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3 mitos científicos de Mendoza

Ustedes no me conoce, y yo no los conozco. Llevo años registrando la actividad científica en Mendoza, tengo archivos que el vaticano envidiaría. La semana pasada un amigo porteño me dijo “che boludo, ¿ustedes ashá en el campo no hacen nada boló? ¿No aportan nada boló?”, y yo me puse como loco. Después de mandarlo la concha de su porteña hermana, decidí empezar a sacar a la luz algunas de mis experiencias con la ciencia mendocina, para que todos vean que no tenemos nada que envidiarle a nadie. Hoy les cuento 3 que tenía escritas en las últimas hojas de un cuaderno de la secundaria: 

Vino + sandía
En un galpón en el medio de Bermejo, una mañana muy tranquila, vi una de las cosas más fuertes de mi vida. Un tipo que se hacía llamar “el doctor” con su ayudante quisieron desmentir el mito de que el vino mezclado con sandía es explosivo.  El doctor me explicó, recorriendo a los pedos las hojas amarillas de un cuaderno “Gloria” llenas de dibujos y fórmulas químicas, muchas cosas que no entendí, recuerdo palabras como “exotérmico” , “peróxidos”, “polifenoles”, “radicales libres”, “peronistas libres”, y cerró con un contundente “la realidad es que la iglesia no quiere que sepamos que la mezcla es un potente afrodisíaco”.

“Que lo parió” pensé yo, y me preparé para ver lo que pensé que iba a ser un pedazo de historia…

El ayudante se empinó media caja de Termidor™ al mejor estilo Chris de Lugano (chequear youtube para entender la referencia), cortó una rodaja de sandía, y le entró. Con toda la tranquilidad del mundo empezó a escupir las semillas y por ahí me dice “cazate este eructo”… Fue lo último que dijo.

Por suerte el gobierno se movió rápido, los medios ayudaron y ahora mucha gente recuerda ese 5 de agosto de 2006 como el día del “zarpado temblor”,  yo lo recuerdo como el día que tuve que juntar al ayudante del doctor en pedacitos. 

Música en las vides
Todos somos conscientes de que Mendoza es equivalente a vino, y como no podía ser de otra manera, hay mucha movida científica alrededor de la producción de esta hermosa bebida. Hace un par de años, en el INTA estaban investigando formas de aumentar el rendimiento de los viñedos en ciertas zonas del este. Conseguí el número de un reconocido ingeniero agrónomo y le pegué un llamado. Se hizo el boludo pero después de un rato insistiendo me contó: “Probamos bocha de cosas, pasar música en las fincas por ejemplo, intentamos con clásica, heavy metal, cumbia, no sirvió ninguna. A un compañero se le ocurrió regar con agua bendita, no hizo nada, con pis de cura y con leche de monja tampoco. Al último intentamos con radioactividad… pero resulta que el vino no quedó muy apto para consumo humano, igual por suerte se lo vendimos a unos sanjuaninos que están acostumbrados a meterle cualquier cosa al vino (Ups, eso creo que no lo tenía que poner). Ahora estamos haciendo el último intento de estimulación, dame tu mail y te mando un video de prueba que tenemos”

Cuestión que le paso mi mail al tipo, y me pongo a darle “actualizar” a Hotmail a morir, pero no me llegaba nada. Al otro día lo llamo y le digo que no me llegó nada, “la puta madre, debo haber escrito mal la dirección” me dice, a lo que le respondí “bueno, ya fue, pero sacame la duda, ¿cuál era la técnica?”, y me dijo “No boludo, me quiero matar, Silvina Luna se va a poner como loca” y me cortó. Nunca supe nada más de él, ni tuve novedades de qué se trataba el video. ¿si alguien sabe me avisa porfis?

Caca atómica
Esta me la contaron porque yo no había nacido, pero de muy buena fuente les puedo decir que en 1807 el tátara tátara tátara tátara abuelo de un conocido presentador de la TV mendocina, Marcelo Alegría, tenía un laboratorio exactamente donde ahora está Johnny B. Good. Se dice que el tipo valiéndose de un rallador, un mortero y mucho huevo, fue el primer descubridor de la unidad fundamental de la que está hecho absolutamente todo, e incluso le puso nombre. Aparentemente un día se olvidó de cerrar una ventana, y mientras hacía caca, un soldado invasor inglés de apellido “Dalton” le manoteó los papeles y desde Inglaterra salió a decir que él había descubierto todo.

Totalmente decepcionado y con el papel higiénico todavía en la mano, el Marcelo decidió que ya no valía más la pena, y abrió una cadena de conocidos supermercados con el nombre que le había puesto a su descubrimiento: “Átomo”.

Dicen que si vas a Johnny B. Good y escuchás con ganas, podés sentir los gritos de Alegría cortándose las pelotas.

Escrito por Lalo Landa para la sección:

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