/La venganza – Último capítulo

La venganza – Último capítulo

Esto debía acabar de una buena vez, sin dudarlo más te abalanzaste sobre el cadáver de Peñaloza, el cual se redujo a polvo de osamenta y jirones de tela vencijados. El hedor era penetrante, por todos los poros de tu piel se penetró el espantoso olor. El ruido de tu cuerpo al caer sobre el cajón llegó a los oídos de los policías que andaban rondando la zona de la plaza, al cabo de unos segundos comenzaste a escuchar como venían hacia las ruinas. Miraste dentro del cajón, los restos de Peñaloza eran ahora un montón de polvo y mugre, solo el corazón había quedado intacto tal cual lo llevabas en tu bolsillo, lo volviste a tomar con tus manos temblorosas. Te desesperaste, no sabías que pasaba con Peñaloza, solo veías al cuerpo de aquel oficial al que derribaste de un palazo mientras una parva de uniformados se avecinaba.

De pronto entró uno a la habitación destruida donde estabas, y otro… y otro más. El primer uniformado te descubrió en el acto, desenfundó su pistola y sin sacarte los ojos de encima te instó a salir del cajón con las manos en alto. El cuarto que entró se dio cuenta de su compañero caído, al cabo de unos minutos tenías a cinco oficiales apuntando a tu cuerpo extremadamente nerviosos, mientras uno le tomaba el pulso al cuerpo para darse cuenta que realmente estaba muerto… y el asesino estaba frente a ellos.

De pronto una nube espesa cubrió todas las ruinas, un viento seco comenzó a correr, como un zonda nocturno. La densa neblina se transformó en tierra, la violencia de las ráfagas sacudían todas las estructuras caducas. Los oficiales no dejaban de apuntarte, un viento más en Mendoza, solo un zonda más. Entonces el viento comenzó a violentarse más y más. Uno de los uniformados se acercó hacia vos para ponerte las esposas, el viento agresivo derribó un muro tras los demás, aplastando a dos. El oficial que estaba más cercano al muro fue silenciado por los escombros, el segundo aún gritaba de dolor. Desconcertados los tres oficiales restantes corrieron a socorrerlo, pero antes de llegar al aplastado hombre una bota negra y pesada calló sus gritos para siempre, destrozando su cabeza contra el piso de un solo suelazo. No había sido el viento quien empujó aquel muro, era Peñaloza que te había encontrado y ahora venía por vos. Uno de los oficiales alcanzó a abrir fuego contra Peñaloza, quien en un segundo saltó contra los tres. Con solo tres golpes secos finiquitó a los tres uniformados, haciendo estallar sus cabezas y pechos de un solo puñetazo, tal cual había asesinado a tu abuela. No dudaste un instante en escapar de aquella encrucijada.

Peñaloza había perdido toda la paciencia, la fuerza que había cobrado era impresionante, corriste atravesando todas las ruinas, sorteando escombros, muros destruidos, vigas y mugre al tiempo que el te seguía destrozando todo a su paso. Ni siquiera las rejas que aseguran el lugar lo pararon. Mientras corrías hacia la plaza viste como volaban sobre tu cabeza las rejas como un simple avioncito de papel. Dos móviles de policía se abalanzaron hacia la zona del revuelo, Peñaloza tomó a uno por la trompa, lo hizo girar como una vuelta al mundo y lo estampó contra el segundo móvil, haciando añicos todo a su alrededor. Corriste a toda velocidad hacia el museo del Área Fundacional, situado en el medio dela PlazaPedrodel Castillo.

Había una pequeña ventana abierta, entraste como una rata, escapando de aquel infierno, las piernas te temblaban frágiles como dos hojas al viento, el corazón te latía, el miedo te había sumido en una carrera frenética, pero te sentías flexible y ágil de tanto estupor.

Peñaloza te seguía muy de cerca y te vio entrar en el museo, no tardó un instante en derribar la puerta por completo, destrozando el marco y parte de la pared, en cuanto lo que quedaba de puerta pasó volando por tu lado corriste por los pasillos. Peñaloza manaba una especie de energía absoluta que iba rajando paredes y parte del suelo a medida que avanzaba, de pronto todo a su alrededor comenzó a incendiarse.

Corriste por el pasillo y te diste cuenta que la puerta de salida estaba cerrada, saltaste contra una ventana como tantas veces habías hecho los últimos dos días, usando a tu cuerpo como ariete. Los vidrios nuevamente cortaron tu rostro y brazos, dejando más heridas en tu cuerpo que ya no sentía dolor. Peñaloza salió del museo de la misma manera que había entrado, solo que esta vez no le hizo falta siquiera tocar la puerta, ya que todo a su alrededor era violencia.

Nuevamente en la plaza sentiste el viento contra tu cuerpo, ya no era zonda, sino casi un huracán infernal. El cielo comenzó a tomar un color rojizo, mientras corrías hacia la costanera. De rojizo pasó a rojo, las nubes se transformaron de negras a llamas, del cielo comenzaron a caer pequeñas gotas incendiarias.

Corriste sin para por el medio de la costanera, muchos autos habían quedado abandonados a la deriva, algunos conductores huían despavoridos, a medida que avanzaba Peñaloza todo se trasformaba en caos. El zanjón Cacique Guaymallén tiño sus aguas de rojo furioso, un calor incandescente manaba de ahí dentro, se había transformado en lava. Peñaloza avanzaba hacia vos, tus piernas comenzaron a agotarse, las pequeñas gotas de fuego se habían trasformado en bolas incendiarias que quemaban árboles y casas, de pronto todo comenzó a arder… tal cual tu pesadilla, tal cual todo comenzó.

Corriste hacia el sur, por el medio de la costanera, sin destino, sin dirección, hasta que de pronto la calle Lavalle, que atravesaba la costanera, se abrió de par en par. Toda la lava del zanjón entró en el surco abierto, cortando tu paso. El paisaje mendocino era aterrador, los edificios ardían, a tu alrededor todo se desmoronaba mientras avanzaba Peñaloza. Ahora lo tenías a escasos metros tuyo. Te dejaste caer al piso, exhausto. Tu peor pesadilla se había hecho realidad, tan solo a pocos kilómetros de donde todo había comenzado, allá enla PeatonalSarmiento.Todo era igual, solamente había cambiado el lugar. Peñaloza te alanzó y se paró a unos metros de vos. En tu pesadilla lo habías atacado, con pésimos resultados, ya que solo se había transformado en cuervos, en nefastos cuervos que habían lacerado todo tu cuerpo. Otra vez allí, otra vez frente a vos, tres veces antes te habías enfrentado a él, resignado a acabar con esta agonía… en tu pesadilla, para defender a tu abuela y en el cajón… los nervios y el cansancio no te dejaban respirar.

– Se acabó tu tiempo, la venganza se va a cumplir…

– Ya está Peñaloza…. Hace lo que tengas que hacer. Yo no me voy a escapar más.

– Por culpa de tu bisabuelo perdí a mi hijo y mi vida, ustedes no saben con quien se metieron.

Peñaloza dejó caer su manto negro, para que puedas ver su semblante en todo su esplendor. Su cara era una sombra eterna, su cuerpo estaba formado por cientos de partes de otros cuerpos, cuerpos putrefactos, con caras de espanto… seguramente los cuerpos profanados en antaño por el y su hijo. El asco y el miedo total se apoderaron de vos.

– Así vas a terminar vos – dijo Peñaloza señalándose entero – con ellos.

No alcanzaste a ponerte de pié cuando Peñaloza te tomó de los pelos. Con una sola mano te alzó a las alturas, el cuero cabelludo te crujió en toda la cabeza. Tus manos y pies tiraban golpes que se perdían en la nada. Con su otra mano te agarró de la nuca, y poco a poco te fue acercando hacia su pecho. De repente te viste aplastado contra él. Un calor infernal comenzó a quemarte la piel, Peñaloza te apretaba contra su pecho al tiempo que reía toscamente. El dolor se hizo insoportable y comenzaste a sentir como poco a poco te ibas introduciendo en su cuerpo, te estaba absorbiendo como aquellos espantosos cadáveres que ahora te ahogaban. A medida que entrabas en su cuerpo sentías como todo ardía en tu piel, no había formas de escapar, tu cabeza comenzó a entrar en el pecho de Peñaloza, tu sangre brotaba a borbotones, era como ser comido por una serpiente gigante, de la cual no podías escapar, por mas que con tus brazos y piernas tratases de aferrarte a algo, todo te absorbía…

Con la mitad te tu cuerpo absorbido por un Peñaloza que reía nefastamente, lograste sacar un brazo hacia atrás, recordando que aún llevabas el corazón de él en el bolsillo trasero de tu pantalón. Tomaste el corazón y con un último gramo de fuerza lo pegaste contra el pecho de Peñaloza rápidamente. De pronto todo se hizo negro, Peñaloza te había terminado de absorber, sentías que todo tu cuerpo de derretía de dolor, líquidos putrefactos te comenzaron a ahogar… el fin había llegado.

La imagen era aterradora, alrededor de aquel demonio de Peñaloza todo ardía, las calles estaban vacías, los árboles encendidos, y él parado ahí… habiendo cumplido su diabólica venganza, habiendo acabado con el legado de tu bisabuelo Enzo. Peñaloza reía conforme con su plan… hasta que de pronto su mueca de borró.

Su pecho comenzó a vibrar, sus costillas a ondularse. Desesperado se comenzó a tocar el cuerpo, comenzó a toser y a escupir un líquido negruzco, como sangre coagulada. Se empezó a hinchar más y más al tiempo que gritaba de dolor. Calló de rodillas al suelo, con sus manos en el pecho, cada vez más hinchado. Como pudo se puso de pié, desesperado como un animal salvaje, miró alrededor para ver que pasaba, sin sacar sus manos de su pecho. Fue entonces cuando todo se silenció y como la previa de una bomba, el cuerpo de Peñaloza estalló en mil pedazos. Dejando trozos de cuerpos por todos lados, incluido el tuyo…

El corazón había terminado donde debía estar para que todo termine, en el pecho de Peñaloza. Una lluvia fría comenzó a caer en la ciudad, apagando incendios y convirtiendo la lava en ceniza. Amaneció nublado y con un sol tibio. La venganza se había cumplido, pero la pesadilla había terminado.

FIN

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