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Un vómito sincero | Capítulo 2

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De un salto levanté la bocina:

– ¡Arriba bella durmiente! – era López-. ¡Soy López! Encontramos a la chica.

– ¿Qué? Donde? Todavía estoy dormido.

– Si ya sé. ¿Te podés vestir? Te espero abajo.

Había dormido vestido.

Bajé. López me llevó un café (uno de sus heroísmos). En el camino me mostró una foto de Lara. Era muy linda. Me recordaba un poco a María. La sonrisa perfecta.

– Es una desgracia que se haya topado con Zinadoff -dije-. Es terrible que seres bellisimos e inocentes terminen así.

– Bueno -balbuceó-. No hay que perder las esperanzas. Aún hay que hallarla.

Lo odiaba.

– Dijiste que la encontraron -me ardía el estómago-.

– Te dí un nombre y un rostro.

– ¡Pero no la encontraste idiota! Tendrías que haber dicho que sabíamos quien era.

– Está bien -dijo con voz aguda-. Calmate. Se que estas bajo presión con lo de María y todo esto pero…

– Callate gordo. Solamente… vamos a la escena.

Quería olvidarme de todo. Que todo aquello terminara. Soñaba con cruzarme a Zinadoff en la calle y encontrarle paseando, para luego, meterle 10 kilos de plomo en el cerebro. Irme de vacaciones a París, encontrar una pequeña francesa simple y hermosa, y no volver nunca. Pero primero, había que encontrárselo en la calle. Casi me reí de la esperanza.

– Por cierto gordo, ¿como la encontraste?

– Ah… Ahora si la encontré.

– Está bien, te pido disculpas.

– Esta mañana los padres denunciaron su desaparición… Si, ya se que tardaron, pero la chica salió de paseo con amigas, y dijo que no volvería hasta las 3 o 4 am, y que no la esperaran despiertos. Pero fueron a buscarla esta mañana a su cuarto y no la encontraron.

– Y, ¿como sabés que es ella?

– ¿Porque es rubia?

– No me digas que confiás en lo que dijo el inquilino.

López enmudeció.

– Oh, ¡por favor López! -dije con ironía-. ¿Viste los lentes que llevaba ese tipo? Mas grandes que culo de botella.

– Pero él dijo…

– ¿Que? -interrumpí- Seguramente Zinadoff no llevaba capucha como dijo. Apuesto que era una peluca.

López se sonrojó hasta su interminable frente. Seguramente se sintió un imbécil.

Proseguí:

– De todos modos no tenemos nada. Habrá que ver el tema de esta chica mas tarde.

Llegamos en auto hasta el callejón; solo se podía llegar a pie a la vieja estación. Parecía mas bien un viejo galpón abandonado donde por un lado pasaban las vías. No estaba dividido de ninguna forma.

De alguna manera preveía la ineptitud de los agentes. Habían cuadrado como escena la pequeña esquina donde estaba el charco de eyaculaciones, mierda y sangre. Y el revoltijo y las señales ínfimas alrededor; que podría haber sido provocada por la borrachera de un vagabundo o indigente. Había mas, sin embargo.

Habían huellas de sangre que recorrían la estación. Eran las pisadas de la mujer, y detrás, Zinadoff. Ella había logrado zafarse de algún modo, antes o después de que le cortase la garganta; la sangre no salía del charco, pero igualmente podían ser, y el charco habría podido seguir expandiéndose, tapando la pisada. Finalizaban donde estaba la bajada a las vías.

Bajamos. Tanta presión me había hecho olvidar que la tormenta del día anterior no había pasado. Seguimos las vías hacía el sur unos 50 metros. Había un bulto entre los hierros.

– ¿Ves? -dije mostrándole a López-. Te dije que llevaba peluca.

– Bueno… yo… creí -balbuceó el oso o alce.

López bajó la mirada y vimos al pequeño agente chillón correr hacia nosotros.

Llegó agitado. Eso hizo mas aguda su voz. Tenía un silbato en lugar de cuerdas vocales.

– ¡Encontramos a la chica!

– ¿Qué? -dije mirando a López-. ¿Otra foto?

– Basta. No me jodas.

– ¿Que dicen? No. Volvió arrastrándose a su casa, dios sabe como. Esta en terapia intensiva en el hospital.

López tuvo suerte esa vez. En efecto, era Lara la víctima.

De apellido Stiglitz. Tenía ancestros judeo-alemanes que obviamente vinieron por la hermosa política de inmigración de este país, y no por cualquier guerra.

Dejamos que se repusiera, y esperamos (con la desesperación del correr de los días, que parecían alejarnos más y más de encerrar a Zinadoff) que le dieran el alta y fuera a casa. Esperamos que descansara un día mas, y fuimos a verla.

Aún tenía marcas en su rostro por los golpes, pero igualmente me parecía adorable.

– ¿Les sirvo café señores? -dijo la Sra. Stiglitz. Era una ama de casa, gorda y pálida. No tanto como López, pero algo de eso había.

– Está bien Sra. Stiglitz -dije amablemente-. Pero luego, el Sr. López le va a hacer unas preguntas, mientras hablo con Lara.

– Está bien por mi. ¿Señor…? -preguntó la Sra. Stiglitz.

– Eh… yo soy…

– El mio mucha crema, mucha azúcar, por favor. -interrumpió el oso o alce-.

Lo miré con odio.

– Está bien. Enseguida vuelvo.-dijo marchándose-.

Le pesaba mi mirada.

– ¿Que?

– Sos un imbécil López, andá a la cocina a preguntarle.

– Está bien -se marchó-.

Casi no cabía en le pasillo.

En ese momento entró Lara. Me saludó amablemente y me invitó a sentarme.

No se como me sentía. Era hermosísima, pero como dijera López alguna vez, con cierta profundidad, tenia una belleza misteriosa. Algo en su expresión, indefinido pero algo claro a la vez por su impacto. No tenia nombre y sin embargo invadía todo mi sentir en aquel momento.

“Belleza misteriosa” pensé.

Es mas doloroso encontrarse con un sobreviviente que con un cadáver. En efecto, la sangre de las huellas eran del cuello de Lara. Zinadoff no habría cortado tan profundo cuando lograba zafarse.

Desgraciadamente, tuve que pedirle que describiera los hechos desde que salió de su casa.

– Salí alrededor de las 9 pm. Mis amigas vinieron a buscarme. Fuimos en taxi hasta el centro. Había una fiesta en un bar donde íbamos seguido -decía todo maquinalmente. Como si hubiera estado fuera de si misma, viendo imágenes en una pantalla, o en una pesadilla.

– Continúa, por favor -se había detenido-.

Comenzó a llorar.

– ¡Su cara! -dijo tapándose los ojos-.

– Es horrible, lo sé. Pero tenés…

– Era muy atractivo.

Quedé extrañado. Pero siguió relatando:

– No pasó mucho tiempo hasta que se me acercó a hablarme. Quedé hechizada desde que lo vi caminar hacia mi; hablamos cerca de una hora o más. Había perdido a mis amigas entre la gente, y él me invitó a pasear. Me sedujo de una manera increíble -parecía fascinada en su expresión-. Me dijo que fuéramos a su auto, después me agarró el brazo muy fuerte, y me arrastró unas calles hasta el callejón. Ya había comenzado a llover desde que salíamos del bar. Y luego…

Continuará…

Escrito por Armando Barreda para la sección: