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Aquella noche de verano

Recuerdo con exactitud aquella noche de verano. Estaba estancado en esa etapa donde no se sabe si todo es real o todo es un simple sueño. Recuerdo llegar a la puerta, mirar ágilmente hacia los costados y echarme a correr con desesperación como si algo detrás de mí amenazara con quitármelo todo. Corrí al oeste, sin sentido alguno, esperando que el horizonte borrase lo que dejaba atrás. Recuerdo el miedo, recuerdo el sudor frio corriendo junto a mí por mi espalda. Recuerdo la cara atónita de los transeúntes y mi cara de terror reflejada en los vidrios de las ventanas de las casas al pasar corriendo frente a ellas. Recuerdo las lagrimas escurriéndose hacia atrás, hacia el bajo de mis mejillas para terminar goteando sobre mi remera. Recuerdo ese día como si fuese ayer.

Tenía que afrontar algo que no entendía del todo, y en vez de acomodarme el escudo y la espada para luchar, estaba corriendo. Estaba declarándome hermano de la cobardía.

Seguí corriendo, cada vez con más y más fuerzas. Mis ojos miraban mis zapatillas moverse con la velocidad que sólo la adrenalina sabe inyectarnos. Estaba aterrado, pero a la vez confundido. Recuerdo todo la seguidilla de imágenes a la hora de mi escape, pero no recuerdo por qué lo estaba haciendo. Sera un caso curioso mi mente que insiste en dejar ir los detalles principales de las historias.

Trato entre estas líneas de hacer catarsis y entender del todo. Me respondo con imágenes del pasado, ese pasado que nos enseña para tener un futuro mejor, ese pasado que convierte al presente en memorias con un sólo chasquear de dedos. El mismo pasado me invita a caminar por los pasillos intrincado de los recuerdos, me presta todos los archiveros que sean necesarios, con tal de que encuentre la respuesta a tan gran terror que me hace correr como estúpido por las calles de la ciudad. Pero no hayo nada en mi memoria, la respuesta no está ahí. No es algo de mi pasado lo que me aterra ¿Será algo de mi futuro?

Acudo entonces a las pitonisas de mi ser, esas que todos tenemos y que llamamos al caer en la cautela y en los autoconsejos. Ellas son las que nos dejan por un segundo ver nuestro futuro. Pero siempre sucede lo mismo con estas adivinas, le dan tanto lugar a la duda que la incertidumbre es la que nos deja pensando y no una respuesta inequívoca en sí misma. Entonces no, la respuesta no está en mi futuro tampoco, mi futuro nunca fue más seguro y a la vez tan incierto.

No es mi pasado ni mi futuro lo que me aterra, tampoco es mi presente porque estoy escribiéndolo en este preciso instante. Entonces, si no es ninguno de los tres factores primordiales de la vida lo que me hace correr… ¿Qué es?

Casi sin aliento detengo mi carrera. Estoy empapado en sudor y aún tiritando, pero tranquilo…muy tranquilo. Es como si algo dentro de mí entendiese todo de golpe. Como si el escudo hubiese vuelto a mi brazo y la espada se empuñara con más fuerza que nunca. Ahora estoy seguro, no hay más porqué correr.

Abro los ojos. La huida, la catarsis, los análisis, la resolución. Todo fue una fracción de segundos en mi mente que no deja de trabajar jamás. Todo fue un acto reflejo al verla bajar del ascensor, al verla ahora acercarse por el pasillo. Al verla angelada mirándome con esos ojos. Todo fue un miligramo de duda ante la inmensidad de su belleza. Llegó frente a mí y todo después fue muy claro.

Qué sería de nosotros si no tuviéramos esos pequeños miedos. ¿Andaríamos acaso por la vida atropellándonos con nuestra seguridad? No, mejor así. Que las cosas agarren cierto sabor para que nosotros así podamos aprender de nuestra fortaleza.

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