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That’ll Be The Day – Parte 3

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Los siguientes días se podría decir que fueron los más maravillosos de mi vida, pero la verdad es que sería una mentira. Si bien ser roadie de Buddy Holly era en sí un sueño concretado, la realidad es que las condiciones en que el grupo era tratado y cómo los apuraban generaban una sensación de estrés y malestar para todos los que participábamos de ese tour. Y no voy a mentir, alguna que otra vez me cuestioné por qué estaba haciendo eso (que nadie me pidió) y si valía la pena. Pero era un hueso duro de roer, ya me había enfrentado a situaciones mil veces peores por salvar a otros músicos y todos y cada uno de esos momentos valieron la pena al ver la satisfacción de la tarea realizada. Al escuchar canciones que otrora jamás habrían existido.

Early In The Morning

La vida en la ruta es difícil, eso dicen. Sin un lugar fijo, una dirección, una residencia a la cual llamar hogar. Es algo a lo que yo me podría acostumbrar fácilmente dada mi actividad, me la paso viajando todo el tiempo, sea por el tiempo o el espacio.

Al día siguiente del festival arrancamos tranquilos, la siguiente fecha era en Kenosha, también en Wisconsin, a aproximadamente una hora de donde Buddy y yo nos conocimos (suena casi romántico expresarlo de esa manera). Para el tour estábamos provistos de un rudimentario bus que no funcionaba del todo bien, esa sería la primera de nuestras penurias en el viaje. Por supuesto que esto yo ya lo sabía, había leído las circunstancias que llevaron al accidente aéreo, y una de las principales razones era la reticencia de Buddy de seguir viajando en este destartalado medio de transporte que habría de dejarnos a pata más de una vez. Aún no lo había hecho, pero lo iba a hacer, ventajas de viajar en el tiempo. Para colmo, el frío invierno de estas regiones complicaban aún más todo lo que se refería al traslado.

Aún así, al ser un viaje corto, llegamos con algo de ventaja como para armar el escenario tranquilos. El siguiente lugar donde se establecería el festival sería el “Eagle’s Ballroom”, un salón apenas más grande que el lugar anterior. Si bien arribamos tranquilos, tampoco teníamos tiempo que perder, había que montar todos los artefactos y testearlos para asegurarse de que funcionaran bien.

El setlist de Buddy sería bastante similar al de la noche anterior. El cantante nos comentó durante el viaje que tenía pensado incluir una canción que aún no había lanzado públicamente (y que, lamentablemente, recién se habría de conocer luego de su muerte), se trataba de una secuela de su gran éxito “Peggy Sue”, donde comentaba las sensaciones que la chica del título generaba en el músico.

Esta secuela, en cambio, comenzaría con una mala noticia: “No me digas, no, no, no me digas que no te avisé, he escuchado un rumor de un amigo”. La canción se titulaba “Peggy Sue Got Married” (Peggy Sue se casó) y, por supuesto, indicaba que la chica de sus sueños había contraído enlace. Una desdicha para el cantante, y un éxito para las radios.

Buddy quería incluirla casi al final del recital, pero no estaba seguro de si era el movimiento indicado o no. Finalmente no lo hizo, eso lo sé yo y lo pueden saber ustedes, pero quizás uno de los grandes cambios en la historia podía originarse ahí mismo, conmigo diciéndole a Buddy “démosle una oportunidad a la canción”. No lo hice por respeto a la línea de tiempo en sí misma. Ya demasiado era cambiarla devolviéndole la vida a alguien cuyo destino había decidido arrebatársela. Modifiquemos el curso de la historia, pero lo mínimo indispensable, ese debería ser mi lema.

Blue Days, Black Nights

El recital salió bastante bien, más allá del frío de afuera, el calor de la gente dentro del salón hacía olvidar todos los problemas. Ritchie y Big Bopper hicieron estallar al público, y Buddy… bueno, Buddy fue ni más ni menos que Buddy Holly.

Al día siguiente hubo que levantarse bien temprano ya que el siguiente concierto sería a unas 6 horas de Kenosha, en la ciudad de Mankato, Minnesota. Este viaje fue el comienzo del fin para la gira, ya que las condiciones climáticas sumadas al estado del autobús hicieron del trayecto una tortura.

El baterista de Buddy, Carl Bunch, terminó con los pies congelados y una gripe galopante. Big Bopper mismo comenzaba a sentirse mal.

De todos modos, el show debe continuar, y llegamos a la pequeña ciudad destinada. Fuimos directo al “Kato Ballroom”, donde habría de celebrarse el festival.

Los siguientes días transcurrieron de manera similar, todos los lugares donde el grupo debía de tocar estaban a más de 3 horas de distancia. Si bien parece poco, en las condiciones en las que estábamos era molesto y hasta peligroso. Vivíamos fatigados y estresados por la situación. Tan solo tuvimos un día de descanso el 31 de Enero, estando en la ciudad de Fort Dodge, en Iowa. Poco nos duró ese descanso, ya que al día siguiente teníamos que estar a más de 6 horas, en la ciudad de Green Bay, Wisconsin, para realizar una nueva fecha de la gira.

Era por entonces 1 de Febrero de 1959, y en solo dos días el curso de la historia debía de cambiar.

Crying, Waiting, Hoping

Al día siguiente, 2 de Febrero, nos encontrábamos en Clear Lake, Iowa, dando lo que, sin saberlo, sería el último recital de la gira. O por lo menos yo intentaba modificar eso.

Fue en este punto en que Buddy decidió que ya había tenido suficiente de ese destartalado bus, y solicitaba un transporte como la gente para llegar a Fargo, en North Dakota, a más de 500 km, donde habría de seguir la gira. Se decidió a alquilar una avioneta que pudiera transportar aunque sea a un porcentaje de la banda, para poder llegar con tiempo para descansar y, quizás también, lavar la ropa.

Ese era, precisamente, el avión que habría de estrellarse a apenas unos minutos de levantar vuelo, debido a las inclemencias del tiempo y una desinformación entre el piloto (que era novato para volar en estas condiciones) y la torre de control. Ese era, precisamente, el avión que yo debía evitar que los músicos se tomaran.

Pero… ¿cómo se le explica a alguien que no debe tomar ese avión, que en el momento suena como la mejor idea del mundo? ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Acercarme y decirle “Buddy, mejor sigamos viajando en este bus endemoniado que ya causó dos bajas en el grupo, y que tarda horas y horas en llegar a destino”?

Buddy pensó la avioneta para que viajaran él y dos miembros del grupo: Waylon Jennings y Tommy Allsup. Sin embargo, Jennings había decidido esa tarde cederle su lugar a Big Bopper debido a que había contraído gripe y el viaje en autobus solo podría empeorarlo. Sin saberlo, Waylon estaba salvando su propia vida y condenando la de Richardson. Pero ese no sería el único giro del destino. Según cuenta la historia, Allsup también terminaría cediendo su lugar a Ritchie por culpa del azar y una condenada moneda. Serían las palabras de Jennings las que lo atormentarían toda la vida: “Ojalá que su avión se estrelle” diría en broma. Todavía no lo había hecho, y si logro hacer las cosas bien, no llegará a decirlo.

Por esas vueltas del destino, Buddy me pidió que lo acompañara hasta el lugar de alquiler, lo que me daba tiempo para hacerlo cambiar de opinión. Pero no se me ocurría ningún argumento, la desesperación me carcomía.

“Buddy, ¿estás seguro de que es buena idea alquilar esa avioneta? El frío y el viento podrían hacer que haya turbulencia y sea peligroso”. “Puede ser”, me respondía Buddy, “pero estoy cansado de ese maldito bus, y si llega a haber turbulencias seguramente el piloto sabrá manejarse. Además es un vuelo corto”.

Si tan solo Buddy supiera que el piloto que comandaría la avioneta era un joven principiante sin experiencia en el manejo de situaciones extremas, agravado por el hecho de que en la torre de control no lograrían comunicarle de la tormenta que se avecinaría en su dirección.

That’ll Be The Day

“Aquél Será El Día”, “That’ll Be The day”. Ese era el título de una de las canciones más famosas de Buddy, y también era una frase que John Wayne repetía constantemente en el filme “The Searchers” a modo de respuesta cuando alguien le objetaba algo a lo que él no estaba de acuerdo. Buddy y sus amigos habían visto la película y habían quedado tan enganchados con la frase que la repetían constantemente ante cualquier situación. Eventualmente, el músico decidió que lo más lógico era crear una canción con ese dicho.

No logré convencerlo a Buddy de que desistiera de alquilar la avioneta. Tampoco podía atarlo de pies y manos o encerrarlo en una habitación y torturarlo. Tenía que aceptar la inevitable realidad de que hay ciertas cosas que no puedo modificar. Pero eso tampoco significaba que todo estuviera perdido, todavía tenía otras opciones más.

Una de ellas era sabotear el vuelo para que no saliera, quizás implicaba que me echaran del equipo o incluso que terminara preso. Nada de eso me importaba, yo podía desaparecer de ese lugar (y momento) cuando quisiera. Pero tampoco podía hacerlo frente a un tumulto de gente, tenía que buscar un lugar privado. De todos modos no quería llegar a ello.

Otra opción era quizás más sadística y cruel: lograr un intercambio, que Buddy no suba a ese avión e intercambie su lugar con otro. Lo salvaría, sí, pero a costa de una vida inocente. Tan inocente como la de él. Varias veces tuve que jugar el papel de Dios y elegir sacrificar una vida por salvar otra. Que me perdone la víctima, la familia y sus amigos, pero yo vivo por el rock y hago mi trabajo por él. Ustedes quizás piensen que es injusto y que nada me da derecho a hacer tal elección, pero como ya les comenté, las repercusiones me importan poco y nada. Es una actitud egoísta, pero también lo es querer salvar a músicos por el mero placer de escuchar esas canciones que no pudieron llegar a ver la luz.

Volvimos a reunirnos con el resto del grupo, y partimos todos hacia el aeropuerto. Algunos para viajar, algunos para despedirlos y seguir viaje en bus. Fue entonces cuando ví a Allsup sacando la moneda del bolsillo para sortear su lugar con Ritchie. Pensé que quizás toda mi intervención hasta el momento cambiaría el destino de ese tiro, teniendo en cuenta el siempre eterno efecto mariposa por el cual el más mínimo cambio puede originar consecuencias devastadoras. Pero no fue así, la moneda favoreció al joven Ritchie, quien ganó su lugar en la avioneta a regañadientes de Allsup que tendría que conformarse con viajar sobre ruedas.

Intenté una vez más convencer a Buddy, argumentando esta vez algo tan extremo como “un mal augurio”. Quizás después me tildaran de adivino, o en el momento de extremista, pero poco me importaba si funcionaba.

Por supuesto, no funcionó.

Me quedaba la opción de sabotear el vuelo, algo no muy sencillo dados mis nulos conocimientos de aviación. ¿Cómo saboteás una avioneta? ¿Levantás el capot y desconectás el primer cable que veas? ¿Y si eso no impide su despegue sino que genera una falla en pleno vuelo? Estaríamos ante la misma situación, pero esta vez con un responsable directo de la catástrofe.

La única opción era, pues, hacer que Buddy ceda su lugar por el de otro. Un objetivo altruista sería ofrecerme a mí mismo, dar mi vida por la de aquél a quien admiraba. Y no les voy a mentir, de verdad lo pensé en un momento, pero decidí que todavía hay muchas cosas por hacer en mi futuro (y mi pasado) como para sacrificarlo todo aquí y ahora.

A mi pesadez, opté por sugerir el nombre de Carl Bunch, el baterista con los pies congelados. Argumentando justamente la importancia de unos pies sanos en un baterista, sumado a que otro viaje en el bus podría empeorar su condición, intenté convencer a Buddy de que intercambiara lugares con Carl. Todo esto ocurría mientras el baterista esperaba en el bus, y Buddy subía los escalones de la avioneta.

Me miró, lo meditó por unos segundos, me sonrió y, acomodándose en la butaca de la avioneta, me dijo “That’ll be the day”.

Escrito por Pablo Grabarnik para la sección:

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