Horacio era un gran ganadero de la zona; tenía tierras, riquezas y una gran familia. Un día de verano, una tormenta azotó su campo, a pesar de la ferocidad del clima, no sufrió daños mayores, y se quedó maravillado al ver que un arcoíris terminaba en la parte trasera de su terreno. Se desplazó hasta el lugar y al llegar encontró un duende con una gran vasija del oro. Horacio no titubeo, “tiene que ser mío”, pensó.
Corrió detrás del duende, éste al ver que un humano venía se quedó quieto esperándolo.
—¿Qué quieres, humano? —le dijo el duende casi burlándose de Horacio.
Horacio se detuvo un poco asustado, tomó conciencia de lo que estaba haciendo, pero su avaricia era más grande
—Quiero el oro —lo amenazó, la locuras vislumbraba en sus ojos.
El duende sonrió. —vení y quítamelo… Si te animas—.
Horacio corrió detrás del duende, esté luego de una simple maniobra desapareció y Horacio impacto con su cuerpo en la tierra, se estremeció del dolor.
—¡Nunca tendrás mi oro! —el duende volvió a materializarse detrás de él. Horacio se volteó intentado atraparlo, pero el duende volvió a desaparecer.
Los años pasaron y con cada tormenta Horario volvía a perseguirlo, y el duende lo seguía burlando. La persecución se extendió por tanto tiempo que Horacio tuvo que invertir todo lo que tenía. Y fue así, que perdió su casa, su campo y su familia. Ya no tenía nada.
Se convirtió del hombre más rico de la región al más pobre, pero él no lo iba a dejar así.
Elaboró un plan, uno muy minucioso, esperó a que terminara la tormenta y el arcoíris saliera, con el pasar del tiempo aprendió a leer las tormentas y así a determinar donde saldría el fenómeno de luz.
El arcoíris se formó con más contraste que nunca, era el más hermoso que vio en toda su vida. Cavó un pozo de un metro cubico más adelante, apenas el duende apareció, Horacio corrió tras él, el duende sonreía y disfrutaba cada persecución, le daba gracia, el humano creía que podía atraparlo. Entonces el duende cayó, el mundo debajo de sus pies sé esfumo.
Una vez adentro del pozo se dio cuenta que Horacio estaba sobre él y le lanzó una red. El duende luchó por desaparecer, pero no podía, no tenía por donde escapar.
—Ahora dame tu oro —le dijo Horacio victorioso.
El duende no se veía asustado, por el contrario, le dio la vasija sin problema, pero apretaba algo en su mano, apretaba con tanta fuerza que las pequeñas venas se marcaban y la mano tomaba un color rojizo.
—¿Qué tenés ahí?
—Mi posesión más preciada —el duende abrió la mano y le enseño un trébol de cuatro hojas.
—¿Un trébol?
—No es cualquier trébol, se dice que el de 4 hojas trae suerte. Mira yo conseguí la vasija gracias al trébol, asique llévatela, no me interesa.
Horacio trastabillo un poco, tenía la vasija en la mano, pensó en todo lo que perdió y pensó si realmente había valido la pena.
El duende detectó la tristeza en su mirada y le dijo:
—Me atrapaste, y ahora yo tengo que regalarte algo a cambio de que me perdones la vida —Horacio lo miró— devuélveme mi oro y te doy mi trébol—. Horacio no lo pensó y aceptó el trato.
En solo cinco años, con trabajo duro recuperó sus tierras, su familia, todo. En diez años, tenía el doble de todo lo que tuvo cuando comenzó a perseguir al duende. El trébol se convirtió en su posición más preciada.
Cuando la vida de Horacio estaba a punto de llegar a su fin, una leve tormenta cayó en su tierra, miró la posición de las nubes y sonrió.
Al pasar el temporal, el arcoíris salió frente a él, a solo 30 metros. Caminó lentamente hasta el lugar y vio al duende, no había envejecido ni un solo día. Horacio se acercó y lo saludo.
—Buen día duende.
—Volviste —. El duende sonreía, Horacio no podía descifrar que quería decir esa sonrisa.
—Vengo a devolverte tu trébol, me trajo mucha suerte. Por intentar atraparte lo perdí todo —dijo sollozando—, pero gracias a él recuperé todo lo que tenía y más.
—No lo has comprendido humano —el duende le sonreía—. El poder de recuperar todo no estaba en trébol, estaba en vos. Esa mañana antes de que me capturas encontré el trébol y me pareció raro porque tenía 4 hojas y lo guardé, no quería perder mi oro. El poder de recuperar todo, siempre existió en vos.
Horacio saludo al duende y se despidieron como grandes amigos.