Han pasado 9 meses desde la última vez que salió de su casa, siempre con la misma rutina. Ver si llovía…
Levantarse cerca del mediodía para ignorar el mundo o muy temprano para verlo desde el final de la noche, hasta que el sol llegaba a su punto más alto sin dejar sombra. Comer algo, luego un té tras otro nuevamente mientras pasa lentamente la tarde. Muchas noches no dormía, esperaba siempre mirando a través de la cuadrícula de veinte pequeños vidrios que componían un rectángulo hacia el exterior. Pero no llovía…
Entonces se preguntó ¿qué sabía sobre la lluvia? Creía saberlo todo, tener el mapa de las nubes ¿y de qué le servía? De nada, en el fondo sabía que no le servía de nada. Porque no llovía…
Un mapa no sirve de nada cuando las nubes son todas distintas, volátiles, veloces, distantes, tan gigantes y a su vez se deshacen en un instante en pequeñas partes. Hoy tampoco quieren, no llueve…
Pensó mil planes, cientos se estrategias, decenas de posibilidades y tuvo millones de fracasos. No llovió…
Tal vez había algo mal con ella, veía a los demás empapados corriendo por las calles, charcos en el piso, humedad en las paredes de enfrente y hasta una gotera en su cocina. Pero en su ventana no llovía…
Entonces un día adormilada por los rayos de sol de la siesta, se dió cuenta que tal vez nunca llovería, que no era para ella y se puso más triste. Lloró tanto, tanto que, sin querer, creó su propia lluvia…