Al vivir, nos llenamos de personas que se cruzan en nuestro camino. Hay personas muy allegadas y, también, hay personas que entran y salen de nuestras vidas como si nada. Hay personas con las que compartimos espacios físicos, pero nunca imaginarios; y hay personas que nos llenan la imaginación, pero que nunca podemos encontrarnos. Hay una estrella que brilla por cada alma, y así, algunas se cruzan entre sí en el firmamento, y otras jamás se corresponden.
Pero así como el vivir nos llena de personas que nos acompañan, vivir también nos llena de momentos en los que irremediablemente tenemos que estar solos. Y es que mientras camino solo y veo al otoño causar estragos en las arboledas de la ciudad, me resulta inevitable pensar en esto.
Un hombre de mediana edad, se ha acercado a mí al verme con un libro entre las manos:
-“Dios ha Muerto” esta a veinticinco pesos- Me dice el adulto, mientras mis dedos recorren el titulo de la obra de Nietzsche que reposa en mis manos.
Ni siquiera es el libro que busco. Ni siquiera busco un libro. Nada más que el destino me llevó a caminar solo, por entre las calles de la (eternamente) dormida ciudad. Me llevó siguiendo su música y sus colores. Me llevó frente al mesón de libros que este hombre tiene como negocio. Me llevó y me dejé llevar.
En estos momentos estoy solo en la ciudad. Me encuentro solo en un espacio físico determinado, pero en mi mente estoy más acompañado que nunca. En mi mente la veo agarrando mi mano y sonriendo, mientras arruga los terminales de sus ojos color miel. La veo moverse con esa gracia hermosa, esa gracia que hacen las flores al moverse cuando son dócilmente golpeadas por las gotas de lluvia. La escucho preguntarme si todo está bien, si hay algo que me molesta, o si solamente tuve un mal día. Veo sus pelos eternos perderse entre su espalda y oscilarse con su contoneo, como si un metrónomo marcara su caminar, como si todo fuera ritmo y métrica. Si, así…como si todo fuera ritmo y métrica. Como si la perfección de la música se hubiera visto viva en una mujer. Esa mujer que me acompaña adonde valla por más solo que me encuentre. Esa mujer que habita en mi mente. Esa compañía que todos creamos cuando nos sentimos solos.
-¿Lo llevas nene?- Me vuelve a la realidad el comerciante.
Con un gesto silencioso de negación, le indico que no habrá transacción este día. Me marcho echando un vistazo el resto de los libros del mesón. Sigo caminando solo, mientras el hombre queda atrás. Sonrió torpemente, como si al pensar en ella, me hubiese llenado de una mágica paz.
De repente mi teléfono suena y la paz que creía mágica, cobra vida.
-Hola- me dice ella del otro lado.
-Hola amor, justo estaba pensando en vos- Le contesto. Y entonces todo es ritmo y es métrica. Entonces ella es música.
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