/Y desaparecí…

Y desaparecí…

Dicen que los secretos dejan de ser secretos después de que los contás, yo creo que los secretos son las cosas malas de las personas. Uno… por mas que sea con buenas intenciones, su propia naturaleza es ser malo y esconderse. Soy una montaña de ellos. Todos apilados ordenados para que ocupen menos espacio, por ahí se me escapan detalles sospechosos, por ahí dejo entre todo, ver que tan malo puede convertirte tener secretos. Pero, ¿ser una persona solo hecha de secretos… te hace una mala persona?

Creo que al fin tengo el valor de admitir el peor, el único que me atormenta todas las noches, que me desvela, que creí poder superar, pero la cabeza parece querer concentrarse en todo eso que representa una puntada a la conciencia. En fin, la historia empieza así…

Crecí, dentro de todo, como todo el mundo en un ambiente familiar tranquilo. Donde recuerdo bien todos los domingos levantarme temprano con el olor a tostadas recién hechas, un café con leche elaborado con todo el amor de mis viejos y tener una paz que a partir de ahí nunca en mi vida existió, los domingos para mi siempre fueron especiales. Pero dentro de toda esa paz, y el amor familiar, hay algo que no se enseña nunca, y es el odio. El odio es uno de los motores de la mayoría de las acciones malas que uno ejerce en la vida, odio a algo, odio a alguien.

Era feliz, los domingos… pero los días de semana eran el infierno mismo, todavía recuerdo su cara, éramos solo niños, que se yo, pero mi odio era intenso. Siempre fui su chiste preferido. No sabia defenderme de cuando venia acompañado de su séquito de subordinados a encerrarme en el baño del colegio, a ponerme apodos para que se rieran de mi. Lo peor desencadenó después de varias veces que decidí no participar en el partido de fútbol del grado entero en clase de gimnasia, me sentaba en un escalón y miraba, para ese entonces, al profesor no le molestaba porque a todo lo demás cumplía. El odiado, Gonzalo, incitaba a todos a burlarse, porque no cumplía con su estereotipo de hombre, uno que se expresaba solo con fuerza bruta.

– Dale mariquita – uno…

– ¡¡GOL!!! – mientras corría y me gritaba al oído. Dos…

Pelotazo directo a la cara. Tres.

Me paré, mi odio se incendió, caminé hacia el pensando en cuando iba a disfrutar verlo sufrir, nunca había sentido algo como eso, no merecía ser tratado así solo por no pensar como el, o ellos. Pero por Dios que satisfacción.

Resultó en un ojo morado durante una semana y aprender que el bife frío para los hematomas no sirve para nada, mi cuerpo a esa edad, menudito, no ayudó tampoco. Pero por dentro era fuego, me había grabado de por vida, que eso no iba a quedar así como así.

Cada noche, por el resto de mi vida, fui planeando los movimientos que hacer. Y pasaron años, años con odio reprimido, años con el juramento de verlo sufrir. De alguna forma le iba a probar que la fuerza bruta no gana solo por ser fuerza bruta.

Cumplí 20, por suerte crecí bien, siempre entrené, nunca me quede quieto y me desarrollé, pasaron años, Gonzalo no se acordaba de mi, desde la primaria había pasado mucho tiempo y ya no cruzábamos ni miradas de odio cada vez que me lo encontraba por casualidad en las calles de mi barrio. Era un total desconocido para él, perfecto.

El primer paso que tomé fue crearme un perfil falso en Linkedin, me parecía la forma perfecta de entablar algún tipo de contacto sin que él sospechara, era de una empresa relacionada a su rubro. Un par de fotos descargadas de bancos de imágenes de Internet y pan comido, no era una persona que tuviese mucha idea de todo lo que se puede hacer por Internet. Le mandé un e-mail, que había sacado de su Facebook ofreciéndole un trabajo soñado, inventado para una persona de su tipo, poco laburo y mucha plata. Así piensa la gente que no avanza.

No fue muy complicado captar su interés, nadie lo hubiese hecho si se le presenta tal oportunidad, lastima que era todo falso y eso me generaba placer, pobre. Me contestó a la hora de haberle enviado el mensaje. Benditos sean los smarthphones con todo sincronizado. Acordamos vernos por supuesto en un lugar que yo había determinado hace años, este era el momento per-fec-to.

Por suerte el no contaba con auto, el taxi estacionó, el se bajó y el chofer emprendió la marcha al instante, mientras yo esperaba y miraba por la ventana, en el departamento de mi abuela, que había dejado libre casualmente por un viaje, estaba pleno, disfrutaba tanto que todo saliera como me lo propuse. ¡Cuanto me motivaba el odio! sonó el portero. Atendí concentrándome en esconder la sonrisa más satisfactoria de mi vida.

-¿Si?- pregunté a través del portero.

– Hemm si, soy Gonzalo, hablé por e-mail con la chica de recursos humanos, vengo a la entrevista.- Yo era un mar de gozo.

-Si, adelante, la primera puerta a la izquierda – a continuación, le cedí el paso y el encaminó directo a lo peor que le iba a pasar en su miserable vida.

Abrió la puerta, con inseguridad e hizo bien, nunca se hubiese esperado encontrarse con el fierro que me encargué de envolver en cinta aislante para ensordecer el golpe. El trazado fue directo a la sien, con la suficiente fuerza con la que uno espera causar un grave daño, seguramente alcanzó a reconocer mi cara en el mismo momento en que se cerraban su ojos a la inconsciencia. Su cuerpo cayó en seco contra la puerta generando un sonido sordo y pesado, me apure a empujarlo adentro de la habitación al mismo tiempo que me puse a desparramar libros en el pasillo con el pie.

Abrió la puerta la vecina de enfrente, curiosa del sonido que generó Gonzalo. Lo único que encontró fue al nieto de la señora de enfrente recogiendo libros, lo saludó con un asentimiento y siguió con la novela de la tarde.

Procedí a repartir un nylon sobre la sala, y de la viga del techo colgué una soga, un extremo suelto y el otro un nudo de correa, se lo pase por su cuello que con peso muerto me costó muy poco por la adrenalina de todo. Tenía una expresión de paz, quería despertarlo y que notara lo que estaba viviendo, quería que viera el resultado de todas sus acciones. Empecé a tirar de la soga, Gonzalo no ofrecía resistencia alguna, parece que el golpe fue demasiado fuerte, una lástima. El cuerpo quedó suspendido a medio metro del suelo, colgado del cogote, vi como lentamente se agolpaba la sangre en su cabeza. De repente el cuerpo se llenó de espasmos, intentaba dar bocanadas de aire fallidas. Abrió los ojos, me miro fijo mientras sus uñas rasguñaban su propia piel al tiempo que intentaba aflojar el peso de la cuerda en su propio cuerpo, solo hizo empeorar todo y hacer mucho mas rápido que se calmara. Sus ojos quedaron abiertos, rojos, fijos en el mismo lugar buscando seguridad. Que euforia tenía adentro mío, significaba tan poco para mí su ser, había pensado tanto en este momento. En todo lo que seguía, en sus repercusiones, todo.

Calcé guantes descartables y busqué un cuchillo, probé el filo, no era suficiente así que me puse a afilarlo mientras el cuerpo se movía lentamente en un movimiento pendular, ese momento que me demoré me ayudaba mucho. Recogí una palangana y la puse debajo de el. Con el cuchillo rasgué la remera, intenté hacerlo con sus jeans pero era demasiado duro de cortar, simplemente se los saqué, verlo desnudo me llenaba de gracia, siempre le tuve rencor a alguien que pensé que era mas que yo por mucho tiempo y al final, comprobé que era peor de lo que creí, fue tan fácil todo. Fue como cortar un bife, abrir un tajo en la ingle para dejar drenar la sangre.

Mientras esperaba me senté, me dediqué a publicar estados en mi perfil, reírme con la gente que me seguía, del otro lado todos se divertían con un tipo que no conocían, capaz de tener secretos gigantes como iba a ser este. El goteo paulatinamente fue disminuyendo. Sus ojos seguían en la misma posición, totalmente secos e hinchados casi saliéndose de las cuencas. Me resultó hasta divertido, sus facciones estaban trasformadas. El goteo cesó. Vacié la palangana en la ducha al mismo tiempo que mezclaba la sangre con agua y me aseguraba de que no quedara ninguna mancha de los coágulos que se habían formado con el tiempo mientras tarareaba “seven nations army”. Dispuse a Gonzalo en el piso después de descolgarlo, mientras le retiraba la soga. Que pinta fea tenia. Hasta hacia una mueca graciosa. Tenia que limpiar todo, fui cortando de a secciones, de la rodilla, por la cadera, las manos, los brazos y por ultimo al cabeza, que me costó mas que nada desprender la columna vertebral y tuve que hacer palanca con el cuchillo entre las vértebras. Un olor ferroso se impregnaba en todo el ambiente. Por ultimo quedaba el torso. Lo dejé para el final y me dispuse a pelar la carne de los huesos con el cuchillo. Si no hubiese sido por los pelos de las piernas, hubiese sido como pelar un pollo, pero ese detalle fue desagradable. Separé la carne en una bolsa de consorcio aparte de los huesos que dejé sobre el nylon, para que tomaran el aire que necesitaban. Estaban libres como yo de mi odio. Dejé la cabeza de lado imposible de pelar, y me puse a trabajar con el torso. Abrí el esternón cortando entre cartílago y cartílago.

Me armé de valor y partí el hueso de la cadera con una patada, agarré la traquea y tiré para que salieran las viseras completas tuve que cortar la parte del intestino delgado y las arcadas se hicieron incontenibles. Al final solo quedó una maraña de huesos, 60 Kg. entre carne y huesos, junté todo en diferentes bolsas y me dispuse, a través de varios viajes a cargar todo en el auto, la bolsa con carne en el asiento del acompañante y los huesos con la cabeza atrás en el baúl y arranqué con orientación al Challao. Por suerte la noche escondía mis acciones sospechosas. Primero me deshice de su ropa en un canasto de la basura común, cuando nadie veía y en el camino fui tirándoles pedazos de carne a los perros que veía sueltos, varios miraron curiosos, pero pensaban que era una suerte de regalo a los perros, ninguno se acercó a ver que era en realidad.

Vacié la bolsa de huesos y conduje hasta perderme de la luz publica y de ojos de transeúntes ocasionales. Bajé del auto, con la bolsa al hombro y la cruz, me perdí por las jarillas, no iba a adentrarme tanto, no era necesario. Dispuse la cabeza sobre una piedra y a golpes desarme el armazón del cráneo y la masa encefálica se mezcló con la tierra haciendo grumos grisáceos de barro alrededor de la escena. Le quité toda forma de cráneo, que en caso que lo encontrara algún animal salvaje, nadie lo reconociera ni levantaría sospechas. Al fin de cuentas esperaba que algún animal salvaje se hiciera cargo de los huesos y que se perdieran por ahí. Me saqué los guantes endurecidos de sangre, me sacudí la tierra y volví al departamento, era oscuro y de madrugada, el ambiente estaba cargado con el mismo olor de antes, nada que un ambientador no solucionara. Pero esa noche dormí como ninguna otra.

A la semana, los noticieros se llenaron de imágenes de Gonzalo, con gente que los había visto por última vez, con el testimonio del taxista, con su familia haciendo alusión a una marcha por justicia, justicia que yo mismo llevé a cabo. Mi justicia. En el informe hablaban de las incautaciones de la policía porque su familia sabía sobre la propuesta de trabajo. Yo, anticipándome había borrado cualquier tipo de vinculo, por eso borré mi cuenta en Facebook, en la misma que tenia registrado el vinculo de Linkedin.

Durante dos años, viví expectante de haber provocado un daño irreparable a mí, y a mi familia. Pero estoy liberado, viví todo este tiempo esperando a poder contar, de mi Paz.

Volví y ya no hay ninguna prueba contra mí.

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