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Sobrevivir sin desarmarse en el intento

Si pudiera tener la posibilidad de llevar un conteo de las veces en que me he equivocado en estos 31 años que tengo, seguro explota la matrix. Son incontables las ocasiones en las que tomé pésimas decisiones y lo que es peor, lastimé personas. Sin intención alguna, claro está. Pero el daño fue hecho y jode. Porque soy consciente de que estoy del mate, pero tampoco soy una asesina serial de mentes. La cago pero por tarada, no por mala. Quien de verdad me conoce, sabe muy bien que puedo entregar hasta lo que no tengo por el solo hecho de ayudar. Y que la mayor parte del día hablo estupideces que en mi interior, después me reprocho. Y mucho.

Está claro que somos seres humanos y que la naturaleza nos dio el poder del razonamiento y que en definitiva sabemos que es lo que está mal y que está bien. Pero bueno, es obvio que vamos a cagarla un par de veces antes de morirnos.

Siempre fui una persona muy divertida. Me gusta reírme y hacer reír. Pero por un par de años esa parte en mí se apagó casi por completo. No recuerdo muy bien como pasó ni en qué momento, pero me abandoné. Así de simple. Largar una carcajada me resultaba una agonía, hablar me costaba muchísimo, deje de disfrutar de esas pequeñas cosas que pasan en cada instante. De mi hijo descubriendo los bichos y la tierra, del sol de cada mañana, de la montaña, de la música. Ya no estaba más. No pretendo culpar a nadie, sostengo la idea de que cada uno elige como estar y como transitar cada paso. Buscar culpables es de cobarde. Hay que tener muy presente que somos un producto de elecciones. Tampoco vale la pena arrepentirse, pero si de aprender. De eso se trata crecer.

Me encanta inventar historias. Por eso es que creo que debería haber sido actriz. Me resulta sumamente divertido inventar escenarios, por supuesto un poco basados en cosas reales, pero la gran mayoría son sacadas de mi imaginación. No dejo de reprocharme el no haberle hecho caso a todos los que me quieren, en que tendría que haber sido artista. Pero bueno, eso ya no vale ahora porque hoy estoy acá. Pero algo tengo que hacer, por eso me anime a escribir. Es lo más cerca que estoy de esa libertad de vivir tantos cuentos que suceden en mi cabeza día tras día.

Es hermoso vivir una revolución interior. Desatada por cualquier motivo, pero vivirla. Es decir basta, es hartarse de ser una especie de potus instalado en la casa de tu abuela que no sirve para otra cosa que de decoración. Es abrir tu corazón a la vida y bancártela como tal. Es darse cuenta que hoy estás y mañana te puede pasar un camión doble acoplado por arriba y no haber hecho nada interesante en vida. Es descubrirse, conocerse y amarse. El amor propio es tan sanador que sentís que te comes el mundo sin importar la edad que tengas.

De mis amistades aprendí mucho. De las que ya no están, de las que aparecieron hace poco y de las que están desde hace prácticamente una vida entera. La gente llega para enseñarte cosas. Los que te defraudaron, y los que a pesar de tus tiempos pedorros y tus indecisiones, están y no se van más. Todos enseñan, todos te “blindan” para poder sobrevivir. Agradezco cada cosa, las malas y las buenas también. Todo es una obra de teatro que cuando se baja el telón, dejas esa estela de recuerdo. Todo queda en vos. Ahora, no después.

Quiero decir que me pasaron cosas horribles, espeluznantes, pero acá estoy. Parada otra vez, creyendo un poquito más en mí. Me duele lastimar, me duele defraudar, me duele el tiempo perdido, me duele no llorar porque no me lo permito, me duele no abrazar hasta que me duelan los brazos, me duele no cantar por vergüenza porque desafino como un tero, me duele no decir más seguido un “te quiero”, me duele tenerle miedo a las decisiones y no soportar las consecuencias, me duele no poder decirte que me destroza el alma haberte soltado la mano, es que simplemente no pude aguantar más, me duele la nostalgia, me duelen los lugares donde fui inmensamente feliz, me duele no estar con mi abuela Ñata que me acariciaba con su dulzura tan tierna y mágica. Me duelen muchas cosas todavía, pero quiero encontrar un camino en donde sepa quién soy y disfrutarme.

Estas líneas las escribí llorando, escuchando a Louis Armstrong y sola. Lloro porque siento que me estoy desarmando en cada paso que doy y sigo preguntándome lo mismo una vez más. ¿Llegaré entera? ¿O voy a seguir perdiendo partes para lograr encontrarme?

Ojala algún día me encuentre sentada en una hamaca, con arrugas en la cara y sonría porque al fin fui feliz.

Creo que todos buscamos ese lugar lleno de paz en donde cada instante es producto de una vida entera llena de preguntas sin respuestas, pero que llegado el momento, sabemos el porqué de las cosas. Y así, poder respirar profundo y saber que todo lo que amaste lo hiciste de una puta vez. Vales oro, si no, no estarías sintiendo el viento en tu cara. No te olvides de eso.

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