/Una segunda oportunidad | Parte 2

Una segunda oportunidad | Parte 2

Leer el primer capítulo

Federico se asustó tanto que tuvo el impulso de huir, se dio vuelta para salir corriendo. Pero se detuvo, noto que la voz le era familiar y casi agradable. – ¿ Porque no te sientas y conversamos un rato? – entre la obscuridad se podía ver como un círculo amarillento de un cigarrillo se encendía por el suspiro de aquel hombre misterioso.

Federico se acercó al sector iluminado del escrito y sentó temblando.

– ¿Como has estado? – dijo la voz con una calma excepcional.

– Supongo que bien ¿Quién eres? – preguntó tímidamente Federico.

– Cada cosa a su tiempo viejo amigo – el hombre pitó su cigarrillo llenando la atmósfera de humo – ¿No te duele la cabeza?

– Siempre me duele.

– Si, se nota por como estas forzando la vista.

– ¿Puedes decirme por favor quién sos? – dijo Federico humildemente

– Yo soy un médico. Y estoy aquí para ayudarte, o tal vez no. Todo depende de vos. Puedo encaminarte pero no decirte exactamente que hacer.

– No entiendo nada.

– Eso si es extraño. Siempre fuiste perspicaz, entendías todo. O por lo menos lo más complejo, pero nunca fuiste inteligente. Lo más sencillo se te a escapado de las manos. Tienes que empezar a ver la vida de una forma diferente.

– Dame un ejemplo – dijo Federico sonriendo mostrando la letanía que lo caracterizaba, pero la charla le pareció interesante. Hacía mucho que nada llamaba su atención .

– Bueno como te digo es sencillo – el hombre pitó nuevamente y le preguntó – ¿Porque si hace tanto sufrís de esos horribles dolores de cabeza, no fuiste nunca a un especialista? ¿Porque si tú esposa es buena, la tratas mal y buscas conflicto? ¿Porque vives llenó de ira?

– Realmente no lo sé. Vivo enojado, no me alcanza la plata y cosas así. Soy bastante normal.

– Eso es algo que no entiendo de los humanos – dijo el hombre misterioso que apagaba su cigarrillo y encendía otro, por un momento sus manos salieron a la luz y Federico pudo notar un hermoso y elegante traje.

– ¿Ósea que no eres humano?

– Esa es la perspicacia que me encanta de ti. No lo soy, soy un emisario.

– ¿Y porque estoy aquí?

– Eso viejo amigo debes averiguarlo tu. En las puertas que quedan encontrarás una respuesta. Ahora vete – el cigarrillo se apagó y Federico noto que el hombre misterioso se esfumó en el aire.

Se levantó cuestionándose si esto era real o no. Cómo podía comprobarse a si mismo que estaba en un sueño muy loco o en un trance. Al pensar por un rato la cabeza le dolía más y sentía el martillo constante. El latido había vuelto, solo que esta vez el sonido era más claro. Se apresuró al salir por la puerta.

El pasillo seguía allí, lúgubre y expectante. Sintió incluso que el lugar había sido construido específicamente para él. Las puertas fueron enumeradas, se aproximó a la puerta número dos golpeó un par de veces y una voz de un niño clamó. – Adelante te eh estado esperando – dijo la voz segura y siniestra.

Se asustó un poco, pero no le dió importancia, tenía que salir de allí. Al abrir la puerta se quedó mirando como un estúpido que no entiende un chiste. Vió que detrás de esa puerta estaba la fabrica donde el trabajaba.

Se dirigió lentamente, el piso de tierra le lastimaba a los pies. Pero el asombro fue tan grande que el casi no lo notó. Recorrió toda la fabrica y no vió a nadie. El sol alumbraba desde lo más alto e inspiraba una hermosa sensación de calidez. Rodeó todo el lugar sin encontrar nada. Giró el redondo y vio que la puerta aún estaba allí. Recordó que la voz que le dijo que pasara. Fue la voz de un niño, estaba seguro y extrañamente la reconocía. Parecía un recuerdo muy lejano de algo que sepultó en el olvido, pero que volvió para atormentarlo.

Se paró en el medio del playón a lo lejos vio una casa blanca de dos pisos. Con muchas personas, aparentemente estaban celebrando algo. Al llegar se emocionó tanto que casi se puso a llorar. Su madre, que hacia ya 6 años no veía porque falleció de cáncer de mama, estaba allí radiante, joven y llena de vida. Un poco más a la orilla estaba su padre, quien los abandono a él y a su madre de pequeño; aún le guardaba un cierto rencor. No podía creer la escena que vivía, estaba lleno de sus familiares fallecidos, abuelos, tíos. Todo eso parecía un regalo, como si alguien quisiese alentarlo.

Avanzó pidiendo por favor que eso no sea un sueño, los extrañaba mucho. Sobre todo a su mamá. Se acercó y cuando estuvo a punto de llegar al lugar, su mamá se levantó, corrió donde estaba él y lo abrazó. Fue un abrazo fuerte y cálido. El no sabía lo que necesitaba ese abrazo hasta que llegó. Sintió como su mente se aflojaba y le dejaba de doler. Volvió a sentirse como un niño de 6 años que se acuesta con su mamá porque tiene miedo a lo que vaya a ver en la oscuridad. Para él ese fue un abrazo eterno, cálido y hermoso. Esa sensación quedaría guardada en su corazón por el resto de su vida.

Cuando soltó a su mamá vio que su papá esperaba su turno. Se secó las lágrimas por la vergüenza.

– Lo siento mucho hijo- dijo su padre que lo abrazó fuertemente. Federico casi no lo recordaba, tenía vagas memorias de cuando vivió con él. El abrazo fue firme y sereno. No con tanto aprecio como a su madre, pero si con discernimiento. Después de abrazar a su padre se unió a la fiesta y se puso al día. Le contó a todos ahí como terminó sus estudios, consiguió trabajo, se casó, etc. Por algún motivo el estaba con sus familiares fallecidos, pero ignoraba la razón. Es que a veces algo es tan bueno que nos cuestionamos si es cierto y por esa razón perdemos el tiempo para poder disfrutar lo que estamos viviendo, Federico sabía esto y no se cuestiono ni por un minuto el porqué de sus seres queridos estaban allí hablando con él. Hasta el momento en el que su madre cambio el tono…

– Fede .¿Donde esta Claudia? Hace rato que no la veo

– No lo sé mamá, no la eh visto desde ayer.

– Como que no hijo, fue al baño de la casa porque no vas por ella.

– ¿Al baño? ¿Adonde? – buscando con vista

– Allá – la madre de Federico levanto el dedo índice señalando una lúgubre morada que se erguía a sus espaldas junto a la casa que vio desde la fabrica. Federico se sintió estúpido al no darse cuenta de semejante casa tan cerca de ellos. Y ahí lo recordó, esa casa pertenecía a una película de terror que lo traumó. Trago saliva y comprendió que debía enfrentar ese miedo de una vez por todas – su madre agrego – Ahora ve a buscarla y recuerda que todos te amamos – Él noto como el tono de su madre paso de jovial y enérgico a débil y cansado, le recordó lo últimos días en que su mamá estaba este mundo.

Se levantó de la silla y se percató que las sombras estaban muy estiradas, la noche se aproximaba a pasos agigantados y no podía ver el sol. “¿Cómo es posible que estén estás sombras si el sol no se ve?” Pensó. Y por otro motivo, quizás instinto, no quería estar en esa casa de noche .

Entró al patio delantero de la propiedad, caminó por muchas hojas secas de árboles inexistentes, también se lo cuestionó. “¿Cómo era posible?”, además las hojas secas rompían la planta de su pie, la rascuñaban y rasgaban. Llegó a notar que dejaba un leve rastro de sangre a su espaldas, las hojas secas le cortaban la piel como si fueran hojas de afeitar desafiladas. Llegó a la puerta y una siniestra presencia abatió sus pensamientos, algo había ahí que lo persiguió durante toda su infancia. Le causo mil pesadillas al punto de no dormir por muchas noches.

Entró y notó que toda la casa estaba cubierta de hojas. Con cada pisada rompía más y más hojas, y sus pies se seguían lacerando. La obscuridad abarcó todo y solo una débil penumbra alumbraba los rincones de la casa. La visibilidad era tan pobre que apenas alcanzaba a identificar unos bultos. Caminó despacio hasta que tropezó con una escalera, subió por ella, paso a paso escuchando un pulso que latía al ritmo de su corazón, nuevamente la luz blanca lo encegueció. No podía ver nada y cubriéndose los ojos llegó a la fuente de la luz, tanteo una puerta y logró abrirse paso a una habitación.

El horror que sintió al ver la escena lo hizo flaquear. Un rastro de sangre de habría entre hojas secas. Parecía que alguien había arrastrado un cuerpo por el piso de parque lleno de hojas. Federico escuchó claramente como un niño dijo – ¡Hey! – al voltearse lo vió… no debía tener más de 6 años, sucio, de piel oscura y algo robusto. La mirada del infante era diabólica, parecía la de un asesino en serie.

El niño sonrió al mirar al Federico. Entonces éste le preguntó… – ¿Quién eres? – pero el niño no decía nada, solo mostraba una sonrisa siniestra. – ¿Que haces aquí? – y el niño gordo señaló el montón de hojas que había en un extremo de la habitación. Federico se acercó sin darle la espaldas al niño, hasta que sintió golpear algo duro con el pie. Quitó un poco de hojas y se encontró con el cuerpo sin vida de su esposa, estaba completamente lacerado, con sangre seca en todo su cuerpo parecía que estaba muerta desde hace una semana. Federico la tomó en sus brazos y comenzó a llorar, mientras que el niño lo miraba y se reía. – ¿Pero que mierda es esta? ¿Que mierda es esta? – gritaba Federico – ¿Que le hiciste hijo de puta?

Y el niño robusto solo reía a carcajadas, entonces Federico lo recordó. Su trauma surgió por una película que vio en donde un niño robusto estaba poseído y mataba a toda una familia. El niño se aproximó lentamente, sus facciones cambiaban. Su cara parecía ensancharse formando una cara grotesca similar a un gárgola. La respiración del niño se hizo más profunda y bramaba de ira.

Federico lamentó todo lo que pasó con su mujer, en su mente le pidió perdón, abrazó al cadáver y lo besó en los labios. Sintió como el frío del cuerpo de Claudia lo penetraba, era verdad… su esposa había muerto y por su culpa. Sintió asco de si mismo y se posó sobre ella. El niño lo tomó del cuello y comenzó a apretarlo mientras sonreía. Federico se descompuso, las pulsaciones volvieron al ritmo de su corazón y perdió el conocimiento.

Continuará.