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Lo que el feminismo nos legó

El feminismo, como muchas otras cosas, nació de una lucha justa y se fue a la mierda. Hace años que ya se cumplieron los reclamos, pero las pelotudas siguieron y siguieron y hoy este es parte del balance.

Perdimos la sana relación entre el fútbol y la testosterona.

Años atrás ir a la cancha o gozar del futbol era un placer masculino, las damas respetaban esto y por ejemplo, tejían al crochet, mientras los hombres de la casa iban a la cancha agitando banderas y exaltadísimos o se ponían como en trance frente al televisor. La señora de antes, ya desaparecida como especie, esperaba el fin del partido, en caso que el equipo del marido e hijos ganara, se sumaba recatádamente a los festejos y se iba a depilar, porque sabía que el exceso de testosterona generado en la cancha por su hombre, tendría como resultado un noche con cachengue; si por el contrario el equipo perdía, ella se dedicaba a consolarlo en silencio, ofreciéndole un tecito si era media tarde o le ofrecía arrimarle un sándwich al sillón mientras el miraba Grondona y puteaba al presidente de turno. Hoy las yeguas, se paran en el paraavalanchas, gritan como locas, putean, quedan afónicas y vuelven a la casa hechas pelota porque perdió el Tomba (justo es decir que todas estas advenedizas al fútbol son del Tomba), llegan fingiendo tristeza y desazón como si fueran machos, mientras tanto nadie cambia los pañales, lo niños todos cagados ni cenan y la casa es un kilombo, si ganó  exigen proezas sexuales que uno difícilmente pudiera cumplirle a Luciana Salazar, mucho menos a esa gorda con bombachita del Tomba que mas parece el Tula con concha.

No hay mas abuelas.

La Abuela no como relación de parentesco, sino como un estado alcanzado por la edad y sabiduría ha desaparecido, su lugar fue ocupado por viejas trolas.

La Abuela a la que hago referencia hacía estofados de dos horas, postres de abuela y torres de caramelo, se dejaba las canas, lejos de ocultarlas con vergüenza, las mostraba orgullosa con un rodete, porque eso denotaba su condición de Abuela, era sabia de verdad, curaba casi cualquier mal con un caldito y se sabía todas las canciones de cuna que había y era capaz de dormir al bebé mas rebelde con una acunadita y un tarareo.

Gracias al exceso de feminismo ya no hay de ellas, algunos veteranos las conocimos. Hoy hay abuelas que cogen!!!!!. Viejas del orto que en vez de hacer ravioles caseros se buscan el punto G, viejas trolas cirujeadas con cara de Pato Donald, con minifaldas ridículas y con la convicción que tienen los mismos derechos que una piba de veinte, con el agregado que las pelotudas además creen tener el mismo cuerpo que la de veinte, por lo que se ponen toreritas, gorritas para atrás y van al gimnasio. Luego pasean por Palmares tratando de levantarse un pibe, que si lo logra lo hará a cambio de comprarle un sueter en Kevingston con el que disfrazara el pago del favor sexual. Peluqueros, gimnasios, boutiques, cirujanos plásticos y charlatanes en general ganan mucho dinero con esas pelotudas siguiéndoles la corriente.

Las Abuelas se hacían llamar Nana, Lela, Máma o cualquier apodo pronunciable por un niño de dos años, hoy se cambian hasta el nombre para ocultar lo inocultable y se hacen llamar Cris, Lau, Clau.

Ay Patria mía!!! Pasamos de Abuelitas que tarareaban Alma Corazón y Vida a pelotudas que bailan transpiradas en un boliche de decadentes y gritan “Dame mas gasolinaaaaaaaaa….”, de cartas manuscritas a sus nietos (para que las lean cuando sean grandes) a mentir en los perfiles de Facebook.

La Muchachita de Barrio (MdB)

Eran una institución, era donde caíamos los “piolas” luego de recorrer piringundines y conocer la vida, luego de recibir desengaños y correr peligros, cuando el hombre cansado de ese frenesí de algún modo sentía que ya era mucho; paraba, volvía al barrio y se encontraba la MdB, esa que ayudaba a la mamá en el almacén cuando volvía del cole y los miércoles a la tarde iba a clase de Corte y Confección o Piano, esa que no competía con el, sino que tenía su propio lugar y luz propia, los “vivos” caíamos tan fácilmente y tan a gusto en sus redes, que en poco tiempo nos casábamos, dejábamos la noche y nos poníamos a laburar, porque la MdB no tardaba en quedar embarazada y llenarnos la vida de vida.

Hoy en los barrios se encuentran rollingas con piercings en el hocico, mochilas negras de Callejeros llenas de prendedores pedorros y algún mechón pintado de colores raros, azul, rosado o verde, no aprendieron a cocinar como la mamá, pero aprendieron a tomar birra y a eructar como el papá. La MdB no gustaba del rock pesadito y denso que gustabamos nosotros, nos dejaba ir al recital con nuestros amigos porque para ella era incomprensible y cuando volvíamos nos decía “La pasaste bien? que bueno, yo me quede en casa escuchando el cassette de Sergio Denis” y a nosotros se nos arrugaba el corazón. Hoy las hijas de puta se van a ver a la 25 sin nosotros, poguéan, transpiran como un hooker y vuelven a gamba a las 3 de la matina, medio escabiadas con tetra, pateando tachos y escupiendo de costado.

Las MdB tomaban mate en la intimidad y te en público, las de hoy toman cerveza del pico con las amigas, en el cordón de la vereda de una Shell.

La MdB te hacía remar en el dulce de leche para tener sexo, lo que hacía ese momento sublime e irrepetible, hoy los que remamos somos nosotros para no fifar y poder irnos al bar a hablar de autos, motos y fútbol con los amigos, si te descuidas te atracan contra la heladera y te usan de consolador de carne y llegás tarde al bar.

La pelea como privilegio de género

Cagarse a palos era antes una cosa de machos, para bien o para mal, de vez en cuando en la vida de un hombre llegaba el momento de ponerse en guardia y pelear con otro, no importan los motivos, un encerrón en un auto, una mirada indisimulada al tujes de la novia o cualquier cosa banal era la excusa para que el hombre volviera a ese estado primitivo y degustara la violencia. Violencia que, justo es decir, no pasaba de un ojo morado, un diente flojo o una nariz torcida. Las mujeres de ese entonces reprobaban eso, les era incomprensible, las mas dóciles hacían un prudente silencio, las mas picudas te cagaban a pedos como una madre. Hoy las Señoritas gracias a esa malentendida igualdad se cagan a palos en los boliches, baños de escuela y hasta en la calle, los motivos quizá sean los mismos, la estética es muy distinta. Ver un par de tipos en guardia, los puños bien apretados para no lastimarse las muñecas al pegar, los dientes apretados para no dejar suelta la mandíbula y regalar un Knock Out, los ojos bien abiertos para no ligarse un golpe rápido, un pié adelante y el otro atrás, balanceándose para esquivar o acompañar el golpe con todo el peso del cuerpo, el silencio; era un disfrute estético, puede dudarse del valor moral del mismo pero no de su estética. Hoy en un boliche cuando se hace el espacio que preanuncia la pelea, en el centro no se ve eso, en su lugar se ven un par de yeguas gritando con vos finita, “Que te pasa che culiada, no ves que el rubio está conmigo”, y tras cartón no ya un directo a la mandíbula o un gancho al hígado, sino un revoleo de pelos horrible, las hijas de puta se agarran unas a otras de los pelos, se putean, se revolean y se tratan de dar rodillazos que nunca llegan a destino y el saldo es una uña rota, unos pelos menos o alguna trabita del persa que queda en la mano de la otra como trofeo de guerra. Estéticamente una pelea de machos y una de minas es como comparar a un torero matando a un miura a un borracho matando un pericote a patadas, una ennoblece al ganador y al perdedor, la otra es ridícula, fuera de lugar, fea e intrascendente. Nunca habrá una charla a los tres o cuatro años recordando esa gesta de cuando la Romina le tironeó las mechas a la del Normal.

Hay mucho mas para hablar, muchos ejemplos, mujeres policías que te piden documentos, señoras que manejan troles, otras boxean, son referís de futbol, comentaristas deportivas, ¿cuanto han ganado y cuanto perdieron? Es algo que podemos elucubrar pero que deben responder ellas, ¿Cuánto ganamos y cuanto perdimos nosotros?, no ganamos nada y perdimos por sobre todo el profundo respeto que teníamos a esa cosa inasible y gloriosa, que algunos llaman femineidad.

Ahhh y ni hablar de Isabelita y Kristina.

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