Las mañanas tienen esa capacidad de hacer un buen día o arruinarlo de manera irremediable, Julia había descubierto que si se levantaba un poco más temprano y se tomaba lentamente un café había una mayor posibilidad de que el día arrancara despacio, con tranquilidad y mejorar el ánimo.
Todos los días se sentaba en una mesita del Café Isaac Estrella, contra la ventana, sola con un diario o un libro. Esos pequeños cafetines de ciudad tienen la particularidad de albergar amigos de siempre o hacerte desaparecer entre un mar de gente, Julia amaba desaparecer.
Sistemáticamente, pedía un café o cortado con dos medialunas, de lunes a viernes a eso de las 08:00 de la mañana y por una media hora permanecía ahí, hasta salir a su trabajo. Ese jueves entró casi a las 09:00, pidió uno más grande que el de siempre, sólo.
Pasaron las 10:30 y seguía ahí inmóvil, mirando afuera, la gente pasar, el ajetreo cotidiano y la nada misma. Pidió una taza tras otra, si se enfriaban las cambiaba aunque no las hubiera terminado, como si pagara el peaje necesario para evitar ser molestada.
Era la hora del recambio, entre los que pasan a desayunar y los que a media mañana se inventan un receso, Tulio dejó la cafetera, agarró un escobillón y recorrió las mesas, despacio, sin apuro, con sigilo llegó a Julia.
– ¿Señorita necesita algo? ¿Se encuentra bien? – preguntó con suavidad.
– No, si quiere me puede traer otro café, no noté que se me enfrió otra vez ¿o quiere que desocupe la mesa? Sé que llevo aquí demasiado tiempo.
– No, por favor, usted es clienta, podría sentarse sin tomar nada si quisiera. Es más, la cuenta de hoy corre por cuenta nuestra. Si me disculpa un momento, le voy a traer un especial de la casa… – esquivando algunas mesas, se dirigió a la vieja máquina detrás de la barra.
Nada como la experiencia para identificar los momentos, la misma que para preparar ese especial tan bien y tan rápido. Lo colocó en la bandeja y volvió a los pocos minutos.
– Esto la va a reanimar – sonrió con picardía mientras Julia le daba un sorbo.
– ¿Tiene licor? – respondió sorprendida, pero un poco más animada.
– Si, ¿me va a contar que le pasa? Sospecho que un mal de amor, años en la barra me han dado un detector de lágrimas.
– Pero no estoy llorando…
– Nadie dijo que se tienen que mojar los ojos para llorar, estoy en lo correcto ¿no?
– Si – y dejó salir una bocanada de aire, como si liberara el pecho.
– ¿Le rompieron el corazón?
– No, creo que yo se lo destrocé – agachó su cabeza como si tuviera culpa, aunque escondía una lágrima escurridiza.
– A ver, deje que un viejo le dé un consejo, pero…primero cuénteme un poco más.
– No era amor, era la atracción sin razón. Pura química o tal vez instinto, no hablo de lo físico solamente, era mucho más que eso. Si era instinto…
– ¿Cómo animales? – la interrumpió Tulio.
– Si, justamente como animales. ¿Vió cuando a dos bestias se las maltrata mucho tiempo? Bueno, así era, ninguno sabía querer solo defenderse. Siempre a la defensiva, nunca se esperaba que una palabra fuera caricia, cariño. No, siempre se esperaba que fuera un golpe o escondiera algún daño, como esos hematomas que salen días después. No se puede querer así, el miedo a sufrir lo destruye todo.
– ¿Y usted tenía miedo?
– Mucho, muchísimo, me moría de miedo.
– ¿Alguna vez bajo la guardia?
– Lamentablemente sí, supuse que si alguno de los dos lo hacía la situación iba a cambiar. Me acerque despacio, sin palabras, como los perros cuando buscan afecto – dijo y sonrió.
– Bueno al menos ya le cambió un poco la cara, dígame ¿todavía tenía miedo? ¿Sirvió de algo? – preguntó Tulio mientras le pasaba el escobillón, olvidado en una silla, a uno de sus muchachos.
– No, creo que él estaba más apaleado que yo, tal vez nunca lo habían tratado con ternura. Pasó del miedo al pánico, nunca había dejado acercarse tanto a nadie y pasó lo peor…
– ¡La mordió! – Dijo Tulio y ambos rieron.
– Exactamente, me mordió y se alejó. Nunca más nos volvimos a hablar.
– Entonces lo que veo ahora es la consecuencia de esa mordida ¿no?
– Sí – Julia tocó su nariz para aguantar las ganas de llorar – creó que le pegué de la peor manera que puede haber, lo quise y le dolió.
Se hizo un silenció, lo suficientemente grande como para necesitar desesperadamente palabras, de esas que dan aliento, Tulio lo sabía, las estaba midiendo.
– Permítase sufrir, permítase llorar, es humana no una bestia – susurró esto último y puso su mano en su hombro, tarando de reconfortarla – Creo que aprendió la diferencia entre ser precavida y vivir con miedo. Al amor no se llega al ataque o defensiva.
– Espero curarme para la próxima…
– Claro que si – dijo Tulio antes de alejarse – porque la mordida la tiene usted, sepa que el corazón roto es el suyo.
Solo quien ha sufrido de mal de amores se identificará perfecto con este relato… Excelente, y muy real colega, muy real…
Que bueno que volvieron al Isaac, ideal historia para un día gris como hoy
«porque la mordida la tiene usted, sepa que el corazón roto es el suyo.» es reconfortante para el alma como un tecito de manzana y canela cuando hace frío.