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Todos los viernes del mundo – Parte 6

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Mechita:

A veces una ausencia nos trae una presencia, ese no es mi caso, esta ausencia de sentir hace que mi presencia no esté presente, o si (o no), o no me importa seguir contradiciéndome en un mismo párrafo porque últimamente me estoy contradiciendo en varios aspectos de mi vida.

¿Porque tiene que ser así? Por qué no puedo disfrutar de este momento sin sentir que vos estas lejos, o que yo estoy lejos, absorto y pensativo. Pensando en trivialidades, en decir si, no, tal vez, en encontrarle un sentido a esto, una vuelta de rosca. Calesita me van a terminar diciendo, bah, que manera de hablar cosas, esta cosidad ininterrumpida y este aparato que no me deja borrar rrrrr.

Ahora te escribo esto, después te voy a escribir aquello, otra cosa. La línea de pensamiento sin querer divide (es una línea) y ahí volvemos a la típica dualidad.

¿Bien o mal? No, es muy clásico… ¿Por qué no pensamos en una dualidad compartida? En la que el uno se confunda con el dos, el tres, y el cuatro también, uno y otro, sin ser iguales y manteniendo esa dualidad pero entrelazados, mezclados. Así. Así quiero estar con vos, negrita linda.

Y aunque me digas que no, que no se puede por la distancia, que ya pasó esto, que no me respondas, que la que pan con queso… sé cuánto me querés. O en realidad se cuánto quisiera que me quieras. Esta cosa de proyectar sentimientos en otro es como intentar ver en el espejo un pedacito de la persona que anhelas, y ahí terminan los sin esperanza, los desesperanzados amantes de espejos inventando un beso, traspasando el espejo hacia algo que está pero no es real. Como el amor.

Dale, dejate seducir con estas palabras y desnudate. Desnudate en prosa, en poesía, en una foto con el pelo mojado, en un mate a las cuatro, un beso a las seis y una ducha a las nueve. Volvé a ser la de antes, Mercedes, mechita, mechoncito de pelo. Contáme que está pasando. Acá no encuentro muchas respuestas, la facultad esta tan tranquila que asusta, siento como si algo estuviera ahí al asecho, la calma que antecede al huracán.

Soy tan invierno, tan seco, tan zonda, tan Mendoza. Las ganas de sentir el peso y el calor sobre mi cuerpo cuando duermo esta siesta tan mendocina, tan calentita, tan esporádica. Abrazame… ves que no puedo evitar pedirte cosas, exigirte. Será que no tengo amigos, o que no considero a nadie de esa forma, que nadie nunca me dijo te quiero, amigo mío.

Voy a dedicarme a estudiar, a dibujar, a tocar la guitarra, a cantar, a caminar por la vereda, a desayunar leche con azúcar y un pedacito de pan lactal. Vos, Mercedes, hacé lo que quieras, si querés olvidarme: recordame, si queres verme: cegate, si no querés nada… y si querés odiarme: amame tanto… tanto tantísimo.

Mechita, Mercedes, negrita. Estoy perdido, no sé bien como va a seguir el curso de mi vida. Te acordás cuando te dije que tenía una incertidumbre movilizadora, vamos para adelante, el mundo es nuestro, me gustan tus besos… bueno, ahora estoy temeroso, es incómodo. Si uno no sabe lo que busca no entiende lo que encuentra. Capaz ya lo encontré y no lo entiendo, o no, pero es una posibilidad que hay que eliminar, tachar con esa pluma firme, llena de tinta roja que fluye a través de mi.

Miráhacé lo que quieras, no quiero caer en el snobismo y el arjonaje de decir “te voy a esperar”, porque es mentira… no hace falta decirlo, siempre es así.

Te quiero, te aprecio, te mando un beso y una estampita de Charlie Brown que tanto te gustan… los viernes son tuyos.

Ramiro

 

«En la calle San Martin llena de hojas, naranja, seca, en esa bóveda de plátanos: La casa de alquiler en donde ahora duerme Ramiro. El roble anticipa el acceso y el buzón que está debajo del roble, vacío.»

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