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Minutos

“Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.”
Mario Benedetti

No esperaba verte en ese lugar, o tal vez sí, pero no quise reconocerlo o mi mente no quiso. Pasaron ya varios días, no me acuerdo cuando fue la última vez. Estaba en la barra esperando mi trago, y te vi.

No sé si las personas se abrieron paso, fue como si todos los movimientos fueran organizados; pasos a la izquierda, pasos a la derecha, danzaban de tal manera que te vi apareciendo de la nada, y me llenaste los ojos. Esos labios tuyos, nunca me los pude quitar de la cabeza, esbozando esa sonrisa sutil, la podría reconocer a metros, quizá sea lo que más me gustaba de vos, quizás por eso fue que la reconocí al instante. Ese peinado nuevo, ese look rubio deslumbrante, veía tu pelo como si volara, como si el tiempo estuviera ralentizado, y cayeran dócil sobre tus hombros.

Esos hombros, no pude evitar mirar el collar que llevabas puesto, que colgaba sobre tu cuello. Ese collar haciendo compañía a ese escote tan sensual, sentí como mis pupilas se dilataban, tu vestido oscuro con colores te quedaba tan bien, tan amoldado a tus delicadas curvas.

Y esa falda, hecha a medida para tu cintura exquisita, ese color rosado haciendo contraste con tu vestimenta. Debo reconocerlo, tenías buen gusto para vestir y resaltar todas tus cualidades, que eran muchas, pero con el tiempo había olvidado cada una.

Pululaba una catarata de pensamientos, agolpaban olas de vivencias nuestras, un mar de recuerdos.

Estabas muy linda, y no supe que hacer. No sabía si saludarte, sentía mis piernas como adormecidas por la situación, no respondían.

Mientras trataba de reaccionar, seguía pensando, ¿Por qué sentía que no te había visto así de bien? con brillo en tus ojos, tu piel radiante, llena de vida, tanto así, que parecías otra persona. ¿Tanto te había descuidado mientras estuvimos juntos? Y mi cabeza seguía, se me vinieron varias imágenes mentales, ninguna buena. Nuestras peleas por cosas absurdas, tus ojos enrojecidos de tanto derramar lágrimas, tu pelo descuidado, sin peinar, ya no te importaba tenerlo arreglado para mí, si nunca lo notaba cuando te pasabas horas peinándolo para un piropo que jamás dije.

¿Qué hago? ¿Te saludo? ¿Qué pasará si me acerco y charlamos? Posiblemente me saludes, me hables bien, porque no eras una persona rencorosa y seguramente nos quedemos contando de nuestras vidas. Posiblemente nos tomemos unos tragos. Nos contemos unos chistes. Hablemos de fútbol como solíamos hacer, vos con tu equipo, yo con el mío, chicaneada va, chicaneada viene. Y soltamos sonrisas. Bajamos nuestras guardias, porque sabemos que los dos sentimos algo inmarcesible por el otro, después de todo también vivimos muchos momentos lindos, aunque no lo admitamos, nos dimos mucho amor, mucha felicidad.

¿Y qué pasará? Solo bastara un ínfimo contacto físico para volver a sentir lo que las lágrimas empañaron con el tiempo, para encendernos, para sentirnos. ¿Y después? A lo mejor volvemos, y trataremos de recomponer la relación, de empezar de cero, ¿Y por qué no? Si ambos sentimos lo mismo, nuestras pieles volverán a reencontrarse, y el amor que se extinguió con indiferencia, volverá a encenderse.

Pero… ¿Cuánto durará eso? ¿Cuánto estaremos juntos? ¿Cuánto tardaremos hasta el primer regaño que no escucharé? Los reclamos que nunca preste atención, los vistos, los “en línea” que me reclamabas. Mis celos porque otros hombres te miraban por tu forma de vestirte, y así. Y todo el círculo repitiéndose otra vez. Tu pelo desarreglado, mi mal humor, tu atuendo improvisado a último momento por mis peleas, tus rabietas por los me gusta de mis “amiguitas”. Y volvemos a lo nuestro, a hacernos mierda con amor. Y nos consumimos…

Ya no sé qué pensar, si saludarte o no, mis piernas se volvieron a recobrar. Te extraño, pero no te quiero hacer mierda. Me muero por volver a escucharte, pero sé que todo puede terminar mal. Estás esplendida, pero no te quiero volver a apagar.

Y escucho una voz, me llama, y me vuelve a llamar. Sorprendido me di vuelta, y era una voz masculina “Flaco, tu trago.” tardé unos segundos en reaccionar, y en ese momento decidí en hablarte, y que pase lo que tenga que pasar. Agarré mi trago y me dispuse a ir hacia dónde estabas, pero ya no estabas, te habías ido.

O a lo mejor nunca estuviste y solo te pensé, te imaginé. Pero estabas tan linda…

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