Ser artífice y alquimista de alguna de tus sonrisas es mi profesión predilecta, aunque al terminar la tertulia te pierdas en el horizonte de la mano de alguien más, aunque conformarme con tu amistad sea quizás la más grande cobardía que pueda cometer, no me atrevo ni me atrevería jamás a romper o alterar el status quo que nos une, a ser tu entropía, por más que la vida se me vaya en ello.
Sé que lo quieres, y sé cuánto llegaste a quererlo, puedo verlo en tus ojos al ver como aquello que tanto anhelaste hoy se derrumba, y aunque por las noches suelo divagar y pensar que soy yo tu héroe, el que cambiaría su mundo solo por tu compañía, es el silencio y la oscuridad de la noche quienes pactan con mi consciencia para convencerme de que no existe tal esquizofrénico escenario.
Así que me ato a un barco sin timón ni mástil, al que llamo condena de amistad, porque sin saber cuántos solitarios puertos tocaré o que profundos y agitados mares surcaré, navego a la deriva, atado a la cobardía de conformarme con ser testigo de que eres feliz, o que al menos lo aparentas.
Ni mis brazos serán los que te abriguen esta noche, y quien sabe si en alguna otra, ni mis ojos en los que te pierdas al aventurar una caricia, no será mi cabello el que despeines, ni mi voz la primera que oigas al asomarse el sol en el horizonte.
Me conformo con ser un vulgar y perspicaz ladronzuelo de tus sonrisas, esas en que tus ojos se achinan y bañas de luz mi mundo entero, no sé si sea la sonrisa más perfecta, pero es la que yo más amo, por la que brillan mis ojos, la que mueve mis entrañas y por la que daría la vida entera. Guardo en mí la profunda esperanza de ser valiente, de correr el riesgo y decirte todo esto, quizá no hoy, ni mañana, pero sé que algún día lo haré y estaré dispuesto a pagar cualquier precio.
Pero por ahora solo puedo decirte una cosa, perdón Ana soy un cagón, te quiero.