— Truco…
— Quiero.
— Vení a esta, Gordo.
— Voy.
— Quiero retruco…
— El canto es nuestro. ¿Vos qué tenés, Eugenio?
— La que te pasé.
— ¿Nada más que eso?
— Y una figura.
— Voy con el dos.
— ¿Vos tenías ipa, Gordo?
— Las viejas.
— Creo que tendríamos que haber cantado.
— Ustedes.
— Gordo, voy a tu seña.
— Bajá la figura, Eugenio.
— Ok.
— Gordo, ¿tenés un rey?
— Sí.
— Matá el caballo.
— Mato.
— ¿Van a cantar el retruco, o no tienen nada y estamos perdiendo el tiempo?
— Callate, Mateo. Eugenio, bajá el tres.
— ¿Qué tres, Beto?
— El tres que me pasaste…
— No, no te pasé ningún tres.
— ¡Me estás jodiendo, te mordiste el labio…!
— Tengo el labio paspado y me lo mordí toda la tarde, Beto.
— ¿La mano anterior tampoco tenías…? Ok, bajá la que tengas.
— Bajo.
— ¡Pero…! ¡El siete de espadas!
— Es lo que tengo, Beto.
— ¡Pero, forro, haceme una seña, la hubieras jugado tapada, no sé! La putísima madre que lo parió…
— Gordo, están cargados…
— No me digas, Mateo…
— Gordo, vení bajita.
— …
— Gordo, dale, bajita.
— …
— Gordo, qué mier…
— Miren la mina que acaba de entrar.
— ¿Y esa mina?
— ¿Esa no es la mina de este Fernando Mollens, el de la zapatería?
— Nah, ese es un tipo de mierda, no va a tener esa mina…
— Los tipos de mierda tienen esas minas, Mateo.
— No, Gordo, esa creo que la vi en… Sí, va al curso de velas que hace mi mujer. Estoy seguro, acá, en la calle Alem…
— ¡Mateo, no mientas más! Si la hubieses visto antes nos habrías llenado los huevos contándonos que la viste, que te miró, que estaba caliente con vos… Jamás viste a esa mina.
— Puede ser, Beto… Pero también puede ser que la haya visto en el curso de velas que hace mi mujer. Todo puede ser cuando se trata de ese culo.
— Es que es impresionante ese culo. ¿Estarán filmando una aviso?
— No, Eugenio, hay culos que son anónimos.
— Sí, tiene razón el Beto. Y son los mejores. Los mejores culos son anónimos.
— Bueno, está el de esta chica… ojo, el de esta chica… ¿cómo se llamaba…?
— ¿Tu hermana?
— No, forro, el de… ¡Keyra! Agustina Keyra, que tenía otro nombre…
— Julieta Machado. Sí, ese culo es póstumo. Pero yo conocí un culo mejor todavía.
— ¿Mejor que el de Julieta?
— Ajá…
— ¡Mateo, dejá de mentir, querés!
— Beto, de verdad. Y es anónimo.
— ¿Dónde lo conociste?
— Bueno, esteee… una tarde que llegué al laburo, esteee… Yo… Yo siempre iba por…
— Che, la mina viene para acá…
— ¿Qué mina, Eugenio?
— ¡La mina del culo!
— ¿Cómo que viene para acá?
— Sí, está vinindmndn…
— Perdonen, pero no pude evitar mirar que estaban jugando al truco.
— Sí, ¿querés jugar? Eugenio se estaba yendo.
— ¡Mateo, qué decís…!
— No se preocupen, le juego una mano a cualquiera de ustedes y nada más. Es para sacarme el antojo.
— Bueh… No tengo problema. Yo soy Mateo, ¿tu nombre?
— No, pará, Mateo. Vamos a hacer piedra-tijera-papel para ver quién le juega…
— Creo que es más oportuno que lo decidamos sacando la pajita más corta…
— Sos un desubicado, Gordo. Vos no jugás. Eugenio, Beto, vamos con el ya-pe-yú, ¿les parece?
— Dale. Ya…
— Pe…
— ¡Yú!
— ¡Yo!
— ¡No, yo!
— Chicos, esperen un momento. Vamos a hacer una cosa. Vamos a hacer una apuesta. Si pierdo me entrego al ganador esta noche.
— ¿”Te entregás” quiere decir que cogés?
— Sí, pero si gano, me pagan lo que consuma ahora, acá en el bar. No suelo consumir mucho. ¿Quién se anima?
— Eugenio, vos no tenés un mango, no jodas, siempre te estamos pagando el café.
— Mateo, no seas forro…
— Tiene razón Mateo, Eugenio. Quedás afuera. Esto es entre Mateo y yo.
— Beto, vos esta noche vas con tu mujer al cine, ¡ya quedaste!
— Lo cancelo en dos minutos.
— ¡Chicos, chicos…! Lo decidimos con una moneda.
—Yo soy cara.
— Yo seca.
— ¡Seca! Juego con vos, Mateo.
— ¡No-lo-puedo-creer-qué-orto-que-tiene-este-hijo-de-puta!
— Vamos, muñeca… ¿Cómo es tu nombre?
— Julieta.
— Julieta, cortá, por favor.
— Listo.
— ¿Quién es mano?
— Vos, Juli.
— Julieta.
— Perdoname, pero es que me adelanté y ya te estoy comiendo la “eta”, jajaja…
— Envido.
—Quiero.
— Treinta y dos.
— ¿Eh?
— Treinta y dos, Mateo. ¿Vos cuánto tenés?
— Son buenas. Este… Dale, truco.
— No quiero.
— ¿Eh?
— Que no quiero. Te gané. Dos-uno. Acá está el envido.
— Y… Y ¿cómo hiciste para…?
— Gracias, chicos. ¡Tulio! ¡Este chico Mateo me paga lo que consuma!
— ¿Mateo te paga?
— Sí, Tulio. Es un amoroso.
Se hizo un silencio raro. Se escuchó la silla correrse a unas mesas de distancia y enseguida a Tulio preguntar qué le pedía. Y ordenaba, y ordenaba, y parecía que ordenaba para cuatro personas. Mateo mezclaba mecánicamente, como quien deshoja una margarita de tréboles y corazones. Beto tosió con la boca cerrada y el Gordo miraba a la mujer a la cara. El culo quedó oculto por ella misma que se había sentado arriba. Eugenio suspiró y Mateo levantó la cabeza y los miró a los tres.
— ¿Se acuerdan del Chancho Va…? ¿Se animan?
Ya saben, muchachos, qué pasa cuando las mujeres se ponen a jugar en serio. Pasaría horas en ese café, Marcos.
Zippo querido!!! Sí, tal cual, es que cuando las mujeres juegan es cuando más hay que tomarlas en serio…
Tendré que aprender a jugar al truco… ¡Igual que Zippo, me encanta este café!
Sí, tenés que aprender a jugar al truco. El truco debería aprenderse a jugar en el primario… Gracias, Lore!!
hija de puta culona….
Genial mi hermano!
Impecable como siempre, Marcos. Las minas cuando se hacen las polenta generalmente les sale a las muy forras. Te mando un abrazo!
… que bueno que volviste a escribir… lo haces siempre genial!
que placer volver a leerte… pardié!!!
jajajajajajaja