/Algo raro pasa en el pedemonte (final)

Algo raro pasa en el pedemonte (final)

 

 

 

Demás está decir que aquello no pude olvidarlo. No pude siquiera disminuir la inquietud y el deseo de saber que fue lo que pasó. Luego de un par de “sesiones” con aquella súcubo desperté conectado a un suero, en mi propia cama, en mi casa.

Rastreé en casi todos los hospitales aquellas salas, pero no las encontré. Sumado a esto, a los días de volver a mi vida diaria, recibí la visita de dos amigos del grupo de tareas. No hablaron mucho, solo me advirtieron que de ninguna manera mencionara lo que pasó. Podía hacer lo que quisiera, hasta ir y acampar por aquella zona (de hecho lo hice varias veces sin resultado), pero no podía mencionar, ni escribir palabra alguna que siquiera insinuara lo que pasó. Dijeron que había muchos intereses en juego.

Decidí conocer muchas agrupaciones gnósticas, luego de reflexionar sobre donde podría tener una pista. Los grupos religiosos o ocultistas tenían muchas componente cristianas y había un fuerte prejuicio hacia la raza súcubo. Me fije en dos o tres sectas que hacían excursiones a la montaña por distintos motivos. Empecé a creer, a medias, en cosas como reencarnación, ufología y energías.

Al cabo de un tiempo largo, me fijé en una muy particular. Predicaban que el fin del mundo estaba cerca, y que una nave extraterrestre vendría a buscarlos para salvarlos. A su vez, tenían costumbres ocultas en relación al sexo. Su líder, una mujer, sostenía que así se generaban energías que usaban para curar, contactarse con otras razas, dimensiones, planetas. En mi defensa debo decir que el afán de volver a aquello que me había pasado, me hacía susceptible de creer cualquier cosa. Realizaban periódicos viajes a la montaña.

No le voy a dar tantas vueltas al asunto. Fue una de las veces que fuimos a acampar a la Villa de Uspallata. Luego de la tercera vez que tuve relaciones sexuales con la lidereza del grupo, que llamaré Ámbar, pero cuyo verdadero nombre me reservaré, esta soltó la frase que inició el desenlace:

– Sé quién eres.

– ¿Reencarnado? Me cuesta creer en eso.-dije. En rituales grupales, Ámbar solía decirte que eras alguna personalidad reencarnada.

– No. Eso no. Me refiero a cosas que pasaron hace un par de años, cerca del portal energético del Arco.

– ¿Qué? Yo hace un par de años, ni sabía de aquello.

– ¿Erk? ¿Isidris?

– Isidris es muy parecido a San Isidro, ese dique en el Pedemonte..- Me reí un poco.

Ella se sentó, prendió un cigarrillo. Era joven y atractiva. Se puso una remera y me miró:

– Un pariente mío, miembro de La Familia –así le llamaban a la secta- me mencionó que en una juntada de sus amigos, alguien contó tu caso, y ese alguien era un médico del ejército.

Un leve tick se me filtró en el rostro. Ella lo notó y no siguió insistiendo.

– Luego de desayunar, quiero que me acompañes. Hay algo que quiero mostrate.- me dijo, a lo que accedí.

Condujo su jeep por la Ruta Provincial Nro. 13. Con mucha dificultad anduvimos varias horas hasta detenernos a la entrada de una quebrada. Hablando de cosas relacionadas con la Familia, de su vida y de mi vida personal, sin tocar el tema de los Erks.

Seguimos un sendero entre la vegetación bien adentro en la quebrada y empecé a sentir un fuerte olor a podredumbre. Nos asomamos a una fosa de cinco metros de diámetro llena de restos humanos.

El espectáculo era dantesco. Huesos humanos esparcidos sobre pieles y ropas. Llevaba un tiempo largo expuesto a la intemperie. Los pocos restos enteros, estaban momificados. Me pidió que la siguiera. Rodeamos el pozo y me mostró algo que me hizo dar un respingo al corazón. Brazos mordidos, torsos de hombres, cráneos de mujeres vaciados. Pero recientes. De no más de semanas.

– No me costó mucho convertir en miembro de La Familia al militar aquel. Él me enseñó este lugar. Luego de eso desapareció. No lo culpo. Aquí hay algo grande.

– ¿Quién sos? ¿Qué queres?- le pregunté.

– Soy quien sabes, no vengo de ningún lado.-sonrió- Y quiero conocer a los extraterrestres que hicieron esto.

No tenía sentido seguir fingiendo.

– Escucha. No tenes ni idea en lo que estás metiendo. Vas a terminar en ese lugar –señalé la fosa- vaciada o en cualquier otra.

– Verás que no.

Volvimos al vehículo, y en vez de volverse seguimos una media hora más. Paramos en los restos de una estación minera, había árboles, y sitio para acampar.

– Confío en mis poderes. Traeré al grupo aquí para hacer una meditación y contactaremos a los Erks. Y les ofreceré lo que tengo para ofrendarles.

– ¿Qué es?

– Ya verás.- y sonrió muy segura de si misma. Yo estaba aterrado.

Tampoco daré vueltas en el relato aquí. Esa misma noche estábamos haciendo un campamento en aquellas ruinas. Pero no vinieron todos, solo parejas. Los niños y adolescentes quedaron en la Villa a cargo de miembros de La Familia. Aún así, constituían casi una veintena de personas.

El cielo estaba limpio. Se distinguía a la perfección la Vía Láctea. Y en cierto momento, sobre uno de los cerros se asomó una luna bien llena. Estaba yo de pié junto a uno de los vehículos, y a mi lado estaba Ámbar. Dentro de las carpas las parejas estaban teniendo sexo. Así de simple. La secta y su creencia que de esta manera se liberaba energía.

El terror me invadió las entrañas. Miré en todas direcciones. Por arriba de los cerros, atrás de las carpas. Nada. Giré periódicamente la cabeza a ambos lados. Y una de las veces ví a un Erk al lado mío. A escasos dos metros, mirando las carpas. Quedé paralizado.

Di vuelta la cabeza hacia Ámbar, y dos alimañas la flanqueaban impidiendo que se moviera. Miré a las carpas.

Lo que siguió nunca me lo pude sacar de la vista. Una gran cantidad de alimañas entraron en las carpas y sacaron las personas que proferían alaridos de terror. Aquello que conté en la primer parte del relato se multiplicó por cada pareja. Un Erk por cada carpa. Los miembros destrozados de los varones, saciaron a las alimañas. Las mujeres empaladas y vaciadas. Los hombres gritando aunque su cuerpo estuviese destrozado, y algunas de las mujeres gimiendo de placer hasta el momento de ser empalada. Casi al mismo tiempo el destrozar de los cráneos de las mujeres y el graznido de placer de los Erks.

El terror me había abandonado. Me sentía tranquilo, ajeno a la realidad de aquellas personas. No sabía qué tipo de familiaridad invadió mi cerebro. Cuando ya no se escuchaba ningún quejido humano, aquellos seres terminaron la carnicería, levantaron las cabezas hacia el cielo y al unísono graznaron. No distinguí la palabra.

Uno de ellos me miró y se acercó. El que estaba a mi lado le graznó algo que no entendí. El idioma de ellos comprendía cosas que mi cerebro no comprendía. Luego de volver a mirarme el que se acercaba, colocó su rostro a escasos veinte centímetros de mi rostro:

– Hola, Padre. – graznó y sonrió con su boca llena de dientes. manchada de sangre y restos de masa encefálica, inundando mis fosas nasales de un tibio vapor con olor a carne. No me inquietó. Quizás su parte humana demostrando su fiereza.

Luego de unos segundos aquel saciado grupo se dispersó entre los cerros. Giré mi cabeza y todavía estaba el Erk. Ámbar permanecía helada, con la guardia de alimañas, con el rostro blanco del miedo.

– Tu simiente es fuerte. Una decena de individuos dispersos por toda esta zona.-graznó. No se han mantenido ocultos. Cuando terminen de desarrollarse, su actividad va a disminuir. El hambre no será tan fuerte.

Y me relató muchas cosas: eran una raza de súcubos que habían arribado a esta zona hacía poco más de un milenio. Aquí habían encontrado un favorable sistema de cuevas subterráneas que adoptaron como hogar. Pero los tiempos estaban cambiando, y ya era muy difícil pasar desapercibidos. Por eso se habían contactado con los militares. Sabían que el estado argentino los estaba por usar en algún proyecto especial. Lo cual no querían. Nunca fueron numerosos, y no querían ser expuestos y exterminados.

No elegían a los humanos por ningún aspecto físico. Solo olían en el ADN compatibilidad con el suyo. Su olfato era súper desarrollado. Pero tomaban parte de la sangre de las mujeres, cultivaban algo con ella y los restos de su interior, y con eso construían una gigantesca matriz en las cuevas subterráneas. Las crías, luego de concebirlas en el vientre del súcubo convertido en mujer (El Erk era la madre. La enfermera) los alojaban en aquella matriz, la que había visto en el sueño. Y terminaban de desarrollarse.

– ¿Qué hago con la humana?- me preguntó. Sospechaba que era mi pareja – Huele a ti.

– Inundala de terror. No quiero que olvide esto. Y avisá al ejército que estamos aquí.

Acto seguido se le acercó al rostro, la olió y le sopló la cara. La lividez de Ámbar se acentuó, abrió la boca desmedidamente y solo emitió un agónico soplo. El Erk y sus alimañas desaparecieron.

Ámbar cayó sentada mirando los restos del campamento y no se movió en toda la noche.

A la mañana siguiente, vinieron un camión y topadoras del ejército a limpiar la zona. Todos los miembros eran del grupo de tareas, los reconocí. Tres se dirigieron hacia mi.

– Sabemos qué es lo que viste. Lamentamos este tipo de cosas, pero entendé que valen mucho para la Patria. A su manera, también son Argentinos. Tenés que entender que debés seguir guardando silencio. Hemos visto miembros de fuerzas especiales extranjeras en la ciudad. No te encerramos, ni a ella, porque los Erks no quieren. Lo dejaron explícito. Pero estás advertido, si abrís la boca, te matamos. Creo que ella todavía no entiende nada de los que pasó.

Espero que estas líneas ayuden a prevenir el terror que habita bajo las montañas de la precordillera. Yo, quedé unido a aquella raza, y pretendo volver a encontrarlos.

Ámbar se recuperó al cabo de varios meses de tratamientos psiquiátricos. Volvió a las andanzas, pero por lo que me contó, todas las fosas de restos humanos que conocía habían desaparecido. Su aspecto físico fue consumiéndose y en las últimas veces que la vi parecía una cáscara muy avejentada. Ya hacía un tiempo que dejó de dirigir grupos como el de La Familia. Luego de intentar publicar un libro en referencia a la ciudad de Isidris, desapareció. Aunque algunos miembros seguían en actividad, impartiendo una enseñanza muy light al lado de la intensidad de los primeros tiempos.

Sé, qué al saber la existencia de este relato, las fuerzas armadas me van a buscar, pero ya será tarde. No entraré en la zona ni por Uspallata, ni por la Ruta 13. Conozco varios caminos alternativos, y por uno de ellos me adentraré en el seno de un futuro oscuro, pero a salvo del un peligro mayor. Y de paso protegeré a mi progenie.

Fin