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Las Palomas Mensajeras de Rodeo del Medio

Sabido es que los corazones de los Jóvenes Ávidos de Rodeo del Medio, siempre tuvieron una dureza similar, a la textura de un flan de turrón cremoso. Las artes visuales, los congregaban a practicar el deleite que les significaba observar los hechos que, tan curiosos como estéticos, podían resultar de su Rodeo natal.

Si bien el dibujo, la escultura y la pintura, moderna o clásica, eran los motivos de los que haceres diarios para estos simpáticos ociosos, habían resurgido de las entrañas de su militancia, unos escritos que los meterían en el mundo de la caligrafía.

Un baúl en el fondo del caserón de los padres del Huguito, que tenía tantos libros como revistas, pergaminos, y tierra en su interior, era descubierto. El hurgueteo del Perico al ver salir como ratas despedidas partituras del baúl fue cuasi desesperante. Mientras de costado y en disimulo se podía ver al Danielito calcar en sus retinas, un semanario con bellas gitanitas ligeras de pilchas, al tiempo que supe verlo acobachar dos de ellas, pero me pareció prudente hacerme el logi.

Tomé una pequeña parva de libros, los corrí uno a uno hacia la derecha, hasta que dí con un título que llamó poderosamente mi atención: ¨Romeo and Juliet¨

Con curiosidad minuciosa ojeé un par de carillas, pero entré en la decepción que sospechaba. Todo el texto estaba en inglés. Al instante, mi lamparita lo iluminó al Gringo que, a varios pasos de mi presencia, recorría a dos motores las imágenes de un libro de mecánica integral. Lo llamé de un plumazo y le pedí, obligatoriamente, que me leyera algunas líneas. El Gringo arrancó.

Los chicos giraban sus cabezas uno a uno, como cuando uno está en la playa y alguien comienza a aplaudir porque un niño se perdió. ¡Mi dios que letras! ¨Pará, pará… Gringo. Leete un poco más¨. Le suplicó el Cholito. El Gringo que odiaba que nos aprovecháramos de su antepasado bilingüe, se mando al final y nos regaló con interpretación y todo, la fatal escena del desenlace.

Nos caímos maravillosamente de culos.

En dos días y medio el colorado -el Tuco– había traducido escuchando al Gringo, toda la obra en el formato teatral tal cual la habíamos desenterrado. El Tuco sintiéndose, con fundamentos, el más ducho para las artes escénicas, se sabía de movida Romeo, y se permitió darle su impronta a la estética del protagonista masculino. Quien, ¨supuestamente¨, sería pelirrojo.

Ante la ausencia en el casting para Julieta, Martita le dio la voz a las letras más dulces jamás escritas. Martita solo tenía de nena la última letra de su nombre, por lo que la vergüenza se apoderaba de su improvisación en cada ensayo, a lo que doy fe. Necesitábamos una Julieta, ¡ayer!

Recorrí tantas chacras, finquitas, y granjas que comenzaba a pensar en una peluca sobre mis rulos. Cuando desde mi bicicleta, observé descender de un Kaiser Carabela modelo 58 la solución para el elenco y el problema para mis días por aquellas épocas. Eran dos kilómetros de piernas, que no se terminaban de bajar nunca de la parte de atrás. Me frené en seco, con la lengua de costado y acompañé el movimiento de los rubios rizos que, cual propaganda de champú, volaban en alta definición.

Del asiento delantero la mira telescópica de un hombre, tal vez el padre, me corrieron como se les hace a las moscas, cuando posan sus garras sobre la tarta de manzana de la tía Antonia. Es Julieta, es ella, me recordé en todo el camino de vuelta a Rodeo. Lavalle estaba un tanto alejado, ¿cómo le haría llegar mi interés sobre la obra? ¿Cómo le haría saber que había un nombre al que solo ella podría darle vida?

Esquivando una tormenta de verano entré a Rodeo, y en el aire como venía fui directo a lo del Geroncio.

Este personaje, irrepetible de nuestros tiempos, era el placero de la única plazoleta del lugar al que apodaban “El Paloma”. Como una especie de gurú, o monje negro, el calvo le encontraba siempre la quinta pata a todo con su experiencia. No me equivoqué en buscarlo. Le desembuche la situación paso a paso, como diría Mostaza, a lo que respondió lapidariamente y beodo: ¨Le teeengo la solución, Rubenciiito.¨

Escucharlo desenmarañar los conflictos como un artesano sea cual fueren, era para mis oídos el Bolero de Ravel. ¨¡Paaalomas Mensajeeeras!¨, soltó libre de cuerpo, en esa tonada maravillosa, desafiando la confianza de mis reacciones. Las cejas casi se me unen a los rulos del flequillo; pero no tenía más remedio que implorar que no se le hubieran subido al cerebelo algunas cepas, atacando una damajuana. La convivencia con las tórtolas de la plaza lo tenían abrumado pobre.

¨Te espeeero con los Jóvenes Ávidos eeesta noche a la madrugada. Niiii uuuun minuto antes ni uno después, y les presento la solución.¨ Finalizó.

Monté, rumbo a las casas, la Bianchi celeste que había traído mi abuelo de Milán, y convoqué una reunión extraordinaria con los compañeros de aquel entonces. A las doce, cero segundos, en cuerpo y alma despertábamos al Paloma que reposaba sobre un banco de la plaza.

¨Esperen acá¨, nos dijo con los ojos a medio llenar de tinto. Curao’ y todo se paró cerca de la fuente y levantó las dos manos tirando migas de pan al cielo. Pasaron unos segundos… y nada. Aplaudió tres veces más… y nada.

¨Me, me, me, vvv voy a la mierda. To, toy cagao’ e sueño¨. Bramó el Tarta como pudo y, antes de dar el primer paso, aparecieron frente a nuestros ojos unas treinta palomas bravías.

Las aves eran similares a las palomas domésticas, sólo que con cuello verde,  pecho y patas rojizas. Se ubicaron formaditas sobre los bebederos y comieron los trocitos de pan que el placero les había arrojado.

Parecía ser que Geroncio, descendiente de árabes, era un eximio entrenador de palomas. Por lo que prestaba sus servicios, en secreto, a quienes veían en las distancias territoriales la dificultad de la comunicación. Aunque reconocía que la presencia del telégrafo había disminuido la demanda de as aves, por lo que el alquiler de la mercadería a los magos de la zona, le sumaba para cubrir sus gastitos. Lo que no le hacía mucha gracia por supuesto, ya que los trucos de los ilusionista amateurs, le disminuían considerablemente el stock de tórtolas.

Voy que mandar una a un palomar que tengo en Corrhsalitos…, –convencido comentaba–, ¨…y otra, a uno en San Martin. Seeepan disculpar que esconda las razones, pero es de carácter confidencial estimados¨.

Acto seguido llamó con un chiflido agudo a dos aves, les colocó los mensajes –columbogramas– en un tubo anular amarrado a una de las patas y con un ¨¡Juiiiraaa!¨, les indicó su cometido.

El Cebolla se golpeó la quijada contra la nuez del asombro. No sabíamos que existieran estos métodos en la actualidad, mas allá de las leyendas que los Cuentistas de Rodeo sabían regalarnos. Teníamos en nuestras narices la solución al embrollo.

Improvisamos una nota en el momento con los motivos, domicilios y para finalizar, como caballito de batalla, agregamos una frase de la obra de William:

¨La despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca… …Ojos, mirad por última vez. Brazos, dad vuestro último abrazo. Y labios, que sois puertas del aliento, sellad con un último beso.¨

“¡Fuaaaaa!”, dijo el Paloma dándole un vistazo al papel y rociándonos unos grados de alcohol en la cara. Llamó con dos besos, haciendo conejito con los labios, a una tórtola adulta, literalmente… hecha pedazos. Como pudo el pobre bicho, aleteó con el ala que le respondía y se acercó a nosotros.

¨Está un poco pachuuucha, peeeero en general funciona¨. Agregó el placero si es que hacía falta aclararlo, tirando por la borda las ilusiones creadas. Otra vez el ¨¡Juiiiiraaa!¨, le ordenó la salida y aunque tardó, levantó vuelo ayudada por la brisa de la noche abierta, que la llevó hacia el norte.

¨Ahora solo resta rezar¨, encomendó el Huguito, tomando un rosario que llevaba debajo de la musculosa.

La ansiedad me comió desde la primera mañana. Pasó una semana de cien días, y ni noticias de la reina del baile. Ese martes, como cada tarde, ensayábamos en la casa de mis abuelos la obra desde arriba, necesitábamos ritmo. Durante la escena del balcón, el Colo se quedó estupefacto mirando al oeste. El sol emprendía el camino de regreso, a las seis de la tarde, y entre los brillos sobre el palenque de la entrada aparecían dos piernas infinitas en un pantaloncito blanco ala. El universo se detuvo, y hasta Martita, la única mujer entre nosotros dudó si lo era.

¨¿Necesitan una Julieta?¨ Cantó desde la tranquera noma´. El amor de verano había llegado a nosotros.

Si, si. Otra vez el placero amigo había dado en la tecla, y aquella paloma mensajera sería el sismo que, las paredes del corazón de los Jóvenes Ávidos de Rodeo, más sentiríamos.

El estreno fue en febrero para la época del carnaval, y con Priscila recorrimos cada teatro de Mendoza, compartiendo la pasión por las letras de la vida, durante muchos años más.

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