Hace tiempo no te veo. Las cosas se tornaron muy difíciles para mí y no tuve otro camino que seguir que este, alejarme.

Tengo mucho que contarte. Hoy me animé y quiero hacerlo.

Acá no me tratan mal. Me casé, no soy infeliz, lo reconozco. Me ayudaron a cumplir muchos sueños.

Tengo a mi lado a un hombre maravilloso, con quien compartimos dos hijas –Rocío y Soledad-. Deberías conocerlas… ¡Son mi vida! Y sin ánimos de ofender a mi amado, estoy completamente convencida que se enamorarían de vos, como lo hice yo.

Tu aroma, tu sencillez, tu calidez… ¡Ay, cómo te extraño!

Extraño esas largas noches en las que el río fue nuestra música y la luna bailó en su reflejo.

Extraño caminar por la calle y sentarme en el cordón de la acequia a contemplar la nada misma, en la hora de la siesta.

Extraño la pureza del paisaje blanco, sintiéndote.

Extraño las tormentas veraniegas, en las que muchas veces me viste descalzar, para bailar bajo la lluvia y sentirme libre. Ni hablar de los campamentos en el Manzano.

¡Ay… cuánta nostalgia siento hoy!

La tecnología me ha permitido saber de tu seguir. Te veo, escucho a tu gente y vuelvo a sentirte en mí, presente, en cada instante, en mis manos rasgadas por la cosecha de mi niñez.

Hoy te escribo porque mis hijas preguntaron por vos y les prometí que iban a conocerte y que juntas, con tu presencia, viviríamos todas esas cosas que extraño.

Mi marido accedió y ¡Vamos a verte! Sí, ¡Vamos a verte! Espero encontrarte como antes, con los cambios que el tiempo haya querido dejar en vos.

Acá, todos saben de tu existencia, saben que soy feliz, más no plena.

Te cuento, vamos en marzo. A mi esposo le dieron las vacaciones y viajamos y ¡Qué mejor momento que este, para que ellos te conozcan y yo logre reencontrarme con vos! Con la efervescencia de tu sangre, con el matiz de tus colores, con la celebración máxima de tus frutos.

“Saberte lejos. Conocerte bien. Sentirte cerca. Qué bella es mi Mendoza, cuando llega la vendimia”.

Allá voy.-

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