/Una segunda oportunidad | Parte 4

Una segunda oportunidad | Parte 4

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Se lavó la cara y salió nuevamente del baño, pensó el volver a la pieza tres. Pero estaba cerrada. El hombre del traje salió de la primera habitación. Sonriente y con cigarrillo a medio fumar quedó parado frente a él.

– ¿Cómo te fue? – le preguntó emocionado.

– Dígamelo usted. ¿Como me está yendo? – el hombre del traje percibió la ironía, y la agresividad de Federico, pero también sabía que no iba a enfrentarlo. Le temía por algún motivo que no alcanzaba a comprender, el hombre del traje lo hacía temblar con solo mirarlo.

– Yo diría que más o menos, todavía no comprendes el motivó por el que estás acá. – le respondió desafiándolo.

– No entiendo objetivo de esto. – la postura de Federico retrocedió, y el hombre del traje le sonreía con malicia, pero con un cierto gesto de paternidad.

– El objetivo es conocerte a ti mismo Fede.

– ¿Quién es usted?

– Eso no tiene importancia. Solo soy un espectador. Pero temo que perderé tu visita a la cuarta habitación. Es una pena.

– ¿Se va? – le temía al hombre, pero le temía más al quedarse solo.

– Si, ya que estoy aquí aprovecho. Si terminas rápido solo me tendrás que esperar un rato.

– ¿Aprovechar para que?

– Para buscar a alguien. En cinco minutos vuelvo. Para entonces quizás ya hayas salido.

Federico no entiendo muy bien a qué se refería el hombre del traje. Se encontraba en apuros, escucho nuevamente las pulsaciones como si fueran latidos que estaban acordé con su corazón. “Muy bien”, pensó “cuarta puerta ahí voy”.

Cuando estaba a punto de entrar, una voz débil, similar a un eco que se está por extinguir en la ladera de una montaña le dijo.

– Mi amor no te vayas. -se escuchaba entre sollozos – Por favor no te vayas. – y Federico la reconoció, era la voz de su esposa.

-¡Claudia! – gritó. Pero notó que su voz no iba a ningún lugar, entonces comprendió que la única forma de salir de ahí era atravesando todas las puertas.

Tocó el picaporte y lo sintió muy frío, casi como tocar un pedazo de hielo. Al abrir la puerta el panorama era desalentador, se encontraba en su antiguo trabajo como cavador de tumbas. Llevaba puesta una campera de cordero y un jean con otro pantalón abajo. Era un día excepcionalmente frío, el aire polar que llegó a Mendoza esa mañana cortaba la piel con la que entraba en contacto. El día estaba completamente nublado eh iba a seguir así por tres o más días.

Se petrificó al verse de nuevo en ese horrible trabajo. Recordó haberlo dejado por un motivo, pero no sabía porque. Pasó hace muchos años y por algún motivo lo había olvidado, así como olvidó el incidente de la escuela. Entró al cementerio cargando su pala al hombro. El aliento se condensaba mientras caminaba en la fina capa de niebla.

– Buen día.- saludó Federico.

– Buen día Fede.- contesto Luis, el encargado de Federico. – Tenés que cavar tres tumbas. Trata de hacer dos para hoy porque a las 17 vienen dos acompañamientos.

– ¿Porque tres? – pregunto Federico.

– Por las dudas cava otra, uno nunca sabe. – dijo el encargado con un dejo de tristeza. – Tengo el presentimiento que hoy necesitaremos otra.

– ¿Usted también lo sabe? ¿El porque estoy aquí?

– Si muchacho y lo siento mucho. Nunca te culpe porque te fuiste, siempre admire los huevos que tuviste. Y perdón, de haber sabido lo que iba a pasar nunca te habría dado el trabajo cuando viniste a hablar conmigo.

– ¿Que es lo que va a pasar? – el tono de Federico se volvió impaciente y agresivo, pero aún así se notaba el temor en su voz.

– No falta mucho. Solo cava las tres tumbas.

Por la mente de Federico no surgió ningún cuestionamiento, pues no recordaba nada de ese día. Terminó las tres zanjas y mientras cavaba los mismos pensamientos volvieron a su cabeza. Se preguntó: “¿Porque todavía existían los cementerios si son una fuente de contaminación?”, “¿Que se sentirá morir?”, “¿Que habrá después?”

Terminó la última tumba extenuado y sin darse cuenta se vio parado allí mismo, junto a la tercer tumba, en la obscuridad, con el latido rutilante atormentándolo. Mil hojas secas que le golpeaban la cara, bramaron con el viento. Y vio como el féretro de su madre descendía lentamente y sus lágrimas caían sin que el las pudiese contener. Alguien lo abrazaba y sentía el frío en el cuerpo de la persona que lo tocaba. Era el alma de su madre, completamente blanca y cadavérica. Le sonreía con un ademán de entendimiento. No siento pánico por el rostro de ella. Si no una pena inmensa que no podía borrar. El alma de su madre descendió junto con el cadáver blanco y débil como en el momento en que ella falleció. Federico se hincó de rodillas frente a la tumba y vio como un compañero de trabajo tapaba para siempre el ataúd y como con cada palada, su corazón y cabeza latían más aprisa golpeando su mente como si se tratase de un percutor. Y como las malditas pulsaciones le reprochaban el haber cavado la tumba de su propia madre.

Se volteó y caminó lentamente hasta donde estaba la puerta, y en el camino recordó todo. Recordó el ACV que mato a su mamá, la quimioterapia, el tratamiento. Mentirle diciendo que se iba a poner bien. Pero tanto él como ella sabían que era mentira. Secó sus lágrimas, había bloqueado esos recuerdos y revivirlos fue devastador. Abrió la puerta y volvió a la casa que lo mantenía cautivo. Pensó el volver al baño, pero no lo hizo todavía le quedaban tres puertas y las tenía que enfrentar. Al salir vio otra vez al hombre del traje.

– ¿Que tal te fue?

– Mal.- respondió Federico llorando. – Reviví uno de los peores momentos de mi vida.

– Si, después de sepultar a tu mamá abandonaste el trabajo del cementerio y nunca más volviste a visitarla.

– Si, es que….- y rompió en un llanto que era inentendible.

– Tu mamá está mejor, hoy está descansando Fede. No lo entiendes. Pero algún día lo entenderás. Solo quedan tres puertas.

– ¿Porque no puedo irme ahora? – preguntó mientras se secaba las lágrimas.

– Podrías y lo sabes. Pero no te curarías del mal que agobia. – espetó el hombre. – En cambio si te enfrentas a todo esto que negaste toda tu vida, te garantizo que todo pasará. Es lo único que te va a curar.

– ¿Curarme?

– Si. No puedo decirte más, sería contraproducente. Ahora continuá, si quieres.

Federico se seco las lágrimas y vio como el señor del traje volvía a la puerta uno. Tomo un poco de aire y casi sin nada de ánimo volvió a abrir la puerta número cinco. Apareció nuevamente siendo un niño de no más de 8 años. Todavía tenía secuelas de la puñalada que le dio Nahuel. Vino a su mente un recuerdo fugaz de una sesión con el psiquiatra. El dolor de cabeza iba en aumento, casi no podía cerrar los ojos. Cada pestañear era como si estuvieran echándole agua caliente a los ojos. Vio el lugar y tuvo nuevamente un vago recuerdo. Era el cumpleaños de alguien, y recordó. Estaba en la fiesta del hijo que le daba trabajo a su madre como empleada doméstica. El niño que cumplía años ese día era un malcriado, mal educado, ostentoso y raquítico niño. Parecía un espantapájaros gordo, daba pena mirarlo, parecía que se quebraría por el simple hecho de caminar. Se encontraban jugando a verdad o desafío o algo así

Y Fede recordó ser el mayor de grupo con solo dos años de diferencia. Sin embargo aunque recordaba más que con las otras puertas no podía tener una idea clara de todo lo que iba a pasar.

– Te desafío – dijo Emmanuel, el niño mal criado – a que vueles.

– ¡Uhhhhh!- dijeron los otros 6 niños del grupo.

– ¿Pensas que soy pelotudo? – replicó Federico. -No voy a probarte eso, además. ¿Como lo haría?

– Fácil, tendrías que saltar del techo de mi casa.

– Y romperme la cara en el suelo.

– No boludo, yo ya lo he hecho y volé.

– Si en tu imaginación, infeliz de mierda. – dijo Federico y todos los niños repitieron el “uhhhhh” entre risotadas.

– Te lo demostraré. – respondió Emmanuel desafiante.

Entonces Emmanuel entro a su casa y subió al techo por medio de una escalera que estaba en el ático. Ningún adulto se percató de esto, estaban muy entretenidos fumando y conversando. Llegó al extremo más alto de casa. A casi siete metros de altura, se veía más insignificante allá arriba, aunque eso parecía imposible.

– ¡Bájate! – gritó Federico – Te vas a matar. – tomando conciencia de lo que iba a pasar.

– No, voy a volar. – respondió Emmanuel y se lanzó al vacío.

Se desplegó hacía adelante con las manos abiertas como si fuese un ave. Dos adultos entre ellos la mamá de Federico vieron la horrible escena. Emmanuel aleteó como buscando embolsar aire, luego quiso tomarse de algo mientras caía. El momento fue eterno para quiénes no podían creer lo que pasaba. Los latidos de Federico al revivir ese antiguo trauma aumentaron a casi 200 por minuto y vio en cámara lenta como el cráneo de aquel niño consentido se reventaba contra el piso como si fuese una piñata y como la sangre y sesos volaban en todas direcciones manchado con sangre y líquido encefálico a todos los niños que estaban cerca para ver el espectáculo.

El cuerpo de Emmanuel se estremeció un par de veces en una agonía macabra y perturbadora y los gritos de sus padres destruyeron el silencio del impacto visual de la escena, además corrieron a toda velocidad apartando todo lo que había en el camino. Y ese fue el adiós de Emmanuel a tan solo 6 años de edad. La madre de Federico lo tomo y rápido cubrió su rostro abrazándolo contra su pecho, aunque ya era tarde, el ya había visto todo inclusive como un ojo salía de la cara y quedaba pegado al cráneo solo por el nervio óptico. Su corazón latió con más fuerza. Su boca se seco y su cuerpo casi cayó al suelo.

Giró en redondo, la puerta reapareció. Federico la abrió y partió al pasillo, las náuseas fueron incontenibles, vómito y manchó todo el lugar.

Trastabilló como un ebrio que pierde el equilibrio y como pudo llegó al baño. Se sentó en el inodoro y los recuerdos lo atacaron. Lo peor era que cada trauma o recuerdo era peor que el anterior. El sonido de la cabeza del niño en el suelo y las sangre desparramado por todos lados y lo peor de todo el sentimiento de culpa. Lo corroía la idea de como pudo olvidarse de algo tan espantoso y solo un segundo después volvió a su memoria las sesiones de hipnosis impartidas por su terapeuta. Eso era, la hipnosis lo desligo de todo esos recuerdos y de la culpa por la muerte en ese cumpleaños e inclusive de toda su vida. Cada evento relacionado con la muerte posterior o anterior a eso, su mente lo bloqueaba automáticamente. Su thanatofobia, es decir, el miedo a la muerte.

Se quedó un rato en baño reflexionando el porque estaba allí. Revivía sucesos que lo marcaron de por vida y se dio cuenta que algunas heridas nunca, pero nunca sanan. Todavía faltaban dos puertas, estaba temblando del nerviosismo y ansiedad que era lo que lo aguardaba detrás de esa dos puertas. Volvió al pasillo y las pulsaciones también. Solo que esta vez las pulsaciones eran calmas, como un día despejado a la orilla del mar. Sentía como el dolor de cabeza pasaba de un simple palpito a un dolor sordo casi inofensivo. Tomo coraje, abrió la sexta puerta…

Continuará…

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