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Al borde

Leer: Nocturna

Más de una vez me he preguntado las consecuencias de mis acciones. Sé que está mal, lo sé muy bien, pero no puedo evitar hacerlo. Ismael me controla hasta cierto punto, pero como el hombre lobo que ve la luna llena, yo dejo de ser el ser racional que trato de ser cuando veo sangre.

Se hace de noche y no puedo evitar pensar en lo que vaya a pasar. Ismael me dice que esta noche me va a acompañar, porque no me puedo quedar encerrada en el departamento, eso me hace peor. Es como si estuviera enferma, con una bestia descontrolada de sangre que solo se calla cuando tal salado elixir toca mis labios. Sé que me ama lo suficiente como para tolerarlo, pero no sé hasta qué punto. Quizá todo acabe rápido, no lo sé. Y ese será mi final.

Vamos al bar de siempre, y, a diferencia de otras veces, no nos sentamos en la barra, sino que nos quedamos en una mesa iluminada tenuemente con una luz amarilla, casi marrón. Como amo sus ojos, su ser entero. Y creo que él me ama a mí. No hay otra explicación. Trato de relajarme, yo con mi vodka con Sprite e Ismael con un vermut. Nos miramos a los ojos y no hace falta una palabra. Me paro para ir al baño, le digo el típico «ya vengo». Tengo sed de sangre, mi cuerpo lo pide, mi mente, mi ser entero. Pero no. Debo controlarme, soy como un adicto en recuperación.

En el baño no parece haber nadie, entonces me miro en el espejo grande y me echo agua a la cara. «Tranquilizate» me digo «ya va a pasar». Y me estoy mintiendo a mí misma. De pronto siento un ruido fuerte que viene de uno de los cubículos, como si alguien se hubiese caído. Al no sentir la voz de nadie abro la puerta y la veo. Como un cervatillo herido hay una mujer de unos 30 años con un vestido ajustado, tirada al lado del inodoro, pero no está consciente, es como si se hubiese desvanecido, y una herida que le sangra en la cabeza, seguramente producida por el golpe. No hay forma que un golpe así no la haya despertado, seguramente debe ser porque está dopada. No sería raro. Pero la sangre está ahí. No puedo. No debo. No importa ya.

Supongo que Ismael sospechó algo al yo tardarme más de lo normal en el baño, y justo cuando mis labios tocan la sangre caída en el piso es que él entra y me ve ahí, cometiendo aquello que detesto, pero no puedo evitar hacer. Me mira, me agarra por detrás y me dice «ya basta, vámonos de acá, ya basta» pero la sangre ya entró a mis papilas gustativas, no hay vuelta atrás, y empezamos un forcejeo inútil en donde terminamos golpeados los dos y tirados en el piso. Aquella mujer sigue inconsciente. Lo miro a los ojos. La decisión ya está tomada. Lo beso con el beso más apasionado que le he dado en mi vida, y justo ahí, cuando está más vulnerable, le agarro la cabeza con las dos manos y se la reviento en el piso. Ya no soy yo. Deje de serlo hace mucho tiempo.

Y acá estoy. Al borde de todo, al borde de mí misma. No sé cómo pude salir del bar sin que nadie sospechara nada. Pero ya no importa. Estoy al borde del canal. No puedo seguir viviendo así. Con este deseo incontrolable de sangre y sin él. Voy a cumplir mi promesa. Y sin hacer caso a lo que vaya a pasar salto. Ya más nada importa. Más nada.

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