/Tierna y dulce historia de amor: Un beso y media vuelta, despedida sin sabor amargo

Tierna y dulce historia de amor: Un beso y media vuelta, despedida sin sabor amargo

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Estaba aún consternado por la situación y la incertidumbre que rodeaba mi realidad, así que de decidí darme una ducha y cambiarme con la poca ropa que tenía para encontrarme con Maca, unos días después de aquel crudo y preocupante llamado. Asistía a tal encuentro parte por insistencia de Manu y parte por querer realmente dejar que mis pupilas dancen en la ternura de la mirada de Maca y ese momento de paz que me brindarían solo sus manos.

Salí del departamento y al empezar a caminar como una locomotora mi mente dio marcha a su labor, pensaba en que tan duro la vida acababa de golpearme, aunque pareciera que yo armé el escenario y llamé al contrincante para dar inicio a una pelea de la que sabía de antemano, no saldría bien parado, le había contado donde debía arteramente golpearme y en qué momento hacerlo. Tenía el status quo que muchos al ver anhelaban, y yo lo había alterado por completo, estaba jugando el juego de la vida en una anestesiada realidad y un día me puse de pie para patear el tablero, vaya si lo había hecho.

Hice una pausa, encendí un cigarro, miré al cielo y empecé de nuevo, ya de nada me servía acusarme y castigarme por lo que había hecho, reconocía mi responsabilidad en lo sucedido. Y una conversación conmigo mismo rezaba:

-¿Sos acaso el responsable de lo sucedido?

-Pues sí, lo soy. En mayor o menos medida.

-Bueno, entonces acá tenes las consecuencias. Enfrentalas, ignoralas, o carga con ellas el tiempo que quieras, es tu decisión. Sos causa y consecuencia de toda tu existencia. ¿Queres tomar tu tiempo en afligirte? Hacelo, llorá, gritá, corré, pero hacelo todo hoy, porque mañana será otro día y deberás levantarte y seguir haciendo camino con otra lección aprendida en el álbum de tu vida.

Caminé hasta la calle San Martín y por allí seguí hacia la peatonal, en el trayecto decidí detenerme pequeñas fracciones de tiempo a observar lo que el paisaje urbano me ofrecía, en una esquina una pequeña convención callejera de política, religión, fútbol, sociología y economía presidida por tres o cuatro longevos conocidos que mientras a uno de ellos le lustraban los zapatos marrones decían:

-¿Me vas a decir que con Perón no estábamos mejor?

-Los radicales tenemos que arreglar siempre los pedos de los peronistas

-Terminen un gobierno primero ustedes.

-Los sindicatos son una mafia.

-¿Vas a votar a los mismos ladrones de siempre?

-Los argentinos vamos a salir adelante el día que nos paguen por ser envidiosos y por quejarnos.

-Mirá Pepe, hagamos una cosa. Hacemos en casa un asado y lo discutimos con unos buenos vinos.

-Se va a poner dura la carne con estas discusiones sin propósito Raúl.

Carcajadas, palmadas en la espalda, apretones de mano y a seguir. Me fue inevitable pensar en que quizás sus vidas no eran un continuo jolgorio pero allí estaban a pesar de sus cargadas mochilas y sus diferencias para invitarse un asado y unos vinos. “La tierra que me vió nacer” pensé.

Al continuar unas cuadras más adelante sentí de repente un aroma a flores invadir mi existencia.

Me detuve y la vi a Gloria, o al menos así oí que la llamaban algunos transeúntes, preparando unos ramos de flores. Me acerqué y le pedí un ramo de rosas blancas y algunos lirios, sabía cuánto le gustaban a Maca. Comenzaba a sentirme animoso o al menos con el valor suficiente para afrontar lo que fuere que viniese al frente, creo que era porque todo a mí alrededor conspiraba para que así fuera y yo no me negaba a ello. Aun así podría notar que el paisaje guardaba algo de nostalgia en su esencia, de repente un recuerdo de la sonrisa de Macarena pasó frente a mí y algo de paz me arribó.

-¿Para una enamorada?- Preguntó Gloria con una sonrisa y con quizá la experiencia de ver la misma expresión en otras ocasiones.

-Pues si – Le respondí sonriendo con algo de vergüenza – Hace unos días que no nos vemos y presiento que este encuentro será especial.

– Con un buenmozo como usted puedo asegurar que así será. Solo no se olvide de lo más importante, una sonrisa, mirada fija y un abrazo.

– No lo haré, gracias por el consejo.

Nos reímos, le pagué y me despedí amablemente. Seguí mi curso por la peatonal hasta llegar a la Plaza Independencia. Aún eran pocos los peatones y ya comenzaban a instalarse los primeros artesanos que tan bien saben adornar y dar mística al lugar. Me senté en un banco a esperar.

La vi venir con la pintoresca fuente a sus espaldas, me enfoqué en ella caminando todo el paisaje se tornó borroso para mí, movía su cadera a ambos lados y era como si el mundo siguiera el compás de su caminar, su pelo castaño y lacio dejaba una estela en el viento. Me puse de pie como si me hubieran electrificado, sentía mil cosas cada vez que la veía, la estampida en mi vientre era una de ellas. Recordando las palabras de Gloria, una sonrisa en mi rostro se aventuró en busca de una de vuelta. A unos pasos ya de distancia sonrió y su luz me tomó por completo, la besé y le dí un abrazo, su perfume que jamás olvidaré, me embriagó.

– ¿Cómo has estado? – Le pregunté porque la notaba un poco distante, quizás era solo una sensación pero necesitaba asegurarme de ello.

– Bien… ¿Vos? – Respondió sin levantar la mirada y de manera tajante.

– Estás rara Maca ¿Está todo bien? – Ya comenzaba a preocuparme y la estampida de sentimientos en mi estómago había subido hasta mi pecho agolpándose y produciendo cierta molestia.

– La verdad no Quique, y por eso quise que nos viéramos lo antes posible. Hace ya unas semanas que realmente necesito que hablemos de algo y no tenía el valor de decirte cuando, aunque la verdad tampoco tengo las palabras para hacerlo. Quiero ser sincera con vos, como lo he sido desde el principio y la verdad no sé cómo decirlo. No quiero hacerte daño, no te lo mereces.

Tomé aire y pestañeando como en cámara lenta, agarré su mano aventurando mis ojos en encontrar los suyos, le dije:

 

– Tranquila, lo que tengas que decirme, decilo. Yo voy a tratar de entender.

– Quique mira, necesito que paremos con esto porque ya no puedo seguir. Siento que ya no va más, no es lo mismo que cuando empezamos y las abismales diferencias en nuestras vidas se resaltan sobre todo por la de la edad.

Podía comenzar a ver en sus ojos como se agolpaban las lágrimas, que eran solamente retenidas por una penetrante mirada y solo ella sabe cuanta fortaleza para no romper en llanto. Aunque siempre he creído que quien llora no carece de fortaleza, si no que la posee cuantiosamente. Esa mirada ahora me atravesaba con un trazo de desesperación que no buscaba una respuesta, sino más bien el perdón y la contención.

– Maca ¿hay alguien más? – En ese momento una amarga y descolorida fotografía de mi quiebre con Mariela había venido justo a mi mente y sentía el recuerdo de aquella escena tan trágica, tan amarga, tan destructiva. Podía sentir aquel recuerdo como un puñal en mi pecho, como un látigo en mi espalda y una soga que me ahorcaba. “Ahora te entiendo Mariela, perdóname” le rezaba a mi consciencia.

– Si Quique hay alguien más, y ya no puedo retener todo esto adentro mío. Te lo tengo que decir, porque he llegado a quererte más de lo que imaginaba y no soporto mirarte a los ojos y mentirte. Conozco hace varios años a Federico, hemos sido amigos desde chicos, he compartido mucho con él, y con exactitud no sé cómo pasó, bueno en realidad lo sé y voy a tratar de explicarte. Fue hace unas semanas, salimos a bailar con el grupo de amigos, yo no estaba bien y vos te habías desaparecido, Fede resultó ser mi confidente esa noche, hablé con el cómo no había podido hablar con vos nunca por el simple hecho de ser una “pendeja”. Yo necesitaba hablar con alguien, desahogarme y Fede estaba allí, vos no porque estabas con Mariela. Porque aunque no lo creas yo si pienso en que vos estás con ella Quique, vos y yo más que nadie sabíamos que esto en este momento de nuestras vidas no iba muy lejos, hacer todo a escondidas y sobre todo irme a casa sabiendo que dormís con alguien más, no poder hablarlo con alguien me estaba haciendo daño, y Fede estuvo para ser mi cable a tierra, sé que no es lo correcto pero así pasó.

Aun la tenía tomada de la mano, cuando comenzó a llorar, la abracé contra mi pecho y le susurré al oído cuanto la quería, no soportaba ver esas lágrimas en sus ojos, y la verdad no podía hacerla responsable.

– Maca, mírame – Tomándola de las mejillas y sonriéndole compasivamente continué – Te quiero y sobre todas las cosas no me permito ser motivo de calvario para vos, me has hecho muy feliz con tu dulzura, tu cariño, tu mirada y sobre todo tu sonrisa. Yo no puedo ni voy a detenerte. Ni hoy, ni nunca. Sos libre Maca, y te quiero siempre con esa libertad, tenés aún mucho que ver y mucho por hacer en éste mundo, repararás quizás en cientos de puertos y navegarás por numerosos mares, que nada te detenga, tu belleza proviene de tu libertad para volar como las aves, no la cambies por nada. Quiero pedirte que sigas siendo día a día esa mujer que conocí, que se maquilla de libertad y se viste de independencia, volá sabiendo que te quiero hoy y siempre. No olvides nunca que tu sonrisa rompió mis cadenas, y que yo no voy a amarrarte.

Sus lágrimas no cesaron pero ya no eran de un llanto de dolor que desgarra los músculos, eran lágrimas de esas que liberan mil cosas que no podemos decir. Esas que llevan suspiros del alma a algún lugar del universo, y vuelven convertidas en paz, de esas que se ven en las más dulces despedidas, sobre las que se hacen canciones, de las que si existiese un coleccionista de lágrimas, sin lugar a dudas serian su pieza más valiosa.

– Quique, también te quiero. Vas a ser siempre mi más dulce recuerdo, de la mano de esta aventura que hemos caminado y que estoy segura no ha terminado. Espero de verdad poder volver a verte algún día en otro tiempo, en otra realidad y tomar juntos un café como hasta hoy.

– No te preocupes, que si así debe ser, pues será mi ángel.

Maca rompió en llanto, podía ver cuánto le costaba el desapego, con su edad no esperaba menos, ella era una mujer maravillosa que había sabido hacerme navegar con la experiencia de un longevo capitán quien carga con historias en cada una de sus arrugas. Yo no soy de piedra y también sufría por aquella despedida, aunque sabía que era una despedida con sabor a reencuentro, no sé cómo ni cuándo, pero estaba seguro de ello. No es fácil soltar y dejar volar, pero es siempre lo más sano para ambos, y yo se lo debía a Maca. Intentar amarrarla era una misión con probabilidades de fracaso por donde lo viera, inútil y rebosante en cobardía. Tomando nuevamente sus mejillas, secando sus lágrimas y mirándola a los ojos le dije:

– Maca sos libre, volá. Te prometo que los dos vamos a estar bien.

Nos besamos y después de un abrazo en que pude sentir su alma se dio media vuelta y se fue sin mirar atrás. Sabía que era lo mejor para ambos, no por odio o rencor, si no por todo lo contrario, por amor, ni vano ni profundo era lo que me impulsaba a dejarla volar en libertad.

 

Parado en aquella plaza miré el cielo que se tornaba artístico, tomé aire y alumbrado por ya lo últimos rayos de sol y la luz de los primeros faroles que comenzaban a prenderse bajé el telón de aquella espectacular obra, no me sentía devastado, tenía una rara sensación de paz al haber dejado en libertad no solo a Maca sino todo lo que sentía por ella. Un confuso rumbo había tomado mi vida, guiado por mis decisiones, que claras o confusas, me habían llevado a algunos aciertos y otros tantos desaciertos pero de algo estaba seguro, confundido o no, con miedo o sin él, quería navegar aquel rumbo y dejar que todo siguiera su curso, que lo que quisiera venir, viniese y pues si algo debía irse así lo hiciera.

Sé que quizás muchos al leer u oír esta historia querrán juzgarme y arruinarme como solo el ser humano sabe hacer, no los detendría y tampoco voy a odiarlos. Yo más que nadie sé que fui el responsable de mis equivocaciones y cruelmente me proclamo culpable. Mariela fue el amor más grande de mi vida y yo la rompí en mil pedazos, solo puedo pedirle perdón y también dejarla volar para que ojalá pueda armarse de nuevo. Estar a su lado sería una mentira para ambos y un calvario para ella. Si lo que realmente quieren es juzgar mi vida por tan solo una pequeña parte de ella, adelante, pues si eso les hace bien no soy quien para decirles nada, estoy en cada una de estas letras, no iré a ningún lado.

Aunque no termina aquí la historia quiero contarles algo que deben y querrán saber, unos cinco años después salía de una reunión de trabajo y decidí ir a caminar por las calles de la ciudad. Con un cigarro prendido caminaba por los lindes de la pintoresca plaza España, cuando de repente una voz que me despertó una rara sensación en mis entrañas y mil recuerdos en la mente dijo frente a mí:

– ¡Quique! Qué lindo verte, tanto tiempo

– ¿Maca? – Tenía en frente a una hermosa mujer, se me dificultaba reconocerla por completo, aunque al verla a los ojos, encontré esa mirada dulce que me marcó para siempre.

– ¡Si! ¿Cómo estás?… ¿Tomamos un café?

– Dale.

Sonreí y caminamos hasta el café donde tuvimos nuestra primera charla, la veía sonreír y sentía como cada parte de mi cuerpo activaba su memoria, podía sentir sus caricias de cada una de nuestras noches, en cada centímetro de mi piel, estaba otra vez desnudo frente a su sonrisa, sus ojos, su perfume. No sé dónde nos llevaba aquel café, pero estaba feliz de estar allí con ella.

¿Continuará?

Entre acordes y letras, suele surgir la inspiración