/La venganza – Capítulo 9: “Encuentro infernal”

La venganza – Capítulo 9: “Encuentro infernal”

Creo que te deberías ir a pasar la noche en la iglesia, está oscureciendo. No abuela, me quedo acá, terminá de contarme porque no entiendo que tengo que ver yo en todo esto. El tema es que el asesinato de los Peñaloza fue un escándalo provincial. No solamente por el grado de violencia, sino por lo que pasó después. ¿Qué pasó después? Tu bisabuelo ordenó dejar los dos cadáveres colgados del árbol aquel. Árbol plagado de cuervos. Estuvieron varios días ahí, siendo comidos por los pájaros, devastados por la intemperie, arruinados por el sol, la lluvia y el viento. El olor en toda la cuadra era espantoso, pero la bronca de los vecinos les hacía soportar el asco en signo de venganza y repudio a la profanación y los actos horribles que habían llevado a cabo los Peñaloza.

Al cabo de unas semanas, cuando la situación era desagradable al extremo, se decidió retirar los cadáveres de ahí. Enzo mandó a averiguar antecedentes familiares de los dos Peñaloza, para saber que hacer con sus restos. Los Peñaloza tenían un amplísimo prontuario criminal, venían huyendo por media Argentina. También encontró que eran descendientes de aborígenes del norte, pero que no tenían ningún familiar ni en la provincia ni en el país. Aparentemente Peñaloza era un apellido ficticio. Ambos eran paganos, profesaban otro culto. La gente temía que aquellas almas vagasen en pena o volviesen a vengarse del pueblo, la gente de esa época era muy supersticiosa y creyente, por lo que el miedo se había apoderado de todos. Se decidió darle entierro Cristiano, pero no en un cementerio común y corriente, sino en algún lugar sagrado. De esa manera, el pueblo estaría tranquilo por considerar que esas almas iban a estar más resguardadas, por así decirlo, por el Señor. ¿Y que hicieron con los cadáveres abuela?

Lo primero que decidieron fue enterrarlos separados, por una cuestión de dividir maldades me imagino yo. A Antonio se lo llevaron a la recientemente inaugurada iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Días antes de instalar el altar, allá por diciembre de 1908, enterraron los huesos a la izquierda del mismo, con ánimos de que queden protegidos. ¿Y Peñaloza? A Peñaloza se lo llevaron a las ruinas de San Francisco. La gente temía enfrentar los restos de Peñaloza, pero a la vez quería que tuviese un sepulcro especial, por eso eligieron las ruinas, porque no iba a concurrir gente y a la vez iba a estar resguardado por el Buen Señor. Pero eso no es todo… ¿Qué más pasó abuela?

Tu bisabuelo se quedó preocupado con las amenazas de Peñaloza, entonces comenzó a hacer averiguaciones sobre venganzas indias, conjuros, promesas y males. Luego de varios días, un pequeño viaje al norte Lavallino y noches leyendo, encontró unos escritos antiguos que decían que en la tribu de donde aparentemente eran nativos los Peñaloza, creían que el corazón del hombre era su alma, su Dios y su guía. Que solamente el cuerpo y el alma del muerto descansaban en paz cuando sus restos eran enterrados junto a su corazón. Si el fallecido no había sido una persona digna, como venganza, como tortura o castigo, los jefes de la tribu enterraban al muerto sin corazón y guardaban el mismo en otra parte

¿Y que pasó? ¿Qué hizo mi bisabuelo? Enzo se encargó de que le quitasen el corazón a ambos y los enterrasen, nadie supo de esto, solo tu abuelo y yo. Él guardó aquella asquerosidad vaya a saber donde… y ahí comenzó la tragedia.

De pronto temblaron los vidrios de la casa, como atacados por una ráfaga de viento salvaje. Observaste por la ventana y el follaje de los árboles estaba tieso como una foto, no corría un suspiro fuera, pero unos nubarrones se aproximaban. Otra vez tembló todo. Miraste a tu abuela espantado, el miedo en sus ojos era tan obvio. Y comenzaron los motores de fondo, que ya no los familiarizabas con un avión, como al principio, sino que eran de una sierra… la sierra con la que los Peñaloza descuartizaban cadáveres. Abuela, ¡nos tenemos que ir de acá ya mismo! Te paraste efervescente. Tu abuela tardó en levantarse de la silla, más años que nunca se le habían venido encima. Y como el volumen de una canción infernal que va subiendo poco a poco, comenzaste a escuchar esa especie de lamentos… los lamentos de los cientos de cadáveres profanados por los Peñaloza y los asesinatos que debían cargar tras sus espaldas. Él estaba cerca. ¡Vamos abuela! No querido… yo no puedo correr, dijo la anciana dolorida.

Estaban los dos en la cocina cuando la puerta del frente se abrió de par en par, con una violencia estrepitosa. Aquella foto que parecían los árboles, se había trasformado en una tormenta virulenta. Nubes negras terminaban de tapar lo poco que la luna iluminaba. Pasado un terrible trueno apareció él… todo de negro, en la puerta, como una sombra del infierno, mojado por la lluvia. Se cortó la luz y los relámpagos contorneaban la silueta de la sombra que aún estaba parado ahí, como paciente de tu miedo.

Tu abuela se paró, como pudo, la tomaste de la mano e intentaste salir corriendo por detrás, Peñaloza te seguía despacio. Llegaste a la puerta trasera, tu abuela ralentizaba tu paso, no podías huir con ella. El miedo, la angustia, el cansancio y el esfuerzo llevó a paralizar a la anciana, que se tocaba el pecho con las manos como si le ardiese. De pronto comenzó a respirar agitada, estaban los dos contra la puerta del patio, ocultos por las sombras. Hasta que él llegó. Se abalanzó directamente hacia vos, te tomó con una mano del cuello y te levantó dejando tus pies zamarreándose en el aire, sus manos frías y agrietadas comenzaron a ahogarte, a estrujar tu garganta, alcanzaste a ver dos ojos negros, profundos, inyectados de odio. Pataleabas y no podías gritar, con tus manos tratabas de quitártelo de encima, pero nada, su fuerza era atroz, como una prensa. Las lágrimas del dolor te enceguecieron, viste un relámpago, y otro… y otro… al tercer relámpago volaron pedazos de vidrio por los aires. La mano de la sombra detuvo su presión para tocarse la cabeza. Ahí estaba la viejita, ahogándose con su respiración y aún con fuerzas para haberle reventado un enorme jarrón en la cabeza de tu asesino. La sombra de dio media vuelta y le asentó una patada en el pecho a tu abuela, haciéndola volar hacia atrás y destrozando con su cuerpo una de las alacenas. Tu grito se mezcló con la luz del rayo que te hizo ver a la viejita destrozada contra el mueble, con sus ojos aún abiertos, tiesa… muerta. ¿Cómo podía tener esa fuerza sobrehumana aquel hombre? No pudiste moverle un dedo con tus dos manos. “Viene del más allá” fueron las palabras de tu abuela que resonaron en tu cabeza… Estabas solo, el golpe a Peñaloza te había dejado unos segundos para poder escapar por detrás… ¿o ibas a intentar enfrentarlo una vez más?

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