Solemos esperar lo mejor y el comienzo de nuestra vida, sin tener en cuenta que nuestra vida ya comenzó, el mismo día que vimos la luz. ¿Hace mucho?, ¿Hace poco? Da igual…
Uno se acostumbra a circular, a transitar y se olvida de vivir, de vibrar.
Me estuvo agazapando la angustia, la necesidad de ir por el mundo con los cinco sentidos activados, mas nada encontré.
En ese momento, dejé mis sueños en el espejo. Aquel día no pude percibir el aroma de la tierra húmeda, de las tortitas recién horneadas.
El brillo de mis ojos había desaparecido por completo y las penumbras se adueñaban de mí.
Era como ir «en automático», sin sensaciones, sin sentimientos, sin luz, sin ganas. Sólo la consecución de varios pasos me llevaban a donde iba, aún sin saber a dónde.
En este caso, no fui yo la que decidió cambiar. Soy fiel convencida de los métodos poco ortodoxos que usa «El Superior» para despertarnos. Y esta no fue la excepción.
Embadurnada de una realidad poco real, enfrascada en la nada misma, recibí un cachetazo. ¿Han oído hablar de «cuando pueda ir peor, así irá»? bueno… eso mismo.
Distintas situaciones se encargaron de sacar, una a una, las capas que había logrado fabricar para aislarme, para «protegerme».
Al principio… fue lo peor, una catástrofe emocional. ¿¡Cómo?! Cómo podía ser que en un abrir y cerrar de ojos, se borraran las líneas imaginarias que había creado para inmunizarme del corazón.
Fue duro, hacía mucho que no escuchaba ese «tuc… tuc» que hace el pedazo de carne que tenemos en el pecho, llamado para muchos Corazón.
Quise seguir con mi amada rutina, para no ver todo lo que no quería. Salí a trabajar, como todos los días, aferrándome a esas actividades cotidianas que me daban el buen sabor de lo conocido. Caminando por el centro, una vidriera me devolvió mi reflejo, pero no me vi. No vi más que una persona a la deriva que, buscaba constantemente no salirse del margen. Me di cuenta que había eliminado de mi ser, todo aquello que me generara emoción, amor, pasión, por el simple hecho de temer a perderlo algún día. Una pérdida más… no lograría soportar. Y me di cuenta que, me estaba perdiendo yo. Solemos llorar a los muertos, con el deseo de revertir si se pudiera, ese drástico final. Pero… ¿Cuál era la diferencia entre ese cuerpo frío, tumbado en un cajón y yo? Ya lo dijo mi Madre, la muerte no llega con dejar de respirar, sino con el olvido. Y yo me olvidé de mí.
Qué difícil comenzar a reconocer lo abandonada que se deja una, esperando El Gran Comienzo de Nuestra Vida.
Qué difícil comenzar a recomponer la situación, de tomar las riendas…
Más, con el temor de un «nuevo cachetazo», me senté a recapacitar. ¿Cómo se empieza? bah… cómo se sigue…
Hace un tiempo leí que, el ser humano funciona como los cachorritos. Si querés que el animal llegue a un determinado lugar, hay que hacerle el caminito con comida para que se dirija. «No se los pongas demasiado separados, porque perderá la guía. No se los pongas demasiado juntos, se acostumbra.»
Y fue así como, lento, fui marcando la guía, sembrando pequeños objetivos que, me llevarían a la meta: Sentirme viva.
Me senté con un papel y un lápiz y escribí, respondiendo sólo a una pregunta: ¿Qué haría si no tuviera miedo?
Cuando terminé, encontré cosas absurdas, infantiles, alocadas… la sonrisa me invadió los labios, la emoción de «hacer» me recorrió las venas y de a poco, me fui amigando con la idea de Soñar, con la idea de Poder.
A diferencia de muchos, no escribí tirarme en parapentes, escribí «Decirle a mi abuela todo lo que la quiero».
No escribí viajar a lugares exóticos, escribí «Ir a la plaza y subirme a la calesita».
No escribí conocer a George Clooney, escribí «dejar que me conozcan sin capas».
No escribí comer en lugares caros, escribí «transformar mi casa en el hogar más cálido».
No escribí ser una pop star, escribí «recuperar el brillo de mis ojos».
Y lo fui logrando, y lo logré. A menudo tomo ese papel para releer aquellos pequeños propósitos que me devolvieron a la vida, que me sacaron del olvido ruin… y vuelvo a sonreír.
Suelo escribir cosas nuevas, para no adormecerme, suelo buscar pequeños desafíos para sentir miedo, pero sentir que puedo.
Porque ya ves, la muerte llega con el olvido… y qué peor, que mueras asesinada por tu propia memoria.
También podes leer:
El año pasado escribíamos:
Morir asesinado por tu propia memoria….guau. Excelente Amelie felicitaciones por tus logros, por vencer tus miedos y tirar lineas para hacer lo propio con los nuestros
Genial, me encanta.
Dos cosas rescato:
El miedo, no tenerlo, animarse, arriesgarse, o si lo tenemos, aceptarlo pero no darle bola.
La rutina, nos hace olvidarnos de las cosas simples que nombras. Un ejemplo boludo, me habia olvidado de que teniamos montañas, hasta que me di cuenta, y hoy en dia, cada vez que entro a Mendoza, o subo por la Emilio Civit, o camino a cualquier lado, las miro y no me canso. Y, a pesar de seguir con la rutina, me dispongo a acordarme de ver esas cosas simples y boludas que nos olvidamos de ver y que son geniales.
¡Así me gusta Bestyal! Pequeñas cosas… que nos despiertan.
Y Cigarrillonegro, muchas gracias