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Llamada del pasado | Fin

— Voy a poder dormir tranquilo, esto es sólo una pesadilla. Vos no existís y es mi cargo de conciencia lo que provoca todo esto. Aparte, ¿Un espíritu que llama por teléfono? Jajaja, no tiene lógica —le respondí con voz quebrada.

— Objetos, son los conductos que utilizamos los espíritus para comunicarnos con el mundo de los vivos.

— Es imposible, no es real todo esto.

— ¡Es muy real! Y desde esta noche haré lo imposible para que pagues por lo que me hiciste…

Y cortó.

Esa noche no dormí.  Fui a la comisaría y le conté todo a mi compañero, que, sin duda, no me creyó. Pasaban los días y las noches y temía dormir, consumía cocaína y pastillas para mantenerme lo más despierto posible. Sentía que si cerraba mis ojos iba a morir.

A los pocos días, mi familia y compañeros de trabajo se alejaron, se dieron cuenta que yo estaba haciendo cosas extrañas. Me preguntaban qué me pasaba. No les mentí, dije que un «ente» me perseguía, no me dejaba dormir y que a toda costa quería obtener mi alma, les conté casi todo, excepto quién era ese espíritu.

Obviamente tampoco me creyeron. Perdí mi trabajo y mi familia me internó en el Hospital Carlos Pereyra.

El día que me internaron, me sedaron a la fuerza, caí en un sueño profundo, aunque más que un sueño fue una pesadilla. Sentía como mi cuerpo estaba suspendido en el aire. Sí, otra vez la puta  parálisis del sueño, sólo que esa vez abrí los ojos y la vi, estaba ella con esa misma ropa de aquella noche en la que la asesiné. Con el vestido de seda color beige lleno de sangre, se acercó y me agarró por el por cuello, sentí la asfixia y la adrenalina de la muerte. Casi sin aire ni fuerzas pude decir seis palabras: «Lo confesaré todo, sólo dejame vivir»

Me soltó y todo volvió a la normalidad. Desperté llorando, con mis pantalones orinados, y en mi cuello sentía un dolor aún más fuerte que el disparo de una bala. Pedí a gritos que llamen a la policía, que tenía un crimen que confesar. Trataron de sedarme nuevamente, pero me negué e insistí hasta que llamaron.

Ahí estaba, esperando que la policía llegara. Tardaron poco en aparecer en mí habitación. Me custodiaban unos enfermeros y me habían amarrado a la cama. La mirada de horror de mi ex compañero, que vino con otros dos oficiales, no mostraba que lo que veía no era nada comparado con lo que iba a escuchar. Confesé el crimen que había cometido, y su semblante iba cambiando mientas escuchaba. El pulso le temblaba mientras escribía. Su cara de asco era fabulosa, su gesto de odio no lo olvido. No dijo nada, pero sentí que me hubiera matado ahí mismo, si hubiera podido. Le supliqué que abriera nuevamente la causa, sólo asintió con la cabeza. Su silencio y la mirada de impotencia ácida fueron el principio de mí castigo.

Pasaron algunos días y, cuando se reabrió la causa, me trasladaron al penal de Alma Fuerte, no me recibieron bien. El pabellón de los violadores y femicidas  es lo más asqueroso que he visto, tipos muertos en vida, condenados a vivir ahí, sin otra cosa que esperar la muerte y drogándose con lo que encuentran, para soportarlo. Pasé una noche horrible. Apenas pude pegar un ojo pensando que alguno de esos enfermos me tocara.

Al día siguiente me trasladaron al tribunal, para declarar ante el juez. No imaginé que habría más gente.

— Usted, Matías Rojo, se encuentra en este lugar por el asesinato de Jazmín Gonzales. Pidió que se abriera la causa porque tiene una confesión que hacer, ¿Es así?

— Sí, así es.

— Bien, entonces seré breve y responda las preguntas. ¿Usted mató a la señorita Jazmín Gonzales?

— Si su señoría, fui yo— respondí ante la mirada de los familiares de Jazmín que me insultaban y preguntaban por qué lo había hecho.

— ¡Silencio, por favor!— ordenó el juez ante el murmullo—. Dígame,  ¿cómo fue que cometió el asesinato?

—Sé que no tengo perd…

— ¡Sos un hijo de puta! ¡Asesino de mierda!— eran las palabras de la madre de Jazmín con lágrimas en los ojos y la voz quebrada, intentando gritar mientras los familiares la sostenían.

— Señora, por favor guarde silencio. Necesito oír al acusado— Y luego de un momento me ordenó seguir.

— Sé que no tengo perdón alguno, pero primero quiero disculparme con su fami…

— ¡¿Perdón?! ¡¿Perdón de qué hijo de mil puta?!— gritó nuevamente la madre.

— Señora, comprendo cómo se siente, pero tengo que oír la declaración completa— y mirándome, me dijo— Por favor evite las disculpas y cuente en voz alta y clara cómo la asesinó.

— Bien, esto fue hace siete años, exactamente  un 5 de mayo del 2012. Aquella noche mis compañeros de la comisaría me invitaron a tomar unos tragos en el centro. Fui con ellos porque hacía mucho que no salía y recién había terminado una relación, necesitaba despejarme. Esa noche vi a una chica que me gustó muchísimo, estaba sentada con su grupo de amigas y decidí  acercarme para hablarle, pero mi estado de ebriedad era tan fuerte que ella me rechazó. Medio enojado y frustrado me volví a la mesa con mis compañeros…

— ¿Esa chica era Jazmín?— preguntó el Juez.

— Sí, era ella…

— Bien, prosiga.

— Cómo decía, volví a la mesa con mis compañeros, más enojado que frustrado, y seguí bebiendo. No le saqué la mirada de encima, pero ella no me registraba. Yo más bebía y más la miraba. La estaba deseando con intensidad.  En un momento ella se levantó, saludó a todas sus amigas y se fue caminando hacia el oeste. Me levanté y me fui.

— ¿Y sus compañeros no preguntaron a dónde iba en ese estado?

— Sí, y les dije que me iba a mi casa. No insistieron en que me quede.

— Bien. Continúe por favor…

— La comencé a seguir y por la calle Boulogne Sur Mer, ya en el Parque General San Martin a la altura de la cancha de Independiente Rivadavia, ella se dio cuenta de que la seguía. Aceleró el paso e intentaba sacar el celular de su cartera, supongo que para llamar a la policía o a sus amigas, gritándome que la dejara en paz. Seguí y  comencé a correr detrás de ella. Cuando la alcancé,  le di un golpe de puño en la nuca. Cayó de inmediato al suelo, la levanté de los brazos y la llevé a la oscuridad del parque, justo a un costado del club.

— ¿Y nadie lo vio?— preguntó el Juez

—Para mi suerte, en ese momento no.

— ¡¿Suerte?!— preguntó asombrado— ¿Y en qué horario fue?

— Cuatro de la mañana, su señoría.

— De todos los casos que tuve, este es el más impactante por su nivel de cinismo. Termine de una vez por favor.

— Ok. Ya en la oscuridad, levanté su vestido, rompí su ropa interior y comencé a acariciarla. Me excité y la penetré con fuerza, me costó,  su vagina estaba rígida y seca, incluso me dolió mucho el pene, y eso me excitó más. Sabía que estaba mal lo que hacía, pero ya no podía parar, disfrutaba mucho besar y morder su cuello, tocar con mis manos sus pequeños senos mientras la penetraba. Estaba extasiado de placer, gozaba cada segundo. En mi vida había sentido tan infinito placer— Hice una pausa. Respiré y fruncí los labios antes de seguir— Cuando yo estaba en ese estado, ella empezó a recobrar la conciencia. Intentó gritar y trataba de sacarme de encima suyo. Tuve que golpearla hasta que se quedó callada y quieta de nuevo, no sé cuántos golpes le di, recuerdo que las manos me quedaron con sangre. Con una la golpeé y con la otra le aprisioné el cuello, sin dejar de penetrarla una y otra vez. Escuché pasos y la voz de un hombre preguntar qué estaba pasando. Cuando me paré, no tuve más alternativa que golpearlo a él también. Tuvimos una pelea muy reñida, casi me noquea, pero tomé una rama y le di con todas mis fuerzas en la cabeza, logrando que quede tumbado en el suelo. Iba a terminar con la chica, pero cuando la toqué, ya no tenía latidos. La verdad que me gustaba, pero la necrofilia no es lo mío… creo que ahí me di cuenta lo que había hecho, así que puse a aquel tipo encima de ella, con los pantalones bajos y corrí hasta la Boulogne Sur Mer. Llamé a la policía de un teléfono pú…

— ¿Teléfono qué? Siga con su confesión.

— Te te te teléfono pú pú público su su su señoría

— ¿Porqué tartamudea? ¿Qué le pasa?

— Nada su señoría —respondí cerrando los ojos, recordando aquella llamada que había recibido.

— Bien, el señor Mario Rojo acaba de confesar su crimen con tal frialdad y claros detalles que no me queda más que declararlo y condenarlo a la pena máxima: cadena perpetua sin reducción de pena…

Volví al penal y acá estoy, en el pabellón de violadores. Me violan a diario, hasta que no llegue uno nuevo, soy la puta de turno. La pena de muerte sería una buena opción, pero el infierno hay que vivirlo en carne propia. Cómo Jazmín. Ella ahora está libre, le hice un favor y ella a mí.

Lo escribo para que algo de la deuda quede saldado desde que recibí aquella llamada, para que ella descanse en paz y yo… bueno, yo espero la muerte en mi celda .¿Sí estoy arrepentido?, Pues no, y si tengo oportunidad lo volvería a hacer.

FIN

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