Está lloviendo y ya no hay vuelta atrás. Las lágrimas se mezclan con la lluvia, miro hacia arriba, es de noche, nadie pasa, solo yo. Debo ir. Debo hacerlo.
Siento que la única que camina en este momento soy yo. Podría haber hecho las cosas muchísimo más diferentes.
Pero no lo hiciste. ¿O si?
No. Hice lo que hice y lo hice mal. Meto la mano en el bolsillo y lo tanteo. Está ahí donde lo dejé, y su filo me lastima el dedo índice. Caen dos gotas de sangre a la vereda que rápidamente se lavan. Todos me ignoran. Ya no.
Ya no hay vuelta atrás. Ya no.
¿Y si me pongo a correr marcha atrás? ¿Si hago de cuenta que nada de lo que me trajo hasta acá pasó? ¿Qué pasaría? ¿Que sería de mi?
Lo juraste.
Es cierto. Lo juré. Se lo juré llorando.
Un plan ejecutado a la perfección con la precisión de un juego de ajedrez bien jugado. Una cosa lleva a la siguiente, todo perfectamente organizado. Este es el paso final. Ya lo sé. Debo hacerlo.
Sigo caminando y recuerdo esa noche tan similar a esta, pero sin lluvia. Hacíamos el amor y con sus labios dibujaba mi figura. Esa noche fuimos uno. Esa noche cambió todo.
Cerré los ojos y me hizo jurarle que la vengaría. Solo Dios puede saber cuanto la amé y como por ella haría lo que sea. Esos malditos. Me la quitaron. Y acá estoy.
No hablaré del final. Por ninguna razón.
Es una herida que duele, que no se si encontrará la forma de cerrar.
La lluvia sigue cayendo y la venganza se hace cada vez más cerca.
Sigo caminando y ya no siento la lluvia. Pero sus labios quedaron marcados a fuego en mi alma, en todo mi ser. Quizá así sea mejor.
Despacio los veo desde la calle. Están tomando cerveza y viendo la televisión. Quiero que sepan cuánto por ella yo haría. Y si. Así debe ser.
Y así fue.
Esa noche fue diferente. Pero su sangre se mezcló con la lluvia y tiñó el pasto de rosado.
Quizá nadie sepa porqué. Pero hay amores que duelen. Y hay amores que matan.