/El collar de Nácar: “¡Pero si es una nena!” – Cap. 2

El collar de Nácar: “¡Pero si es una nena!” – Cap. 2

¡Epa! ¿Qué pasó acá? El abuelo se había sacado un diez en el examen (sin ningún tipo de ayuda, el guacho) pero con esa frasecita, la de las tetas, en romanticismo tenía cero, cosa que me importó nada, a decir verdad. Porque no me molestó en lo mas mínimo que se pusiera a masajearme las tetas sin más, con una mezcla de alivio y alegría tan contundente, que me di cuenta de que estaba frente (mejor dicho, de espaldas) a un tipo diferente…

Un tipo que tenía la extraña virtud de ponerme el ego para arriba en tiempo record, pero sin dorarme la píldora….

Un tipo sin cursilería, que se podía reír (y que me podía hacer reír) y que se tomaba las cosas con naturalidad….

Quizás deformada por pensamientos totalizantes, mi mente siempre intenta buscar lazos, antes de encontrar rupturas… De alguna manera creo que, como decía mi abuelita: «Como te vieres, eres», graficando su convicción acerca de que los seres humanos somos mas o menos iguales en todos lados y con todas las personas y en todos los aspectos. «Como es arriba es abajo», dice el Popul Vough… Mi versión aggiornada de estos pensamientos consiste en creer que las personas no son demasiados distintos en nuestras múltiples facetas de la vida… No podés ser un tirano en el laburo y amoroso con tus hijos. No podés tener una moral en tu casa y otra en la calle. No podés tener libertad de pensamiento si sos un reprimido emocional…

En este caso, el lazo, el punto de unión entre el «afuera» y el «adentro» del Abuelo, pasó por su relación con la corporeidad…  

La forma en la que el Abuelo manejaba su corporalidad y la mía me parecía absolutamente encantadora…Tenía toda la sensación de que el Abuelo se tomaba las cosas del alma como se tomaba las cosas del cuerpo: arrebatadora, plenamente…

– «Bueno, bueno…Yo hice café sin preguntarte… ¿Te sirvo o querés algo fresco?», me interrogó el Abuelo mientras se alejaba de repente hacia la cocina de nuevo.

– «Vos hacés demasiadas cosas sin preguntar…», le grité un tanto confundida, impedida de enojarme por mostrarse servicial,  pero molesta  por la manera en que marcaba los tiempos….

– «Y usted no deja de preguntar nunca, profesora….», me contestó el Abuelo, con simpatía.

Sin saber muy bien que hacer, me senté en el piso, como indiecito, buscando en la posición externa la comodidad que desde adentro no tenía…Tenía que evitar que el Abuelo me abordara por sorpresa otra vez….

– «Bueno, aquí tenés», me indicó el Abuelo mientras me alcanzaba una taza de café edulcorado y un plato de galletitas dulces de limón.

– «¡Por Dios! ¡Pareciera que este tipo me conociera desde hace años!», pensé sorprendida, una vez más en esa tarde…Café con edulcorante y Maná de limón… ¿Qué otros gustos o secretos sabía el Abuelo de mí?

Tomé el café de a sorbos, en silencio, saboreando el gusto cálido, intenso….

– «¿Qué te contás, profe?», me preguntó, estirando su mano, hacia mi hombro, corriendo mi pelo hacia atrás…

– «No sé, pensaba que hace una hora nomás, sólo quería llegar a mi casa y relajarme viendo un poco de tele…comiendo galletas y tomando café… ¿Cómo sabés que me gustan estas galletas y como tomo el café?»

– «Porque te he mirado en el buffet…Te vengo viendo.»

– «¡Mirá vos, que observador!»

– «Y bueno, uno mira lo que le interesa….Pero decíme… ¿Cómo estás?»

– «Bien. Muy bien. Demasiado bien….y asustada»

– «¿Yo te asusto?»

– «Mmmmmm….La situación me asusta»

El Abuelo, viejo lobo de mar, hizo silencio. Su mirada atenta se desvió para acomodar   nuevamente un mechón de pelo rebelde que se había colado otra vez entre mi cuello y el piloto, que aún  no me había sacado. Esta vez, me permití dejar caer la mejilla sobre su mano y el Abuelo acarició suavemente mi clavícula.

– «Si, definitivamente, la situación me asusta.», repetí.

– «¿Por qué?», preguntó con paciencia el Abuelo.

– «Porque alguno de los dos va a terminar culo para arriba», respondí de un tirón, como si pensara para mis adentros, sin medir las consecuencias de confesar semejante intuición. Pero fue inevitable y las palabras salieron a mi pesar  y resonaron en el living, desparramándose entre los libros, colándose por las hendijas de la ventana, llenando de tristeza la vereda y también la calle…

– «Yo te voy a cuidar, hermosa…»

– «¿Pero…? ¿Por qué pensás que me tenés que cuidar vos a mi?

– «Lo sé perfectamente….Tanto como se de tu café y tus galletitas….»

– «Pero yo te estoy hablando en serio y vos me salís con premoniciones de bruja barata… ¿Por qué creés que no vas a terminar vos destruido?…¿Quién te creés que sos? ¡Esta no es una película de los años cincuenta, nene!…¡Yo me voy al carajo…!»

Empecé a guardar los papeles de la facultad que había dejado desordenados en el sillón, compulsiva, mecánicamente….Sin poder evitarlo, una lágrima pesada, comenzó a rodar, hasta estrellarse en una lista de asistencia…Los círculos de tinta azul acusaron mi llanto, a pesar de que intenté guardar la hoja en una carpeta….

– «Hey, nenita, calmate….»

– «A mi no me hablés con diminutivos, pelotudo»

– «Nena…Nena, calmáte», los brazos del Abuelo me asediaron enormes, protectores.

Me dejé abrazar, no sin protestar:

– «Explicame ya mismo que es eso de que me vas a cuidar.»

– «Mirá, yo creo que vos, como yo, como cualquiera, le pueden partir la cabeza a otro sin ningún problema….No me malinterpretes….Esto no se trata de mi, ni de que estoy más allá del bien y del mal…».

– «¿Entonces, de que se trata?»         

– «Se trata de que vos no vas a poder cuidar lo que ya está devastado…»

– «Pero esas son excusas…es como decir: «No sos vos, soy yo»

– «Es que en este caso, princesa, vas a ser vos…Acordate, va a ver un punto en el que a mi no me va a dar la nafta….»

– «¿Y entonces?…Si soy yo la que supuestamente te va a dejar…¿No deberías cuidarte vos de mí?»

– «No, yo te voy a cuidar a vos…de vos».

Este hombre tiene un ramito,  pensé sin escalas, ahora sí cree que adivina el futuro. Y bueno, si tiene complejo de Alicia Contursi dejémoslo, algún defecto tenía que tener…

Para un primer encuentro, la cosa había estado bastante variada….Parecía que en una hora habíamos agotado mucha de la densidad posible entre dos personas….Yo había llorado, lo había  increpado -con palabrota mediante-, nos habíamos  reído, habíamos especulado con el futuro y me había enterado de que tocaba las tetas como los dioses. Haciendo un balance,  en una hora habíamos hecho lo que en otras oportunidades se resuelve en seis meses, y a veces ni siquiera en ese tiempo….

Pero, si como es arriba es abajo, como es adentro es afuera y mi cuerpo, aunque no era tan   mayor como el del Abuelo, empezó a acusar recibo de lo vivido, y a dar cuenta de un cansancio profundo, infinito…

Sin  disimular mis bostezos, me acurruqué en el sillón, mientras el Abuelo ponía un cd de Regina Spektor y buscaba una página de un libro de tapas azules y letras doradas, que alcancá a ver que era «El juego de los abalorios», mientras se sentó a mi lado, y se puso a leer tranquilamente…..

Las horas pasaron líquidas, mitad en vela, mitad durmiendo, hasta que nuevamente, el olor del café humeante y la claridad de la sala dieron cuenta que estaba amaneciendo

Otra vez, el Abuelo me alcanza otra taza y otro plato lleno de galletitas. «Gracias», le dije después de tragar siete galletas, «Estaba muerta de hambre….»

– «Usted se lo merece….», sentenció el Abuelo, mientras se llevaba de vuelta a la cocina una  lata de yerba y un  mate de calabaza con bombilla de alpaca corta con arabescos.

Yo esta vez lo seguí rápido, tratando de peinarme con una mano y de averiguar si tenía lagañas… ¡Ay, Dios mío! ¡Ya conocía mi cara de las mañanas….¡Y  todavía no nos habíamos besado! ¿Cómo iba a remontar ese barrilete? Bueno, ya veremos, me dije mientras husmeaba para saber como era la cocina…

El Abuelo estaba lavando las tazas….La cocina con sus mosaicos negros y blancos y su cortinas rojas, eran como el mate, el perfume y la perspicacia del Abuelo:  todo mezclado, en su justa medida, mezcla de sobriedad y desenfado…

– «Bueno, nenita, me voy, los pobres tenemos que laburar…¿Viste? Tipo una me desocupo, si te pinta traigo unas pastas y almorzamos juntos. ¿Te parece?»

– «Me parece…Pero ya te dije que no me hablo con diminutivos…Además yo no soy ninguna pendeja…»

– «Bueno, pero no seas así…» dijo el Abuelo, mientras ordenaba unos expedientes que estaban  arriba de la mesa de la cocina, y los metia en su maletín, «Me levanto una mina veintipico años mas chica y tengo que decirlo….Nena, pendeja, purreta, alguna de esas cosas dejame que te diga…»

– «¡Sos un caso serio! pero dale, te lo concedo. Decime nena con una condición», le sonreí mientras le subia la apuesta.

– «¿A ver?», me desafió divertido.

– «Que yo te diga Abuelo».

– «¡Perfecto! ¡Lo único que te pido es que nunca me digas tigre o papito delante de nadie!» me contestó a las carcajadas. «Bueno, me voy. Te dejo la llave.»

Llegamos hasta la puerta de calle, y de repente lanzó:

– «¡Qué tonto! Me estoy olvidando el  celular  y no se donde lo he dejado, ayudame a buscarlo…», dijo internándose de nuevo en una habitación que yo no tenía vista, y que después reconocería como su habitación….

Mientras lo escuchaba insultar hasta en arameo, avisoré el celular metido en un huequito del sillón, donde seguramente se había deslizado desde el bolsillo de su pantalón. Luego me saqué rápidamente el piloto, las botas y el pantalón…

– «Abuelo» le grité.

– «¿Que pasó, lo encontraste?»

– «Si»

El abuelo llego al living, vió la ropa tirada en el piso y levanto la mirada hasta mi.

Sonrió  y  caminó  despacio, luego apoyó las palmas de las manos en la puerta, justo encima de mis hombros e inclinándose hacia mi,  me anticipó  socarronamente:

– «Parece que  hoy llego tarde…»

– «No, Abuelo», le contesté  mientras le sacaba los gemelos negros de los puños de su inmaculada camisa blanca, «Vos hoy… ¡No vas a ningún lado!»

Continuará

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