/Maldito Cupido – Parte 4: la extraña sensación

Maldito Cupido – Parte 4: la extraña sensación

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Miré las fotos. Salíamos los dos juntos en todas. ¡Y ella tan sonriente y hermosa! Estuve todo el día tirado como un trapo. No podía comer. No me podía dormir. No podía respirar. Puse mi mejor cara  y enfrenté mi jornada en el trabajo, en la calle, en el las oficinas públicas, en el banco, en mi casa. Ella estaba jugando con fuego y yo quería jugar… Pero… ¿qué mierda tenía que hacer? Imaginé 75.000 opciones en la cabeza. La negra se me pasaba por todas ellas, pues lo que menos quería era perderla por una pendejada sin sentido. Pero al estilo de dibujito animado, tenía al ángel en un hombro, recordándome al amor de mi vida, la estabilidad, la promesa de una familia juntos. Y del otro lado, al demonio diciéndome que no pierdo nada con intentar, que nada asegura que vaya a pasar algo que ponga en tela de juicio mi integridad psicológica y que no es necesario que la parta al medio cómo a un queso gruyere. Sólo tendría que responder ese mensaje y citarla a charlar. Ver que quiere decir con todo eso. Entender de una buena vez por todas que mierda me estaba pasando con ella. Y a ella conmigo. Y esto fue lo que le escribí hace dos días:

Leticia. Gracias por las fotos. Pasé un hermoso momento a tu lado. Conocerte despertó en mí pasiones que creía extinguidas. Sos una mina increíble y alguien que se aprende a querer rápidamente. Quisiera hablar con vos, quisiera decirte tantas cosas. Si creés que es una buena idea, deberíamos vernos después del curso la semana que viene y charlar de todo esto. Te mando un abrazo. Rodrigo.

Ninguna respuesta. Tampoco la espero. Quiero que todo se dé de manera natural. Mañana es el último día del curso y me está matando la ansiedad. Hace tres días que no duermo. Hace tres días que no como. Hace tres días que estoy en una especie de letargo absoluto en el que no se qué mierda va a ser de mi vida. Una parte de mi quiere verla, encontrarse con ella y descubrir qué es eso que nos une.

Son las 5:30 de la madrugada. Hace ya un rato que estoy levantado. Empiezan a aparecer los primeros rayos del sol y las estrellas que apenas se ven en el cielo van desapareciendo de la noche cerrada para dar paso al alba. “Cosa romántica el alba” – pensé. Todos los poetas hablan del alba y nadie se ha puesto a pensar que es un simple pasaje de un momento de oscuridad a uno de luz. O capaz que sí. En todo caso, nunca lo he leído en un libro.

Y en mi caso, la inspiración me toca en ese momento. Aparecen en mi mente pensamientos raros. Las miles de historias que se cuentan sobre las almas gemelas y las medias naranjas las cuales escuché miles de veces y de las cuales el capitalismo ha inventado fechas para justificar el consumo idiota: La historia china del hilo dorado que une a los amantes a través del tiempo y el espacio los cuales están destinados a encontrarse. La historia del castigo de Zeus impartido al individuo esférico y completo el cual divide para que siempre esté en búsqueda de su otra mitad.

“¡¿Quién carajos dijo que todo eso era cierto?! ¡¿Quién inventó estas historias?! ¡Para qué sirven si no es para torturarnos!” – me pregunto. Y es ahí cuando me doy cuenta de que todo es culpa de ese pendejo gordo con alas, hijo de extrañas mezclas de dioses, que anda haciendo de las suyas con sus flechas. “Sí, todo es tu culpa, ¡maldito Cupido!” – pensé.

Una rara irradiación de inteligencia se produjo en mí en ese preciso instante. De la misma manera que los pensadores más afamados de la historia de la humanidad, yo tuve mi extraño momento de iluminación. Ahí entendí todo. “¡Eso fue lo que sentí cuando la vi aquel día en la sala!” – me dije. Un flechazo que me partió al medio. Una extraña sensación que pocas veces me pasó… Y que abrió la caja de Pandora, que me dejó indefenso y que me hizo contraer todos los males más diversos de este mundo: el deseo, la pasión, la desesperación, la impaciencia, la angustia, la ansiedad… Un sentimiento que no todos se animan a reconocer… Esa extraña sensación llamada amor.

Y me quedé dormido en el futón con esa sonrisa idiota dibujada en los labios.

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