/Mendoza Dixit – Capítulo 6: El hombre de atrás

Mendoza Dixit – Capítulo 6: El hombre de atrás

El taxi enfiló derecho, siguiendo las meticulosas indicaciones de Tomás. Este le había señalado al taxista específicamente que ruta tomar para llegar a la casa de su amigo. Llevaba ya gastado más de lo que se esperaba gastar aquella mañana entre taxis y aranceles del dentista; y no podía darse el lujo de seguir gastando. Al menos no ahora, que la palabra desempleo le rondaba como buitre por sobre su cabeza. En otra ocasión, se hubiese tomado un colectivo o hasta se habría desplazado caminando hasta la casa de su amigo. Pero hoy, en este momento, la prisa se convertía en prioridad.

Mientras el vehículo se desplazaba, Tomás sacó el teléfono de su bolsillo, y viendo como el logo de la batería empezaba a titilar, desactivó todos las aplicaciones y funciones que pudiesen llegar a reducir la vida energética del aparato. El objetivo era uno y primordial: mostrarle la fotografía al Ruso.

El taxi aparcó contra el cordón  de la vereda. Por la ventanilla del auto, se observaba el portero del complejo de departamentos. Uno de todos esos timbres abriría la puerta del departamento deseado. Casi sin mediar palabra, con prisa y hasta con una furia injustificada, Tomás pagó el viaje al chofer del taxi. Bajó del vehículo sin despedirse y aunque no era una característica en él la descortesía, se notó un dejo de altanería. Pero tenía urgencia, tenía hambre de conocimiento, y eso era más importante que sus rasgos personales.

Cuando se encontró frente a frente con la botonera, apretó el 4-C y esperó.

-Hola- se escuchó una voz gruesa y distorsionada desde el altoparlante del portero.

-Ruso, hermano. Soy Tomás. Abrime.-

-Tomi, la concha de tu madre, al fin te dignaste a venir a verme. Aguantá, aguantá qué ahí bajo.-

Un sinfín de sonidos acompañó el cuelgue del teléfono portero. Tomás caminaba de un lado a otro en la entrada del edificio, aguardando. Deseó querer ser un fumador para aplacar sus nervios con un cigarrillo, pero no lo era.

La puerta doble de madera se abrió en 90 grados. Atrás apareció el Ruso. Y que apodo mejor adquirido para una persona de su estatura y su porte. El Ruso era una persona de la edad de Tomás, pero parecía ajetreado por la vida. Grandes ojos cansados se hundían en dos cuencas ojerosas permanentes. Una negra barba turgente le nacía desde las patillas y se iba espesando a medida que llegaba a la perilla y al bigote. Y por supuesto, para terminar con la descripción, no medía menos de dos metros y pesaba menos de 120 kg. El Ruso era un ruso con todas las letras.

-¡Que haces Tomi!- el Ruso se abalanzó con un abrazo de oso, al que Tomás no pudo resistirse por más que quisiera.

-¡Qué haces Ruso. Estas echo mierda!- bromeó Tomás.

-Y bueno, la vida pasa.-

-Che Ruso, tengo algo que mostrarte. Por eso me tenes ahora acá, sin previo aviso y sin nada ¿Vos todavía sabes usar las herramientas de aquél curso de diseño que hiciste hace unos años?-

-Sssi…pero no entiendo- dijo dubitativo el gran hombre.

Cuando el Ruso terminó su duda, Tomás quedó duro, como helado. Había recordado que debía llamar a Martina e inventar alguna excusa para dejar a la fémina tranquila, puesto que había decidido no contarle nada. O incluso peor, su celular podría sonar en cualquier momento y Martina estaría del otro lado preguntando qué pasaba. Por qué buscaba con tanta efusividad a Aníbal. Y ahora, delante de él, tenía a su amigo el Ruso, esperando una explicación similar a la de la mujer…

Suspirando y volviendo en sí. Tomás arremetió:

-Vamos adentro Ruso, después te explico. Lo que si necesito es que veas est..-

Tomás había interrumpido su charla. Esto se debía a que al querer mostrarle la fotografía, había notado que su celular se había apagado. Los intentos por cuidar la batería habían sido en vano, y ahora tenía enfrente a una posible solución como lo era el Ruso, pero aparecía un nuevo problema.

-Hermano- dijo Tomás. –Yo me tengo que pegar tres corchazos en las bolas-

-Jajaja, qué pasó hijo de puta. Contame pues.-

-Tengo que mostrarte una foto que tengo en el teléfono. Pero este celular conchudo, se quedó sin batería.-

-Jajaja…y ¿Cuál es el problema? Ves que sos troglodita. Veni, pasá, que tengo un cable para ese celular. Sacamos la foto del teléfono y la metemos en la compu. De pasó ya directamente la abrimos con algún programita y vemos por qué taaaanto misterio- El Ruso remarcó esta frase final como chicaneando la inocencia de Tomás.

El gran hombre era ahora un salvador. Se sentía como ese abrazo cálido en invierno o ese vaso de agua fresca en verano. El Ruso era el primer nudo desatado en esta maraña de lunes por la mañana.

La casa del por dentro era un ejemplo de departamento de soltero. El caos reinaba desde las cortinas hasta la alfombra, pero todo era una anarquía organizada para su dueño, él cuál metió la mano debajo de un montón de ropa y sacó una laptop de potente tecnología. Tomás le entregó el celular, y acarreando una silla, se sentó junto al grandote, esperando que en la pantalla apareciera la fotografía.

-Bueno, decime cual es la foto- dijo el Ruso.

-A ver, a ver…esa no. ¡Esa!- gritó Tomás, y agregó –Abrila, te vas a caer de culo cuando lo veas.-

La computadora tardó menos de un segundo en desplegar la fotografía a 19 pulgadas. Por supuesto ahí estaba, la misma foto de siempre: la de Aníbal y la chica de las fotos.

-Ahá…esta buena la flaca boludo ¿Quién es?- le preguntó el Ruso a Tomás.

-No tengo ni puta idea- dijo Tomas pausadamente, mientras sus ojos  se fundían en los ojos de la chica de la fotografía.

-Bueno Tomi…me estás haciendo perder el tiempo, papá. Qué es lo que necesitas. Yo no veo nada raro acá.-

-Si Ruso, mira bien, ahí en el fondo. Ahí, atrás de esos arbustos.-

El Ruso empezó a arquear los ojos y a mirar con más detenimiento el punto señalado por Tomás. Y después de varios segundos todo fue tan claro como para Tomás.

-Ahí se ve…parece, parece un tipo en el fondo, ¿Verdad?- dijo el Ruso mientras cruzaba la cabeza para ver mejor.

-¡Si! Una persona…pero mira bien. ¿Qué está haciendo?.-

-No se Tomás. Estará meando, que se yo. Estas un poco paranoico me parece.-

-No Ruso, si vine a verte, es porque vos me tenes que aclarar una duda enorme. Necesito que veamos bien a ese tipo ahí detrás.-

-Ahhhh…- suspiró el Ruso. –Lo que uno hace por los amigos. Bueno, a ver…-

Con muñeca de tenista, el Ruso sacó a relucir sus mejores trucos con la computadora. Llevó la foto de un programa a otro, aplicó filtros una y otra vez, retocó niveles y subió y bajó estabilizadores. Al cabo de media hora, exclamó:

-Bueno, esto es lo mejor que puedo hacer con lo que me has traído. Lo que hay en tu celu es una foto de una foto. No es la foto original. Si tuviésemos la original podríamos escanearla y ahí trabajar con más detenimiento. Pero bueno, acá tenes al “hombre de atrás”-

Tomás acercó la cara completa a la pantalla: en el fondo podía verse claramente una figura masculina pero sólo en sus contornos. La calidad no dejaba ver del todo su cara, sólo unos rasgos aislados. Lo que si se dejaba ver claramente con los retoques, era lo que el “hombre de atrás”, sostenía entre sus manos.

-Mira boludo, tiene una cámara de fotos en la mano ¡Está sacando fotos! ¡¿Quién este hijo de puta!? ¡Necesito saber quién es! – dijo Tomás poniéndose de pie.

El Ruso lo miró con cansancio: -De que me estás hablando, Tomás. Puede ser un turista o un boludo X con una cámara. Tampoco es tan grave.-

-Vos no entendes Ruso.- dijo Tomás entre dientes.

-Hagamos una cosa- hablaba el Ruso. – Tráeme la fotografía original y vemos si podemos verle la cara. Capaz lo conoce alguno de los dos. De paso, me das tiempo de acomodar un poco acá ¿Dale?

¿La fotografía original? ¿Otra vez al consultorio? Tomás pensaba y no terminaba de cerrarle la idea. Aún no había hablado con Martina y ahora ¿Debería de verla de nuevo? O peor aún…ya había pasado como una hora desde que partió, probablemente no habría nadie en el consultorio y el viaje sería totalmente en vano. Y la hora que era y el seguía con ese hambre latente y ese deseo inconsciente de volver a su hogar ¡Tantos factores…tantos! La encrucijada se había abierto,  nuevamente, delante de Tomás. Y este debía si o si tomar una decisión.

Continuará…

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