– Estoy solo y no hay nadie en el espejo. – Jorge Luis Borges
Caminaba por una calle oscura, anónima. Silbaba bajito para sacarse el miedo y que las sombras fueran solo oscuridad y no presencias escondidas. Una melodía sin sentido salía de sus labios, música balbuceada.
Se le crispó la piel en un segundo electrizante. Su oído le susurró el mismo fraseo musical a su cerebro como si fuese un eco, pero no lo era. Hizo un silencio y después silbó algo al azar, si es que eso fuese posible.
Desde la oscuridad le volvió el mismo sonido rebotando por el piso como una pelota de goma, y se detuvo a sus pies. Hizo como si no le prestase atención.
Caminó unos metros más y sospechando algo se paró. Alguien repitió la acción en las penumbras. Un contorno se adivinaba en lo oscuro, ahí, a no más de tres metros. Aterrorizado tragó saliva intentando vislumbrar la silueta parada frente a él.
El planeta giró en su eje, como lo hace generalmente, e instó a que los vientos corriesen. Por eso las nubes se estremecieron de frío, por la corriente de aire, y se fueron a buscar un lugar más caliente. Entonces dejaron a la Luna desnuda y asustada que dejó escapar un poco de luz, y mojó un poco a la noche. Esto, abajo, en el piso, no pasó desapercibido y la calle oscura dejó de serlo un poco. Lo suficiente para que el asustado hombre pudiese descubrir lo que había frente a él mismo.
No podía creer lo que veía. Estupefacto se descubrió a sí mismo tres metros más adelante, mirándose con la misma cara de incredulidad. Dejó escapar unas palabras pasmadas.
– Vos… No es posible –
Entonces, con la misma desesperación, se contestó:
– Sov… On se elbisop –