/Manteca: «No vale la pena»

Manteca: «No vale la pena»

En plena caída libre por el gran cañón, un remolino envolvió todo el circulo y en múltiples giros la carpa, las mesitas y sombrillas que volaban a la par, bolsitas de supermercado, plásticos de envoltorios de electrodomésticos, botella vacías, papeles de diarios y muchas cosas más se concentraron en el centro de esa caída y succionaron todo hacia un costado del fondo. Era como una aspiradora descomunal que chupaba todo lo que iba llegando al centro del inmenso hueco. La carpa empezó a dar vueltas a gran velocidad hasta que llegó a un suelo repleto de bolsitas de plástico y botellas vacías de gaseosa. Se sumergieron como en un profundo pelotero con la carpa al tiempo que también lo hacían los pasajeros de la sombrilla. Tardaron doce minutos en rescatarlos de debajo de aquel alud de plásticos.

—¿Qué es esto? —preguntó Curuchet al hombre que parecía estar al frente del operativo rescate.
—¿Nunca vieron esas bolsitas volando por el cielo en las ciudades los días de viento? ¿Nunca se preguntaron hasta dónde llegarán? ¿A dónde irán…?
—¿Vienen acá?
—Exactamente.
—¿Dónde estamos? —preguntó el cura sacándose bolsitas de La Anónima de la pierna.
—Estamos en El Culo del Mundo. Hasta acá llegan las bolsitas volando, o los globos de papel encendidos con alcohol, o, por citar algo famoso, el segundo penal de los tres penales que erró Palermo ante Colombia llegó hasta acá. Es un viejo volcán en donde se forma un extraño cono que hace girar el viento y chupa todo lo que anda volando por ahí.
—¿El culo del mundo es acá, en Argentina? ¡No lo sabía! —dijo Curuchet.
—Sí, y el día que este volcán se despierte, eso va a ser una tremenda cagada, créamelo.
Un grito salió entre las bolsitas y la grúa acudió a cualquier lugar de entre el sembrado color pastel de plásticos y transparencias. El olor a… a plástico, a vasito nuevo de plástico era intenso.
—Disculpe, ¿y usted quién es?
—Yo soy Mura, Nishi Mura, el réferi del partido.
—Nishi Mura… yo lo conozco de algún lado…
—No lo creo. Yo nací acá, en El Culo del Mundo, y solo puedo ser réferi acá porque tenemos otras reglas diferentes al fútbol convencional.
—Pero ¿cómo que tienen otras reglas a las del fútbol convencional? ¡Nosotros no sabíamos nada de eso! ¡Deberían habern…!
Pero un pitazo interrumpió al cura en medio de su reclamo.
—Foul —dijo Nishi Mura, y dándose vuelta, se fue hacia el lugar de la gran planicie donde crecían ocho postres altos y potentes que quebraban la negrura con la blancura de su luz y el verde de la cancha. No había gradas ni sitio para hinchada alguna en el estadio. Tampoco había estadio. No había un nada más que dos arcos, el perímetro de panes de pasto de la cancha, las líneas de cal que la marcaban y los poderosos ocho postes de luz que subían como chorros de metal bien alto, como soles cercanos en una planicie lunar y desnuda, como lo era aquella.

Mientras avanzaban caminando hacia la cancha los de la sombrilla que ya habían sido rescatados por la grúa avanzaban también al campo de juego. Por la montaña, llegando al suelo, se podía ver que el sendero diminuto se transformaba en una calle de tosca bien conformada por donde parecían estar llegando Manteca con el resto del plantel. Se escuchaban murmullos sordos en aquella inmensa bóveda oscura, desproporcionadamente grande y amplia para la que parecía ahora una minúscula canchita de fútbol 5. Sin embargo por más que caminaban la cancha nunca parecía acercarse.

Después de veinte minutos de caminar la parte del plantel conducido por Manteca llegó hasta los sobrevivientes de la carpa. La marcha duró otros veinte minutos hasta llegar a la cancha. Allá ya estaba el equipo contrario salvo por los dos de la sombrilla que venían más atrás. Nishi Mura caminaba en círculos en el centro con una pelota abajo del brazo al tiempo que parecía murmurar algo mirando al suelo. El equipo del cura se colocó en el campo que estaba vacío. En el otro, amontonados en el área, estaba el otro.
—Fifilín, al arco. La Normi, el Justino, el Bufoso y el Negro abajo, Normi a la izquierda, Negro, a la derecha. Bufoso… Bufoso, no pasa nadie…
—Nadie, padre.
—El gordo Sinetri, Curuchet, el Lionel y usted, tordo, al medio. Juglar y yo arriba.

El cura con el Juglar se acercaron hasta el centro de la cancha. Los jugadores contrarios comenzaron a comodarse en sus puestos.
—Padrecito, no se enoje
si pregunto cómo es
que nosotros somos once
pero ellos suman diez…
—Tenés razón, Juglar —dijo el cura—. Disculpe, Mura, pero ellos son diez jugadores nomás. Les falta uno.
El árbitro empezó a contar a los jugadores señalándolos con el dedo y murmurando sus matemáticas.
—…mseimmsietimmoshumm… diez y once —dijo señalándose al final—. Somos once, padre.
—¿Cómo “somos”? ¡Pero usted es el réferi!
—Les faltaba uno, padre. Qué pena que ustedes no vinieron a verme antes… Me agrada la chica de la defensa.
—¿La Norma?
—Padre, hable con el Negro,
tal vez no le haga objeciones,
y al tenerlo a Nishi Mura
ya mismo somos campeones…
—¡Pero, Juglar! ¡Es la mujer del Negro!
El cura se dio vuelta y lo miró al Negro. Estaba como temeroso, caminaba con torpeza. La miró a la Norma… Sí, era cierto que estaba buena, más buena de lo que él habría notado antes. El pantaloncito ese… estaba más metido en el orto de lo correctamente decente. Bastante más metido. Y caminaba contenta, parecía que su victoria había sido entrar a la cancha nomas, y así andaba, triunfante…
—No, Nishi Mura. No hay trato.
—Muy bien —dijo el réferi—. Es a gol-gana —explicó, y sonó el silbato.
—¡Prrrriiiiiiiiiiiiip!
—Pero, señor, ¿quién saca…? —alcanzó a preguntar el cura antes de ver cómo el réferi Mura pateaba la pelota y se la pasaba a un gorila de dos metros y cuarto. El réferi corrió hacia el campo contrario levantando la mano y gritando “¡Estoy solo! ¡Estoy solo!”. El hombre gigante empezó a correr con la pelota. Llamó la atención que pareció que le costaba mover la pierna, luego la movía mejor, luego más rápido, y se veía que el mismo envión de cada pierna ayudaba a una nueva fuerza aplicada tomando más y más velocidad. El tercer tranco la mole estaba corriendo como una gacela hacia el arco. Nadie le salía.
—¡Curu! ¡Bufoso!
El Bufoso sacó un revólver y disparó tres tiros, pero la mole corría igual sin muestras de herida alguna. El réferi le seguía gritando “¡Estoy solo! ¡Estoy solo!” pero el gigante iba derecho al arco. Justo antes de patera se escuchó el silbato.
—¡Prrrrriiiiiiip!
—¿Qué pasó, Nishi?
—¡Boludo, estoy solo! ¿No me ves? ¡Comilón de mierda! Foul. Sacan ellos.
—¡Pero Nishi…!
—¡Sacan ellos!

La Normi tomó carrera, le hizo unos gestos al Juglar y pateó. La pelota se elevó en una pequeña parábola y picó a los dos metros. Una saeta, un rayo descolorido pasó como el viento y tomó la pelota dirigiéndose al arco que, de la nada se encendió en fuego. Comanche se detuvo, recordando su antigua experiencia tal vez, y se la pasó al réferi. El réferi se la tocó a la mole, la mole a Comanche, Comanche al réferi. Era claro que hacían tiempo para que la hoguera que había encendido Fifilín en el área se apagara. El réferi amaga a pasársela a la Mole y corre hacia el área de fuego, pero la Norma se agacha para atarse un botín y el Justino le saca la pelota, lo mira al Negro pero está haciéndole reproches a la Norma, lo mira al Bufoso, se la pasa, el Bufoso como viene se la toca al Juglar que, apenas la toca se desvanece en el aire con pelota y todo. En el área contraria aparece corriendo como un bólido pero un defensor de capa y antifaz, probalemente un superhéroe que nadie pudo reconocer, arrojó en el área un vehículo, un taxi amarillo como los newyorkinos, y el Juglar se detuvo. El superhéroe bajó, tomó al Juglar y lo arrojó fuera de la cancha, luego volvió, tomó la pelota y le hizo un pase magistral al réferi que ya estaba corriendo hacia el arco. El Bufoso se tiró cuerpo a tierra y comenzó a disparar, pero el réferi paró con la pelota y se la tocó a la Mole que la paró y salió corriendo. Pero enseguida empezó a correr más lentamente, más, y ya caminaba, lo mismo que le réferi, incluso el Bufoso se levantó, todos caminaban, la Norma que discutía con el Negro fuera del lateral izquierdo se bajaba y se subía los pantalones ofuscada en una discusión a grito de cancha. “¿Querés que me baje más el pantalón? ¿Me lo bajo así???”, gritaba la Norma.

Después de dos o tres minutos de juego detenido Nishi Mura pitó y cobró saque de arco para ellos. Sacaron y Comanche agarró la pelota como un rayo y la pateó para arriba, en un pase espectacular al superhéroe que llegaba volando. Aterrizó con la pelota, se la tocó al costado al réferi y salió corriendo ara el área. El réferi se la tocó a la Mole pero la Mole estaba detenida así que empezó a moverse lentamente y la Norma se la sacó impecablemente, se la tocó al Bufoso e inmediatamente Comanche y el superhéroe se le tiraron encima, pero el réferi no cobró nada. El Bufoso corría con la pelota y disparaba a los que se le acercaban, se la pasó al cura que se escapó por la punta izquierda. El arquero se había movido del arco y había un hueco.

 

Se la pasa al Juglar que la agarra y sale eyectado hacia el área pero se le cruza Comanche y se la vuelve a tocar al cura que la agarra y empieza a correr. Un calor intenso comenzó a ganar el lugar. El cura corría, esquivaba a uno, giraba corría para atrás, el Juglar estaba marcado, el calor se hacía bastante pesado, “¡Padre! ¡Padre!”, gritó Curuchet.
—¿Dónde estás, Curu? ¡Mostrate!
— ¡No, padre, es FIfilín!
— ¡No, que Fifi se quede en el arco!
—¡Padre, Fifilín se fue al infierno!
—¿Qué…?
Una nube amarilla rodeaba el cuerpo esquelético del Moneda.
—Sí, padre, dijo un par de cosas en no sé qué idioma, y literalmente explotó. Quedó eso, quedó el moneda.
El cura se la pasó al Bufoso que volvió a disparar contra los que se le acercaban.
—Curu, ¿el Moneda está vivo?
—No sabemos…
—Listo, no tenemos más opciones. Nos quedamos sin arquero. O hacemos gol ahora o nos ganan el partido.
El Bufoso intenta llegar al área pero el superhéroe crea un muro magnético y las balas no le hacen nada. Se la toca al Juglar que la deja pasar por la marca de Comanche y la agarra el cura que empieza con un pique ligero por su lado derecho hacia el arco. Nadie lo marca, el buifoso está a los tiros con el superhéroe y Comanche corre con el Juglar a velocidades supersónicas. El cura sigue corriendo. El arquero que ocupa casi todo el arco trata de tapar todos los huecos con sus manos. El cura corre, sabe que tiene que patear antes de que el réferi se dé cuenta, deje a la Norma y haga sonar el silbato. Es ahora o nunca. Corre, el arquero se acomoda, la defensa no lo alcanza, el cura corre, entra al área, el arquero se acomoda, el cura se prepara para patear, patea pero la pelota le pega en el pecho al arquero y rebota, la vuelve a caer en las piernas, vuelve a patear y la pelota le pega en una de las inmensas piernas del portero. Recupera la pelota y vuelve a patear pero la pelota pega en el pecho y vuelve a rebotar. Se da cuenta de que no puede estar así mucho tiempo, el juglar se mantiene, pero el Bufoso está en el piso mientras el superhéroe lo aplasta con su campo magnético. Qué hacer, ¡Qué hacer…!

El cura vuelve a correr con la pelota hacia el arco más lentamente. El arquero lo ocupa casi todo, el cura corre así, despacio, el arquero lo espera, cinco pasos antes de llegar el cura aparece Manteca desde afuera de la cancha y se tira de palomita hacia el arquero, y le cabecea el abdomen al gigante que se dobla, lo agarra a Manteca y cae sobre él por delante del área. El cura se quedó quieto mirando el derrumbre de carne aplastando a Manteca mientras que la pelota, lentamente, siguió su curso y entró al arco tan lentamente que se detuvo antes de llegar al fondo de la red.
—Gol —dijo el Gordo Sinetri que todavía tenía el mate que tomaba con Manteca antes de que este diera su vida por el partido.
—Gol —dijo el Negro soltándolo del cuello a Nishi Mura que todavía tenía el pantaloncito de su mujer en la cabeza—. ¡Pitá, sorete! ¡Gol! ¡Ganamos!
—¡Prrrip! —pitó Nishi Mura, pero nadie festejaba.
El arquero se levantó y un cuerpo violeta y reventado se levantó con él pegado en su remera. Con sus manos de remo el arquero lo despegó de su pecho y lo recostó sobre el área.
—¡Qué jugador…! —dijo Curuchet.
—Un gran jugador —dijo el cura.
—También perdimos a Fifilín.
—¿El Moneda vive?
—No sé.
—Sí, perdimos a Fifi. En algún momento iba a tener que volver al infierno.

 

La ceremonia fue breve. Hicieron entre todos un pozo en la poca tierra que encontraron entre la roca volcánica y dijeron algunas palabras. La Norma lloraba, para el Negro lloraba más de lo que correspondía. Curuchet y el Negro se apartaron. El doctor que había visto el partido desde afuera con Manteca y con el gordo Sinetri, que volvía a la cancha solo cuando lo nombraban, se acercó al cura que estaba todavía mirando el pozo tapado.
—Creo que tenemos que rendirle un homenaje a este hombre que dio su vida por un partido en el que no jugaba.
—Sí… Sí, algo tenemos que hacer.
—Venga, padre. Vayamos a brindar con unas Cocas por nuestro viejo espectro Fifilín.
—Sí, vamos, tordo.

Y el doctor le pasó el brazo por los hombros al cura y se fueron caminando entre los otros jugadores que se dirigían a los senderos para salir a la superficie.
—Algún día, tordo…, algún día voy a escribir la historia de Manteca.
—No, padre. No vale la pena.
—Sí, es cierto. No vale la pena.

 

 

(Fin)

 

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