En ese momento cruzaron miles de pensamientos por mi cabeza, ¿por qué me llamaría mentiroso? – Pensé. Mientras mantenía las manos hacia adelante, intentando demostrarle que no haría nada amenazante y buscaba alguna forma de mediar palabras.
-No te conozco, ni siquiera te he visto. – Le dije de forma obvia.
Sin decir nada, el misterioso hombre empezó a dirigirse hacia las escaleras, siempre apuntándome con el arma. Una vez allí, escapó corriendo en dirección a la calle.
Rápidamente me incorporé y salí tras él lo más rápido que pude, aunque con la prudencia de quien está en desventaja ya que no llevaba ningún arma y ciertamente no esperaba tener algún enemigo a tan solo dos semanas de mi llegada. Al alcanzar la entrada de la estación y mirar hacia los alrededores, no encontré rastro de aquel hombre, había desaparecido en la noche y, la leve llovizna no colaboraba para nada con la visual. Sin embargo, pude distinguir en el suelo varias huellas, las más frescas, que se dirigían calle arriba, coincidían con los zapatos del hombre que buscaba. Pensé en seguirlas hasta alcanzarlo, pero me di cuenta de que sería un riesgo quizás innecesario, por lo que retorné al andén seguro de que nos volveríamos a encontrar en otra ocasión.
En esa corta caminata hacia el andén, el shock del momento hizo que pensara incesantemente en lo sucedido, lo que seguramente se extendería una vez arriba del tren.
Justo al llegar a la plataforma, vi el tren arribar, como si todo conspirara para mantener una secuencia ordenada, casi como en una película. No tardé mucho en subir y mientras la puerta se cerraba tras mi entrada, busque un asiento y me acomodé en el casi vacío vagón. Me acompañarían en mi viaje una joven pareja, que hablaba en voz baja desde los asientos de atrás y un hombre ubicado algunos lugares más adelante, de ojos fatigados y cierta ansiedad que demostraba al jugar con el boleto, seguramente volvía de su trabajo.
El viaje se tornó especialmente largo cuando empecé a divagar y pensar quién podría ser aquel hombre con el que tuve tan peculiar encuentro. ¿Se habría confundido de persona y por eso huyó sin decir nada? ¿Sabía quién era y me estaba poniendo a prueba? ¿Vigilaría mis movimientos desde mi llegada? Eran algunas de las preguntas que pasaban por mi mente, algo era seguro, vi su cara por lo que podría reconocerlo y, por lo tanto, tendría otro problema más del que ocuparme, ¡Y sólo en dos semanas de estadía en Madrid!
Atravesando las distintas estaciones, miraba a través de la ventana al mismo tiempo que empañaba el vidrio con mi respiración y recordé otro asunto pendiente: los problemas con Ana, mi pareja, quien en algún momento fue una musa que me ayudaba a encontrar soluciones a las situaciones cuando se complicaban demasiado pero últimamente se había convertido en una complicación más.
Finalmente, anunciaron la llegada a mi estación, acomodé mi ropa y caminé hacia la puerta que se abrió lentamente dándome paso al andén. Cansado tras la larga y especialmente turbulenta jornada, apuré mi paso lo más que pude y llegué a la calle. La fina llovizna seguía complicando el andar en esa fría noche, miré al cielo desde la puerta de la estación y distinguí entre las ramas de algunos árboles el reflejo de la luna entre las nubes, me sentí despejado por unos segundos para luego retomar el corto camino que quedaba hasta mi departamento, intentando despreocuparme un poco y poner la mente en blanco, al menos hasta el otro día.
No tardé demasiado en llegar y subir las escaleras hasta el segundo piso, donde se encontraba mi departamento, que había sido mi hogar por dos semanas y lo sería hasta que termine la investigación. Dejé mi abrigo y guantes en el sillón ubicado justo al lado de la puerta, y me dispuse a preparar algo rápido para comer.
Acababa de sentarme con la cena servida cuando sonó el teléfono. Era ella, ¿quién más podría ser?
-Llamé demasiadas veces a lo largo del día. –Dijo severamente. Ana nunca se andaba con rodeos y ésta no sería la excepción.
-Acabo de llegar, es casi medianoche y todavía no he cenado. –Respondí con sinceridad.
Ciertamente no sería fácil llevar a cabo las intenciones que mencioné: despreocuparse y poner la mente en blanco hasta el otro día. La charla con Ana no terminó mejor de lo que comenzó. Básicamente, todo empezó cuando tuve que comenzar a viajar y a tomar ciertos riesgos a causa de mi trabajo.
Me desenvolví mucho tiempo trabajando en la policía como detective en mi país, Argentina, pero a causa de ciertos problemas tuve que abandonar mi puesto y comenzar a trabajar de forma independiente. Algunas de mis habilidades me habían otorgado cierta fama y, por suerte, siempre me llamaban para resolver algún caso excepcionalmente complicado. El problema se mostró cuando las llamadas dejaron de ser locales y cuando los casos envolvían determinado tipo de gente con poder, aumentando el trabajo pero también los problemas con mi pareja y los riesgos.
Tras una larga charla, similar a otras tantas que habíamos tenido, colgué el teléfono que volvió a sonar inmediatamente.
-¿Montt? – Preguntaron del otro lado de la línea.
-Sí, ¿con quién hablo? –Respondí.
-Lucía, venga inmediatamente por favor. –Fue lo último que respondieron desde el otro lado, la mujer sonaba desesperada. Quedé pensativo mientras escuchaba el intermitente tono del teléfono que indicaba que la llamada había terminado.
Lucía Moya era el nombre de quien me había contratado y me facilitaba todos los medios posibles para agilizar mi investigación, se trataba de la hermana de la víctima: Ignacio Moya. Pertenecían a una familia poderosa, que había conseguido acrecentar sus fortunas en el pasado actuando en el sector inmobiliario, fortuna que sabían preservar realizando inversiones y codeándose con gente poderosa en distintos rubros.
Dejando de lado la cena aún sin probar, bebí una taza de café, tomé mi abrigo y me dirigí con prisa a la calle. Por segunda vez me encontraba caminando apurado bajo la llovizna, éste día sería interminable.
(Continuará)
Escrito por Hache para la sección:
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