… no podías dejarla así, no podías abandonarla, eras el único que la iba a visitar, ¿Qué iba a pasar con ella si no hacías algo? Miles de ideas se te cruzaron, pero instintivamente marcaste el 911 desde tu celular.

Buenas noches. Quiero denunciar un asesinato. Si, calle Las Praderas 4158 de Godoy Cruz. Si. Una anciana. Entró un hombre y nos atacó, yo logré escapar. No no se quien es. No… no señorita. No, le dije que no, no me puedo presentar en ninguna seccional. ¡Porque me está buscando a mí ahora! Le dije que no lo conozco pero se que me está buscando. ¿Yo? ¿sospechoso? ¿usted está loca? ¡Por favor diríjanse a ese domicilio y hagan algo! No puedo decirles quien es… nunca lo van a entender. No… no. Pero…

Cortaste la comunicación ¿Cómo explicarle a una operadora lo sucedido en unos minutos?… la noche había entrado profundamente, te sentías abatido y arruinado, los ojos se te cerraban, tus párpados pesaban, tu cuerpo era una cansada roca en los horizontes del silencio. Miraste tus manos… estaban bañadas de sangre, los tajos profundos de los vidrios de la medianera latían. ¿Dónde ibas a ir? El último lugar sería tu casa. Recordaste un pequeño alojamiento frente ala Terminal.Noera un sitio seguro, pero… También recordaste la recomendación de tu abuela de pasar la noche en un lugar sagrado. El micro iba a Villa Nueva, justo pasando por la calle Rioja de ciudad. Sabías de una iglesia que había frente a un boulevard, cerca de la plaza del Unimev. ¿Y la policía? ¿Por qué no ir a la policía? Presentar la denuncia y que ellos te resguarden. Pero… temías en la capacidad de los uniformados para defenderte, otra vez la duda, otra vez en la encrucijada, otra vez el miedo…

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