/Margarita | Capítulo 2: El encuentro

Margarita | Capítulo 2: El encuentro

– ¿Por qué no te vas?, ¡dejáme desayunar tranquilo! – le dije gritando.

Ella estaba sentada a mi lado, me miraba mientras comía tostadas con queso y dulce de frutilla con arándano ¿Pueden creer que sonreía? me miraba y lo hacía, su sonrisa es como los ángeles, aunque realmente no sé cómo son los ángeles, deben ser como la risa de ella, no encuentro otra comparación, estábamos los dos en un ambiente pequeño, yo idiota porque ella solo sonreía pero no respondía.

– ¿No ves que me haces mal? Salí de mi vida, por favor salí de mi vida, no aguanto más esto. – le repetí resignado.

Ella solo me sonreía, y me miraba con amor.

– ¡Basta! Esto no puede seguir así – volví a gritar

Agarré su silla y la tiré contra la pared, para que así no pudiese sentarse al lado mío, arrojé el té por el aire y sacudí la mesa con odio hacia mí mismo, le di tantos golpes a la mesa que se rompió a la mitad, grité, grité como nunca lo hice para al fin liberarme de este fantasma vivo, cuando recobré la lucidez ella estaba parada en una esquina de la habitación, seguía comiendo suavemente, me sonreía y me miraba con tanto amor y calma. Juro que en ese momento exploté y comencé a patear lo que quedaba de la mesa mientras gritaba que se vaya, que me deje tranquilo, que necesitaba ser feliz.

En ese mismo momento volví a la vida real y estaba sentado en la cocina, con una taza de té que ya estaba frío de tanto revolverlo, les paso a explicar que no soy violento, y no tiraría ni una servilleta al piso, pero suele pasar que las personas tranquilas tenemos un desorden mental donde proyectamos todo lo que haríamos sin siquiera mover un dedo, es raro, pero más de uno lo debe hacer, se reprimen los sentimientos hasta el fondo del corazón, donde guardan todas las cosas oscuras que nunca en su vida dejarían salir. Y así seguimos, no lloramos, no sentimos, pero muy dentro nuestro lloramos más que ustedes.

Me levanté de la silla y tiré el té frío sin desayunar, abrí la puerta y miré nuevamente la cocina, y como era sabido, ella se quedaba allí, desayunando y mirándome ir, con la dulzura que la destacaba. Le dije llorando.

– Por favor, cuando vuelva no te quiero ver (la voz me temblaba) esto no puede seguir así, quiero que te vayas. – dije silencioso.

Cerré la puerta sabiendo que no se iba a ir, era claro que iba a tomar su tiempo que se despidiera, aunque no quería, es tan tonto lo que digo ¿no? Muchas veces nos gustan las cosas que nos hacen mal, sin razón alguna. Solo nos enamora ese sentimiento de negatividad y entramos en un círculo peligroso cuando amamos lo malo.

Esperé el colectivo, subí, y me senté al lado de una chica, la miré bien y estaba llorando. No podía quedarme callado, era muy obvio que estaba mal.

– Hola. – saludé mientras ella lloraba en silencio. – Me llamo Brad Pitt, Braddy para los cuates. – ella sonrió. – Vamos mejorando, ¿hace calor no?

– Que se yo. Me contestó.

– No voy a preguntar tu nombre, sería muy extraño de mi parte, pero ¿puedo hacerte unas preguntas? – indagué.

Me miró algo extrañada, como con risa pero sabía que en su mente decía, ¿qué le pasa a este pelotudo?

– Decime

– La vida es corta ¿no?

– Demasiado

– Yo quiero estudiar, trabajar, viajar, casarme, tener hijos, tener nietos, volverme a ir de viaje cuando sea viejo y sé que no voy a llegar a cumplir todo lo que me propongo, no se puede planear la vida, ni mucho menos las cosas, porque vos y yo sabemos que dios o alguna fuerza mayor siempre modifican los planes a último momento. Por eso me propuse a ser feliz, porque sé que lo voy a lograr, y lo voy a lograr siempre.

– ¿Y a qué viene todo esto? – preguntó la chica.

– Que una chica tan linda como vos no debería estar llorando, porque la vida es muy corta, y tenes que sonreír, no sé qué te habrá pasado, pero seguramente no es tan importante como ser feliz, ahora mírame y decime si con esta cara de pelotudo no puedo sacarte una sonrisa. – le dije.

Emitió una sonrisa tan poderosa que me acarició el alma, y me sentí bien por haberla ayudado, conversamos un poco más y llegó el momento de despedirme porque mi destino estaba muy cerca.

– Bueno hasta acá llego. – le dije mirando mi parada.

– ¿Cómo te llamas? – preguntó.

– Mmm… me llamo amigo del micro.

– Bueno amigo del micro, espero que nos volvamos a ver. – contestó riendo.

Me bajé del colectivo para darme cuenta que me pasé 5 cuadras, que estúpido, fui corriendo al trabajo, a seguir con la rutina, Cintia diciéndome todo de mala gana, todos con diez mil pedidos, Juan gritándome por la oficina que fuera ya, Mariana nerviosa y sin alma, el centro un caos, mucha gente, paro en diferentes cuadras, caras raras, gente pasándome por al lado como si yo no existiera, tacheros gritando, al principio estaba orgulloso de mi trabajo ya que sentía que manejaba una gran responsabilidad, pero con el correr del tiempo sentía que ese trabajo lo podría hacer hasta un perro, y quería avanzar, pero tenía que ir de a poco. Terminada la jornada laboral me fui a mi casa, pero al llegar a la puerta sabía que ella seguiría allí, apoyé el oído sobre la puerta y dije bien bajito, ¿seguís ahí? Y una leve brisa rozó mis oídos, y salí rápido hacia la calle, me dirigí hasta el primer bar que encontré y pedí una cerveza, me senté en la mesa más alejada del lugar.

Mientras tomaba el primer trago, sentí esos escalofríos que sentía a los 16, era obvio, hace mucho no lo veía, y siempre aparecía cuando más desesperado estaba, siempre igual, siempre se vestía como un adolescente, al parecer no quería asumir la edad que llevaba en ese trabajo, esta vez tenía unas zapatillas, pero suele estar descalzo. Una vez me contó que se lo prestó a un niño que andaba perdido, del cuello de la remera se podía ver un tono rojo que emergía de su pecho, nunca supe bien si era mujer u hombre, tenía los labios pintados, y los ojos cansados, se sentó al otro lado de la mesa, se sirvió en un vaso y dijo.

– Hola – me dijo resignado el Diablo.

– Hola, ¿otra vez? – respondí igualmente resignado.

– Otra vez vamos a hablar…

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