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Mi peluquero

Lo conocí en AlSur, varias veces durante esa noche lo vi pasar, no podía quitarle mis ojos de encima. Físicamente tenía todo lo que me gusta en un hombre. Gran contextura ósea, fornido, con mucha masa muscular. Podía contemplar sentirme tocada por esos brazos. Brazos tatuados, ambos llenos de tinta. Al menos eso podía notar por su remera manga corta blanca, hacía contraste con su cara bronceada. Lo poco que se veía de ella ya que estaba cubierta por una barba prolijamente cuidada. Sus labios gruesos resaltaban, llamaban a mis ganas de morder actuar en esa boca. Pasaba por enfrente mío como desfilando, como si la presa le bailara al cazador. La misma cebra tentaba al león. Él me tentaba.

Lo veía bailar enfiestado con sus amigos, no sabía cómo acercarme. Quería yo tentarlo a él, quería conocerlo. No podía permitirme irme del boliche sin al menos saber su nombre. Al cabo de unos minutos lo vi dirigirse a la barra, solo. Era mi oportunidad, si me rechazaba no tenía nada que perder así que ¿por qué no intentarlo?

Lo encaré y lo saludé, la conversación se dio sola y a los cinco minutos ya estábamos bailando. Mis nervios se habían ido y el ambiente estaba en sintonía. Mientras él me cantaba las canciones demostrando su alegría bolichera yo no podía parar de mirarle la boca. Ya estaba amaneciendo, la mala suerte me acompaña desde que nací y el taxi no tuvo mejor horario que venir a buscarnos a mis amigas y a mí que ese. Me tuve que ir y solo le pude dar mi nombre. Me fui con la esperanza de que me buscara en Instagram o Facebook. Quedé en deuda con esa boca.

Amanecí con un mensaje en Messenger, intercambiamos algunas palabras y para el medio día estábamos hablando por Whatsapp. Entre histeriqueo y oraciones sin sentido me cuenta que es peluquero. Me ofrece mostrarme su magia y me asigna un turno en su peluquería a las 20.30hs durante la semana.

Yo estaba más contenta por verlo a él y pagar la deuda con su boca que cortarme las puntas, pero aun así llegué al local el día programado. Una peluquería hermosa, era más bien clásica pero con ciertos detalles modernos. Tenía muchos espejos. Paredes blancas con imágenes de músicos, cortes de pelo, accesorios colgados y cuadros de pinturas abstractas. Estaba dividido en la parte masculina y femenina. Música tranquila de fondo. Me saludó con un fuerte abrazo en mi cintura, me dijo que terminaba de atender a una clienta y el salón nos quedaba disponible para nosotros. Me senté con el celular a hacer tiempo.

Habrá pasado una media hora y la señora se retiró, el cerró la puerta y giró el cartel que decía “abierto”. Me invitó a sentarme para que me pudiera lavar el pelo. Ustedes mujeres sabrán de qué les hablo, el lavado de cabello debería ser considerado la octava maravilla del mundo. Esa sensación de relajación que nos genera es irremplazable. Con él no iba a ser menos. Me puso la toalla cubriendo mi espalda e incliné mi cabeza hacia atrás, me pidió sacarme los lentes y que cerrara mis ojos. Antes de abrir el agua comenzó a masajearme la cabeza, sus manos se enredaban entre mis rulos y bajaban hasta mi cuello. Me apretaba las orejas y pasaba sus manos sobre mi cara. No había llevado corpiño, creo que lo notó porque mis pezones sobresalían de la remera generando un relieve perfecto. Abrió el agua y me sumergí en un estado de tranquilidad, mi cuerpo se descontracturó y quedé entregada a sus manos. La verdad que no conté el tiempo, no sé si me estuvo lavando la cabeza diez o cuarenta minutos. Pero yo sentí que el reloj se detuvo y no importaba nada más. No hablábamos mientras me desenredaba la cabeza, solo se escuchaba la música de fondo y nuestras respiraciones.

Me despertó de aquel transe con un beso en mi boca. Abrí mis ojos y vi los suyos, eran sensibles, de esos que cuando los miras te demuestran bondad. Él era hermoso, saldé la deuda con su boca y lo besé con todas las energías que tenía, mordí su labio, recuerdo que le dolió porque se le puso la boca roja. Más me gustaba. Me ayudó a levantarme y me acompañó a la parte de hombres, me sentó en esas sillas antiguas que solían usar los barberos y empezó a trabajar mi pelo. Mientras lo cortaba hablábamos de temas sin sentido, nos reíamos y cada tanto el me besaba. El corte más largo del mundo, inclusive tenía que rociarlo con agua porque nos quedábamos charlando y el pelo se secaba.

Cuando terminó lo miré a través del espejo y le dije que no quería irme. El giró la silla dejándome frente a él, me preguntó si podía hacer lo que quería o si prefería que frenemos y vayamos a comer. En vez de responderle verbalmente abrí mis piernas, lo empujé hacia mí y le di a entender que mi cena era él. Levanté su remera y se la saqué. Pude observar su cuerpo, besarlo, sentirlo. Tenía pelos en el pecho y un gran tatuaje en la parte superior de su espalda. Seguía encantando mis hormonas y la calentura se apoderaba de nosotros. Me desprendió el pantalón mientras me besaba y me lo sacó. Hizo lo mismo con mi ropa interior. Se arrodilló frente a la silla. Yo me dejé llevar por él y no lo cuestione en ningún momento. Agarró mis piernas y puso una en cada hombro. Me pidió reclinar mi cabeza hacia atrás y yo obedecí. Él, me hizo volar.

Empezó a darme sexo oral, fue como acelerar de 0 a 100 en un minuto. De unos besos a la mejor chupada de mi vida. La situación complementaba cada segundo, la peluquería, la silla de barbero, él. Era un escenario de algún sueño mío o suyo. Podía sentir su lengua humedeciendo cada centímetro de mi entrepierna, mis manos apretaban los apoyabrazos y mis pezones volvieron a endurecerse sobre la remera. Él cada tanto mordía mis piernas para bajarme de la nube en la que me hacía estar. Con sus dos dedos principales rozaba el clítoris mientras hundía su lengua profundamente. Mis piernas temblaron más fuerte de lo normal, experimentaba un orgasmo. Mi vulva estaba caliente, empapada, saboreada. Tardé solo segundos en acabar y mojar su barba prolijamente recortada.

Se paró, me levantó y me puso de espaldas hacia él contra el mostrador de los peines que tenía. Un espejo reflejaba nuestra posición. Me agarró la cabeza tirándome hacia atrás y me dijo al oído que todavía el turno no terminaba. Yo no tenía fuerzas, apenas podía mantenerme en pie. Me inclinó un poco hacia delante y quitó mi remera. Apretó mis pechos y me apoyó su pantalón. Sentí la hebilla fría del cinturón y la tela rasposa del jean en mi cola. Me rozaba con leve cuidado mientras mordía mi nuca. Estaba en su juego, era una simple servidora a los deseos de él. Yo cumplía, siempre cumplo…

Sacó del bolsillo un preservativo y con la otra mano se bajó la ropa. Me inclino aún más adelante, mis labios y nariz tocaban el vidrio del espejo, noté como su pie derecho me hizo correr el mío abriendo las piernas… Su miembro llegó hasta lo más profundo de mí. Mis respiraciones generaban vapor que empañaba el espejo, mis manos sudadas dejaban las huellas impregnadas en todos lados. Gotas de transpiración bajaban por mi espalda, mis pies se ponían en punta cada vez que su mástil ingresaba en mí. Era placentero sentirlo ingresar en mí. Con sus manos apretaba mis caderas, dejaba marcados sus dedos en mi piel. Era tanto el calor que generábamos que se resbalaban sobre mi cuerpo. Lo escuchaba gemir. Por cada movimiento que hacíamos mis pechos llegaban a tocar el frio espejo. Ese contraste hacia que los pezones se mantuvieran duros. No nos importaba tirar los peines al piso, hasta un secador de pelo se cayó. Él continuaba con fuerza dándome, penetrándome, continuaba haciéndome suspirar de placer. Sus respiraciones aumentaron al nivel de que empezó a agitarse, fue cuando agarró el cabello que el mismo se había encargado de lavar, peinar y cortar tirándomelo para atrás. No se escuchaban más ruidos que los nuestros, cada tanto se me escapaban algunos gritos de intensidad. Podía verlo reflejado, era la misma imagen viva del deseo, dos cuerpos anhelados saldando deudas. Respiró profundamente y en un pestañeo… acabó. Exhaló aire y me abrazó con sus tatuados brazos. Nos quedamos recobrando el aliento un poco mientras veíamos nuestro reflejo en ese espejo. Dejamos el alma ahí.

Nos limpiamos en el baño de la peluquería y nos vestimos. Lo ayudé a ordenar el desastre que habíamos causado y fuimos a comer unas hamburguesas. No solo pegamos onda sexual si no también generábamos química. Había fluidez entre nosotros. Podía presentir una hermosa amistad. Esa noche nos despedimos y prometimos volver a vernos en una semana.

Yo le había cumplido una de sus fantasías, ahora era el turno de él…

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