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Barreras: la piedra

Esta serie de relatos están dedicados a las personas más importantes de mi vida, que por razones de los ir y venir ahora están alejadas de mi.

***

Todo comenzó con un sueño. Eso fue lo que me dijo el primer profesional que vi. En mi mente las cosas que voy a relatar tienen fuerza de recuerdos vívidos. Razón por la cual fui medicado.

El origen

Caminaba con dificultad por gran baldío en dirección a mi casa. Era una agradable tarde de un veintitrés de agosto. Sobre el azul del cielo grandes nubes de granizo. El sol se ocultaba detrás de uno de estos gigantes. Sus rayos se abrían en todas las direcciones. Un bellísimo paisaje.

Bajé la mirada a los bordes del terreno… el barrio, aunque de suburbio, bullía de actividad. Colectivos, autos, personas le daban un toque vivo a la obra artística en la cual se regodeaban mis ojos.

Mis pies sintieron la dificultad de un sector donde habían tirado el residuo de piedras usadas para construcción. Bordeando el montón de escombros marrones la vi. Una piedra, perfectamente camuflada con el resto. Su forma rectangular, con una mancha roja en unos de sus lados.

Movido por la curiosidad la tomé. El peso correcto, pero la textura lisa. La mancha era parte del material, no se apreciaban sobre relieves que indicaran que al menos hubiese sido pintada.

Por azar, el pulgar de la mano que la tomaba pasó por encima y de una de las nubes se escuchó un rumor de truenos. Demasiado lejos para escucharlos, pensé. Ni por asomo atribuí al principio relación alguna entre ambos hechos.

El siguiente evento ocurrió segundos después, cuando la tomé con la totalidad de mi mano para seguir caminando. El cielo comenzó a oscurecerse alrededor y nada había cambiado. Faltaba una hora para el atardecer, pero el celeste mudaba al añil. Me puse la piedra en el bolsillo para usar las dos manos como visores y al instante todo volvió a la normalidad.

Esta vez puse el pulgar a propósito sobre la mancha roja y directamente el celeste se transformó en rojo profundo casi negro. Las nubes de blanco y grises a grises oscuros, rojos con relámpagos permanentes. Un desierto de tierra calcinada descendía desde las sierras del pedemonte hacia el llano donde me encontraba. En coincidencia con el lugar donde debería estar el sol, las sierras cercanas ardían, como si las propias rocas fueran combustibles.

Saqué el dedo, y todo volvió a la normalidad. Una tranquila tarde.

Luego de un par de veces de repetir la experiencia, decidí trasladarme a la base del cerro en llamas. Esperé al otro día y llegué mediante un transporte público. Sin tocar la roca, atravesé la localidad balnearia, hasta donde un pequeño arroyo me indicaba un sendero hacia la base del cerro en cuestión. Me aseguré que no hubiese ninguna construcción que interrumpiera mi caminar y colocando el pulgar sobre la mancha roja, avancé hacia lo que fuese.

Las piedras ardían. Y estaban derretidas. El calor era terrible, miré la piel de mis brazos y no estaban afectados. La ropa tampoco. Giré en redondo para ver lo que reemplazaba la ciudad. Un desierto de rocas que aumentaban su aspecto derretido cuanto más cerca estaban. El horizonte no se distinguía, porque las nubes se agrupaban en la precordillera, y a lo lejos en el llano, el cielo se confundía con el suelo por su color.

Mientras caminaba presté atención a los sonidos. Un rumor de explosiones, truenos y desmoronamientos venía desde arriba. Una nube cubría la cima de este cerro, que en la realidad tenía un sistema de antenas. Habiendo caminado un par de kilómetros, el sendero empezaba a bordear la base de la montaña, las paredes altas, me aislaban del fuego cuyo fragor ya era audible. El primer metro superior brillaba en un rojo oscuro. Ya me había acostumbrado al calor, no transpiraba, no me quemaba. Solo una leve sensación de sofocación. Pasados los cien metros una escalera tallada en la piedra subía hacia la cumbre.

Solté la marca de la piedra, y el paisaje cambió a lo celeste y árido del pedemonte. Pero no había nada en el lugar de la escalera. La nube tenía su base por lo menos varios cientos de metros sobre la cumbre.

Me llevó varias horas alcanzar la cima. Siguiendo la escalera del mundo de fuego, coincidía exactamente en puntos de apoyo de los pié en mi realidad. Los descansos también coincidían con sus espacios.

En la cumbre la cosa cambió. Hacia el oeste se extendía una ciudad en llamas. El suelo brillaba en amarillo. Había figuras humanas fundidas con las paredes edificadas, todos en el mismo color. Y fuego, mucho fuego. Solté la marca de la piedra, y no me encontraba en los cerros, sino en la misma ciudad, intacta. Las casas en todos los colores esperables. No había habitantes. No había ruidos. Solo el viento.

¿Qué desastre habría ocurrido? Volví al infierno, y seguí caminando observando todo, pero especialmente los detalles de la gente. Era el horror, la angustia y la desesperación. Todas víctimas del fuego. La calle desembocaba en una plaza. Estaba despojada de toda ornamentación. Un baldío liso con un bulto antropomórfico en el centro. Me fui acercando, y de aquella figura irradiaban hacia la ciudad marcas en el piso, negras algunas, otras excavadas. Aquella era la clave, y cuando me acerqué vi a una figura humana de sexo no reconocible, en cuclillas, cubriéndose la cabeza y toda de color de negro.

Tendí la mano desocupada hacia esa estatua de carbón y al tocarla se deshizo en una nube de hollín que lo cubrió todo. Por reflejo solté la marca y el cambio se produjo gradualmente, esfumándose el humo, el fuego, el calor el ruido directamente no sólo a mi casa, sino a mi habitación.

Como en cámara lenta, la piedra se soltó de mi mano y al tocar el piso se partió en dos, de forma irregular, dividiéndose también la mancha roja.

***

– ¿Me dijiste que la piedra la tenés? – preguntó el psicólogo.

La saqué de mi bolsillo. Estaba remendada con arcilla, pero se notaba. La puse sobre la mesa del consultorio.

– Mi madre dice que es de las que estaban en la estantería de mi habitación. Y no es así.

– También dice – agregó el profesiona l- que te encontró parado como sonámbulo al costado de la cama..

– Si. Después que le conté lo que había vivido, entre comillas – hice la seña con las manos- ella recalcó que cinco minutos antes de verme parado al costado de la cama, estaba durmiendo plácidamente.

– ¿Qué me decís de la piedra?

– Es un trozo de mampostería, de alguna construcción. No entiendo la pregunta.

– ¿El lugar donde la encontraste?

– Un baldío cerca de casa. Yo venía de la casa de una amiga. Tengo la costumbre de cuando recorro sitios baldíos grandes o cuando voy a los cerros, traigo lo que llamo, elementos mágicos, que me recuerdan aquel lugar.

– ¿Mágicos?

Una duda se implantó en mi mente consiente: si, mágicos, pero la palabra magia para mi significa que tiene carga afectiva. Los elementos mágicos me sirven para recordar sitios que me gustan mucho.

Discutimos un largo rato sobre cómo podría haber llegado a mi pieza aquel trozo de roca, siendo totalmente inusual. Normalmente recogía o piedras naturales; o ramas con formas caprichosas. Nunca elementos de clara manufactura. A decir de un profesor de historia, ecofactos y no artefactos.

– Che, y la fecha. ¿23 de agosto? – preguntó.

– Le di vueltas mucho. No entiendo muy bien. He charlado con algunos amigos, y ellos me cuentan que se les aparecen números. Bueno, yo suelo ver seguido el 238.

– ¿Y coincide con algo?

– Hasta dónde pregunté en mi casa. Nada.

Me dio una tarea. Tenía que buscar entre mis amigos, en alguna serie de televisión, en algún libro, que podría significar esa fecha.

Salí del consultorio con un turno para la próxima semana y la derivación a un Psiquiatra. La derivación la escondí. Postergaría un poco las cosas. Si bien existía la posibilidad de algún trastorno alucinatorio, en mi mente estaba la duda.

Continuará…