/Un vómito sincero | Capítulo 4

Un vómito sincero | Capítulo 4

Picture taken at a crime scene in which five people -- including a high school student -- were shot dead in the suburb of La Haya, in northern Tegucigalpa, on April 15, 2013. In March 2012, the UN announced Honduras had the world's highest murder rate, at 82.1 deaths per 100,000 people, while a local observatory on violence put the rate at 86.5 per 100,000. AFP PHOTO/Orlando SIERRA

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Los días pasaron; me sentía profundamente frustrado. Pusimos carteles y avisos en todos lados con sus rostros. Eso nos llevó al lugar donde se ocultaban.

Eso fué la noche anterior a mi aplastamiento y mi profunda frustración. Huí de mi apartamento, quería huir de todo, pero aún quería meterle los 10 kilos de plomo que le tenía reservados. Salí a la calle. Corrí a la calle. Caminé sin un rumbo. El recuerdo de la noche anterior venía a mi en pequeñas ráfagas. Temía recordar.

Aquella tarde un agente de civil los reconoció en la calle. Había demasiada gente, así que solo decidió seguirlos hasta donde fueran a ocultarse. La discreta persecución lo llevó hasta una enorme casa abandonada a las afueras de la ciudad. Al instante nos llamó, y al instante estuve ahí con cinco hombres del equipo de asalto. Les dí un objetivo: entrar en la casa y detener como fuera a los sospechosos.

Tres entraron por la puerta trasera y yo entré con otros dos por el frente. El hombre de civil había sido llamado.

La casa estaba completamente a oscuras y tampoco tenía electricidad. Yo había olvidado que Zinadoff había sido uno de los bastardos mas sanguinarios de la mafia rusa, y que nunca se supo como escapó del río, luego de que lo arrojaran amarrado y envuelto en una alfombra.

Aunque teníamos linternas, las tinieblas eran impenetrables. Fue acabándonos uno a uno. Tengo recuerdos inconexos. De pronto algo nos tumbó a mi y al hombre que tenía al lado. Oí disparos y gritos de auxilio. No se cuanto tiempo estuve en el suelo mirando a la nada, al final solo oía mi respiración y el arrullo de la lluvia golpeando el techo.

– De estas muertes si que no van a poder acusarme.

– ¿Que? ¿Por qué?

– Entraron sin permiso a mi propiedad.

Escuché sus risas, sus frases hirientes y me levanté de un salto. Una puerta golpeó al cerrarse. Confié en mi instinto y pude salir por atrás. Le disparé a la obscuridad, pero no le di a nada. Habían escapado.

Aún horas después no despertaba de aquel sopor. Estaba tan cerca y los perdí.

Sucedió lo imposible.

Me descubrí frente al callejón por donde se iba a la vieja estación. Estaba apoyado en una pared y desde la vereda opuesta, vi a Lara entrar y hundirse en las sombras del callejón.

– ¡Alto, Lara! -corrí desesperado-. ¡Pará!

Corrí ciego chapoteando en los charcos del callejón, hasta sentir que el agua ya no caía en mi cabeza sino en el techo, y el olor a abandono me angustió hasta lo mas profundo.

Aún mas me angustió la presencia de una mujer inconsciente, amarrada y herida en una esquina que reconocí por su suelo. Aún tenía pulso. Le prometí volver.

– ¿Otra vez jugando en la oscuridad policía? -farfulló Zinadoff-.

– ¡Da la cara!

Oí su risa girar a mi alrededor. Se burlaba de mi, me golpeó hundido en sus sombras, tan conocidas. Yo solo disparaba a la nada y lanzaba puñetazos al aire. Sentí su respiración detrás de mí y logré tumbarlo.

– ¿Que vas a hacer? -dijo-. ¿Me vas a matar? Sabemos que no…

– ¡¿Que no podría?! -le grité con todo mi enojo-.

Un trueno hizo estremecer todo el lugar. Me asusté al igual que él y di un paso en falso hacia atrás. Caí a las vías. Dio un salto y corrió hacia el sur como antes. Le seguí a toda velocidad.

– ¡Alto!

Conseguí herirlo en una pierna y dejarlo de rodillas.

– ¿Donde está Lara? -pregunté-.

– Si todavía tengo suerte -rió-. Atrás tuyo.

Los papeles se invertían. Me quitó mi arma luego del golpe en la cabeza. Pareció arrepentirse (eso fue peor) y la lanzó a un lado.

– ¿Sabes que policía? Voy a disfrutar esto.

Nunca me alegré tanto por verlo.

– Subite los pantalones, hijo de puta -dijo López-.

El oso o alce todavía tenía vendada la cabeza.

– Lara -dijo impasible-. soltá el cuchillo y Zinadoff se queda entero.

Todo pareció ralentizarse, y al final resumirse en miles de acciones encerradas en un par de segundos.

Vi la sombra de Lara empuñando el cuchillo y pude rodar hacia un lado. López le disparó en el hombro a ella, y Zinadoff empuño un cuchillo oculto en su tobillo. Me di cuenta que había rodado sobre mi arma, y conseguí darle en la sien. La camisa del oso o alce quedó empapada del asesino.

Sobre la ciudad luego se elevaría la tenue luz de los días de lluvia, el viento fresco, el haber conseguido llegar al final de esto, Lara herida, quejándose de dolor, el oso o alce presumiendo sobre su aparición, por otro lado salvadora como nunca antes, siempre oportuno, sacando su héroe para ayudarme, y yo, comenzando a soñar, envuelto en el sentimiento de que todo había terminado, que aquella loca perversidad que inundaba la ciudad había sido detenida y eliminada por nosotros.

– Supongo que París no será mucho pedir.

– ¿París eh?

– Si, París.

Amanecía.

Miramos juntos hacia arriba, incluso Lara. Las sirenas se aproximaban.

– Mira López. Dejó de llover.

F. G. C. 2017

FIN

Escrito por Armando Barreda para la sección: