/Mendoza Dixit – Capítulo 23: La última decisión

Mendoza Dixit – Capítulo 23: La última decisión

 Martes. No era tarde, pero la noche hacía unas horas que jugaba de titular. Una noche que cubría cada sombra con total oscuridad y que hacía de cada espacio vacío un hueco en lo profundo del alma. La misma oscuridad era la que parecía devorarse por completo la casa de la extraña dirección.

Tomás seguía sin moverse, estaba apenas unos pasos dentro del pórtico del lugar. La penumbra, que parecía comérselo todo, había dejado colarse un poco de luz suficiente para que la figura de Luna se divisara unos metros más adentro.

-¿Pensás entrar o vas a salir corriendo, Tomás?- hablaba Luna.

El joven protagonista identificaba completamente la voz, pero él no podía dejar de pensar que el timbre sonaba diferente. Algo así como cansino…agotado.

-Luna…que…- Tomás no podía pegar una frase completa.

-Entrá de una vez Tomás. Y cerrá la puerta.-

El joven retrocedió sin darle la espalda a la ahora extraña “enemiga”. Pero ¿Era Luna realmente una enemiga? ¿Había maldad en ella después de todo? Y es que Tomás no dudó mucho de la respuesta esta vez. Cualquiera que haya sido participe de tantas atrocidades, era sin duda enemigo declarado de él, de el Ruso y sin dudas de Martina.

Con cada paso que Tomás retrocedía, la figura de Luna parecía desaparecer. Llego a tientas a la puerta que alguna vez soñó y, encontrando de espaldas el picaporte, empujó. Entonces, la poca luz que ingresaba del exterior desapareció. Como también su visión. Como también la figura de Luna. Como también su valentía… Tarde se percató de que tal vez, el hecho de quedarse encerrado con sus “enemigos”, era la peor decisión que podía tomar.

Por pocos segundos, el interior se cubrió de nada. Tomás apreció que sus pulmones se llenaban de aquel denso polvo que pululaba en el interior y se sintió enfermo. Agachó su cabeza bruscamente y pegó el mentón al pecho. Abrió la boca y respiro en grandes bocanadas de aire. Poco le importaba ya si aquel espeso polvo podía causarle algún problema; necesitaba con mucha desesperación empezar a respirar, pues el miedo causaba ahora los primeros trastornos.

Mientras el aire entraba con dificultad en su interior, sintió que sus sentidos se activaban. Fue así que se percató de que alguien se acercaba de frente. Se odió por haber cerrado la puerta, pero odió más que nada a su pasado inmediato: Odió de repente a su dentista, a la mujer del sueño, a la casa ahora en penumbras, odió su estupidez por tomarse un colectivo equivocado y terminar viviendo la peor de las pesadillas. Odió, y se odió por hacerlo.

Había recuperado por completo sus funciones cuando la voz de luna retumbo en sus oídos.

-Seguime, Tomás.- las palabras de la mujer eran cálidas, como si el aliento de las cuerdas vocales estuviera tan cerca del oído de Tomás, que este pudo sentir hasta el calor.

Así como el oído, los demás sentidos de Tomás volvían a activarse de a poco: El tacto se movió rápido en el aire; buscando un cuerpo que tocar. El gusto probó el terror y por primera vez sintió el sabor de la verdadera incertidumbre. El olfato intentaba comprobar los alrededores, pero un fuerte perfume a mujer lo vencía. Todo funcionaba. Todos menos la vista. Ella seguía empecinada en ver la nada misma, o mejor dicho, en observar la oscuridad total.

-¿¡Cómo queres que te siga!? ¡No puedo ver nada!- nuestro protagonista ahora hablaba las palabras del terror. Antes, con un poco de cordura y valentía, no hubiera imaginado nunca mostrar tanta debilidad y vacilación ante un “enemigo”.

Cuando la frase terminó, el olfato sintió al perfume de la mujer alejarse. Inmediatamente, los oídos escucharon pasos: primero algunos ligeros que se marchaban de frente, y al instante otros pasos distintos que sonaban pesados; estos últimos eran veloces y se acercaban vertiginosos. Todos los demás sentidos se sintieron alertas cuando la persona de las pisadas pesadas pasaron junto a Tomás, rosando sus brazo. El oído los escucho a sus espaldas y después de un quejumbroso ruido que la puerta emitió al abrirse, la vista pudo comprobar lo que sus compañeros demostraban: Un hombre de grandes dimensiones, estaba ahora parado frente a la puerta abierta. El objetivo era claro, dejar entrar un poco de claridad para que Tomás pudiera seguir las órdenes de Luna.

Cuando la luz entró, era mucho más brillante que hacía unos minutos atrás. Tanto que Tomás no pudo evitar arquear las cejas y entrecerrar los ojos, al mismo tiempo se llevaba las manos a la vista en un claro acto reflejo. En ese momento, Luna habló:

-Deja abierto y andate. Ya no te necesito-

El hombre que había dejado entrar la luz obedeció de inmediato. Tomás vio como una figura de hombre sin forma concisa, se marchaba por el pórtico y desaparecía en la luz. Luz que de a poco se hacía menos brillante y más llevadera para la vista. Luz que ahora dejaba ver perfectamente el interior.

Adentro todo estaba como al principio.Seguía siendo una sala de estar de grandes dimensiones donde el techo se perdía en la oscuridad. Al final de todo el salón, se asomaba nada más que una puerta. Una sola puerta para conectar lo que parecían ser las demás habitaciones. Una puerta donde ahora reposaba la figura de Luna. Ya no estaba oscuro, la extraña luz que irrumpía la oscura noche dejaba ver todo con claridad, y fue así que Tomás se percató de que el piso que antes estaba completamente repleto de fotografías, ahora solo lucía una cierta capa de polvo. Recorrió el lugar con la vista, buscando y preguntándose por las fotos. Pero no encontró respuesta alguna. Solamente estaba Luna en toda su entereza. La misma Luna que se demostraba antes frágil. Ella era quien lo había engañado todo el tiempo. Era su “enemiga”.

-¡Hija de puta!- Tomás primero lo dijo en voz baja, pero después lo gritó: -¡Hija de puta! Fuiste vos todo el tiempo ¡Fuiste vos!- y percatándose de que -tal vez- tenía razón, expuso el resto de sus dudas: -Fuiste vos la que me cagó desde el principio. No sé cómo hiciste, pero me trajiste acá desde un principio, me has cagado la vida. Te llevaste a Martina…te…. ¡TE LLEVASTE A MARTINA! ¡Decime dónde está Martina!- y su bronca apareció. Ahora se encontraba dando pasos largos hasta donde Luna parecía inmutable. Tomás se abalanzaba sobre la mujer con la furia de un titán, y el pensamiento de un idiota, pues había dejado que la bronca venciera la cordura.

Estaba a menos de un paso de la mujer, cuando esta frenó en seco a su atacante. De la mano derecha de Luna, aparecía reluciente el cañón de un revolver. Revolver que lucía ya cargado y listo para disparar. Revolver que se apoyo fuerte en la frente de un Tomás que ahora detenía su marcha y volvía a sus cabales.

-Quieto Tomás. Quieto. Todo tiene su explicación.- Luna tenía la tranquilidad de un ángel, pero lucía como un demonio sosteniendo aquella arma.

El joven protagonista apretó los labios y se dejó controlar por la mujer ¿Es qué acaso tenía otra opción? ¿Dónde estaban aquellas voces que siempre resolvían sus dilemas? ¿Aquellas que parecían aparecer siempre que se encontraba frente a una encrucijada? No lo sabía, pero con un revolver apuntando a la frente, era difícil concentrarse con una respuesta.

-Puede que sea una hija de puta, y cuando veas lo que quieras que veas, seguramente voy a convertirme en el doble de hija de puta. Pero ahora soy yo quien decide lo que va a pasar y lo que no. Y para responderte, no. Yo no te metí en esto. Vos te metiste solo. Ahora, haceme el favor y seguime.- Las respuestas de Luna parecían pocas para Tomás, pero entendió que era lo único que iba a conseguir por lo menos por ahora.

La mujer bajó el arma y giró, dándole completamente la espalda a Tomás. Este pensó por unos momentos en golpearla, pero dudaba. Y a diferencias de otras veces, las voces que solucionaban los problemas seguían ausentes. No había indicio de ellas, sólo se sentía observado por las dudas pero no encontrado por las soluciones. Luna entró en la habitación donde Tomás ya había estado antes. Aquella habitación que estaba enfrente de la cocina y al costado del baño. Aquella habitación donde el camastro era el único mueble que existía presente. Y aquella habitación en particular, era la que no tenía luz alguna. Cuando Luna se perdió en la oscuridad de aquel cuarto, Tomás dudo en entrar. Pero algo lo haría reaccionar de inmediato.

Una vez adentro, Luna encendió una pequeña lámpara en el suelo. La luz levantó sombras como fantasmas reflejados en el techo del cuarto y también dejó ver por completo la habitación: Todo estaba igual, excepto por el único mueble; ahora el antiguo camastro no estaba vació. Estaba ocupado por Martina.

Tomás entró como impulsado por un rayo. Corrió por al lado de Luna sin darle importancia a su nueva “enemiga” y se arrastró con velocidad al lado de Martina. La amante de Tomás estaba inconsciente, atada de pies y manos al camastro, denotaba que había luchado con uñas y dientes para librarse. Incluso Tomás pudo apreciar como astillas habían sido arrancadas del costado del mueble, a la altura de las manos.

-¡Martina! ¡Martina, despertate! ¡Martina!- el joven mecía la cabeza de su joven amante de un lado a otro. Tanto así, que los ojos de Martina se abrieron de poco, como quien despierta de un largo sueño. Cuando la joven recuperó un poco de lucidez, abrió los ojos con exageración y dejó escapar un grito espeluznante que retumbó por toda las habitaciones de la casa. Enseguida Martina volvió a desmayarse, quedando completamente inmóvil. Tomás intentaba, otra vez y en vano, hacer que la joven reaccionase.

-No se va a despertar Tomás, acaba de desmayarse del susto.- Luna hablaba y esto hizo que el joven girara para encontrarse con la causa del desmayo: Luna apuntaba con total seguridad y certeza sobre el cuerpo desvanecido de Martina.

-¡Esperá Luna, que estás haciendo!- Tomás intentaba calmar a su “enemiga”.

Luna no contestaba, ahora se movía de costado hasta el camastro. No dejaba de apuntar:

-Salí de al lado de ella Tomás.-

-Luna…escuchame, por favor. Basta… por favor.- Tomás rogaba y se movía con las manos levantadas.

Luna se agachó y dejó que el frio cañón del revolver se reposara sobre la cabeza de la desmallada Martina. Puso el dedo sobre el gatillo y levantó la mirada.

-Tiene que hacerse Tomás. No me culpes.- Luna se reincorporó alejando el revólver y agregó: -Es ella…o sos vos.-

Esta última aclaración fue agua helada en los miedos de Tomás. Miedos que se hicieron realidad cuando él era ahora el que estaba siendo apuntado por un arma cargada a punto de disparar.

Analizó las situaciones y no había forma de persuadir a Luna. Si había llegado tan lejos, era seguro que la bala tenía un dueño. El dilema era quién era el dueño de aquella bala.

Este era el fin, para alguno de los dos amantes. Tomás se encontró otra vez ante una encrucijada y necesitaba esa “fuerza exterior” que lo guiaba siempre en las situaciones más difíciles. Y fue así que sintió que debía quemar la última carta. Debía jugarse al todo o nada. Se sentía estar frente a la última sentencia de su vida y tal vez lo era. Pues Tomás tenía en sus manos la decisión que podría terminarlo todo para siempre.

Continuará…

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