/Una segunda oportunidad | Parte 5

Una segunda oportunidad | Parte 5

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Se quedó un rato en baño reflexionando el porque estaba allí. Revivía sucesos que lo marcaron de por vida y se dio cuenta que algunas heridas nunca, pero nunca sanan. Todavía faltaban dos puertas, estaba temblando del nerviosismo y ansiedad… ¿que era lo que lo aguardaba detrás de esa dos puertas? Volvió al pasillo y las pulsaciones también volvieron con él. Solo que esta vez las eran calmas, como un día despejado a la orilla del mar. Sentía como el dolor de cabeza pasaba de un simple palpito a un dolor sordo casi inofensivo. Tomó coraje, abrió la sexta puerta detrás de ella tuvo una regresión, otra vez era un niño tenía solo tres inocentes años. Y se encontraba jugando con su perro en la parte delantera de su casa.

El lote tenía un frente de casi diez metros que daba a una calle poco transitada. El juego era sencillo. Consistía en lanzar la pelota y Mufasa, su mascota, iba a buscarla y así repetían el juego hasta el hartazgo. Recordó ese hermoso cachorro tan dulce y protector, detuvo el juego y lo abrazó tiernamente, mientras que el perro le devolvía el abrazo. No recordaba que había pasado con ese perro, solo que después de que se perdió nunca más quiso tener otro. Después de soltarlo volvió a comenzar el juego. Lanzaba la pelota una y otra vez, y Mufasa la traía de vuelta. Fue tanto el júbilo, la nostalgia que sentía por el animal, que no notó lo que estaba a punto de pasar. Más allá que en su mente era un tipo de veinticinco años, en ese momento tenía solo tres años. Ninguno se percató del sonido del motor que se escuchaba por la calle. Solo que de apoco se intensificaba, Federico lanzo una última vez la pelota con todas sus fuerzas y Mufasa salió en su carrera intentando atraparla antes de que está se detuviera. Fue entonces cuando el padre de Federico llegó en su Renault 12 y no pudo evitar el accidente.

– El perro apareció de la nada – le dijo a su mujer, que sostenía en sus brazos a Federico que lloraba desconsoladamente – lo siento mucho.

Mufasa se quedó quieto al ver que el Renault no frenó y por un segundo se volvió para mirar a Federico, cómo entendiendo lo que iba a suceder y despidiéndose hasta la otra vida . El pobre muchacho extendió sus pequeños brazos y recordó como creyó que podía detener el tiempo y sacar a su perro de ahí. El auto impactó al animal, que rodó bajo las ruedas del auto muriendo en el acto.

Su madre lo llevó a la cama, lo tapo y le dijo que Mufasa se pondría bien, lo llevarían al veterinario y que en unas semanas volvería. Pero él sabía que nunca iba ser así, lo creyó en el momento que le pasó la primera vez , pero no esa vez. Ahí entendió lo que era la muerte para él, un miedo abismal que nublaba su juicio en todo aspecto. Que lo arruinó y jodió en todo lo que se propuso en la vida. Incluso los dolores de cabeza, el cáncer que lo atormentaba. Todo por culpa del miedo a la muerte.

“¿Que pasara después de que cierre los ojos y mi último suspiro se esfume en la nada? ¿Cómo será ese día? ¿Ese momento? ¿Ese instante? ¿Me dolerá o no me daré cuenta? ¿Adónde iré? ¿Será cierto lo que dijo la religión? ¿Existirá la reencarnación? O simplemente la conciencia desaparece en este mar de mierda que llamamos tiempo. Que al fin y al cabo es lo único que tenemos, tiempo, de idealizarnos una vida, gastamos energías en responsabilidades, quejas, deudas y problemas que son insignificantes comparados con ese suceso tan nefasto, tan negativo, que destruye los pilares de una familia. La única verdad irrefutable que existe es que la muerte es una mierda y solo puede ser tomada como algo malo.” Pensó Federico mientras su madre lo acobijaba y le decía que todo iba a estar bien. Se durmió al instante y despertó nuevamente en el cuarto de baño.

La luz lo cegaba y la cabeza le martillaba infinitamente. Recordó a su perro y lo hechó muchísimo de menos, le dedicó un tierno pensamiento y salió nuevamente para encarar lo que sea que hubiese detrás de la ultima puerta. El dolor de cabeza era casi insoportable cuando al fin logro abrir la puerta número siete. Ingresó y se sorprendió al ver que nuevamente había un escritorio con dos sillas. Y el hombre del traje más misterioso que nunca estaba allí sentado sonriendo apaciblemente.

– ¿Cómo te fue? – preguntó mientras sonreía y terminaba un cigarrillo.

– Mal – respondió Federico penosamente – Muy mal.

– No creo que haya sido para tanto.

– ¿Que sabes? – farfulló Federico enojado.

– Fede – el tono del hombre cambio a un tono paternal que a Federico le gustó y no pudo evitar sentir que el hombre le agradaba. – ¿Todavía no comprendes el motivo del porque estas aquí?

– No lo sé y tampoco me importa sinceramente. Creo que me voy a quedar atrapado de por vida.

– Es verdad y puede que así sea. Pero te has preguntado el porque de tus bloqueos mentales, los dolores de cabeza, etc. Te apuesto que ahora mismo tienes uno que casi te cierra los ojos de lo insoportable que es.

– ¿Cómo te diste cuenta?

– Eso no tiene importancia. Lo que si importa y tienes que entender es que te has enfermado a ti mismo. Negaste tanto y reprimiste tanto tu miedo a la muerte que te generarse el cáncer. Y eso te está destruyendo ahora.

– Ósea que yo voy… – la idea de la muerte sonó fuerte en la mente de Federico, pero no pudo pronunciar la palabra.

– ¿Sabes que es lo más lindo de la vida? ¿Que la hace realmente especial? – preguntó el hombre sonando un poco soberbio.

– No.

– La muerte querido amigo. Lo que hace hermoso algo es que algún día se tiene que terminar. Si no todo lo que experimentas como tu primer beso, tu primer amor, tu primer dolor, la primera vez que haces el amor, sostener tu hijo en brazos, todo eso perdería la dulzura. Dejaría de ser tan importante, porque lo que hace hermoso cada momento, es el saber que todo va a acabar, que tus días son contados, eso te hace vivir más pleno. El problema es que la sociedad se a desviado y ven más importante el tener un auto nuevo que visitar a su padre enfermo. Como si el auto pudiese aconsejarlo cuando esté mal. O como si un bien material pudiera consolarlos cuando se abre la herida de perder a alguien que amas. En algún momento los humanos perdieron la fibra moral y no volvieron al camino.

Federico lo miraba pensativo, prestando mucha atención.

– Solo me queda por decirte, – dijo el hombre – que la vida a veces no es tan buena y la muerte tampoco es tan mala. Y ahora querido amigo – el hombre consultó su reloj de bolsillo – Se me hace tarde y debes tomar una decisión.

– ¿Cual?

– Todavía te cuesta entender. Yo voy a salir contigo de aquí y caminaremos por esa escalera. Tenes dos opciones, la primera es irte conmigo, que es lo que tiene que pasar. Y la otra es ir solo en la otra dirección.

-¿Quién sos? – preguntó Federico, que comprendió que estaba charlando con la muerte.

– La misma – dijo el hombre sonriendo.

– ¿Porque me ayudaste?

– Me fascina la mente humana, y a veces veo que necesitan un poco de ayuda. Cómo ahora con vos. Solo te di una perspectiva diferente. Para que comprendas del todo la situación.

Ambos salieron de la habitación y las pulsaciones fueron más fuertes y claras que nunca , caminaron por la escalera hasta la parte superior. La muerte lo observó y le dijo.

– Si vas por allá te espera un camino difícil e incierto – dijo mientras señalaba a su espalda – en cambio si vas por aquí, todo será mucho más fácil y sin dolor pero será el final del juego. ¿Que decidís? – le preguntó embozando una sonrisa.

Federico lo observó, pensó en todo lo que revivió y luego de un segundo una sonrisa surgió en su rostro, el dolor de cabeza se disipó para siempre y dijo.

– Perdóname, pero te vas a ir solo, tengo una esposa que amo y voy a pelear y a cambiar por ella.

– Esa es la actitud – la muerte sonría – Algún día volveré a buscarte, espero que estés preparado.

– Lo estaré – respondió Federico, lo vio por última vez como a un viejo amigo que nunca más volvería a ver. Volteó y las pulsaciones fueron cada vez fuertes y más nítidas, la luz cegadora se hizo más potente y abrió sus ojos en la cama del hospital. A su derecha Claudia sostenía su mano, él la apretó con fuerza y ella vio como Federico volvía a la vida.

– Los doctores dijeron que nunca ibas a despertar – dijo ella sollozando, mientras lo abrazaba tierna pero fuertemente. Federico sintió el abrazo y descubrió que el amor puro por su esposa no se había apagado, era más fuerte que nunca.

– Se equivocaron – dijo riendo.

– Perdóname mi amor voy a cambiar. Cuando te vi en el baño medio muerto me asusté tanto. Los doctores extirparon un tumor de tu cabeza, pero decían que no ibas a volver. Yo me quedé todo el tiempo hablándote, con la esperanza que me escucharás. No sabría como vivir sin vos.

– Yo también lo siento mucho Claudia, te prometo que voy a cambiar – miró a su izquierda, vio un saturometro y comprendió de donde venían las pulsaciones, rió y prosiguió – Te escuché a vos y al aparato ese.

– Por momentos el corazón se te agitaba.

– Lo sé – Federico prestó atención al umbral de la puerta de su habitación de hospital, y vio como un señor con un elegante traje pasaba con una niña y una anciana. El hombre se volvió y guiñó un ojo a Federico, él le devolvió la seña con un ademán de confianza.

– Estaremos bien – agregó mientras abrazaba a su esposa y se quedaban así por un rato.

FIN

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