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Caleidoscopio: “Donde pasan las cosas”

La oficina de Rafael Pranna tenía muy pocas cosas. Era como una oficina vacía, como un lugar de alguien que solo va a estar unos meses nomás. Descontando el escritorio, la mesa con la impresora, su escritorio lleno de papeles y una biblioteca semi vacía, tenía un dibujo aparentemente hecho por un niño pegado simplemente con cinta adhesiva en la pared a sus espaldas y una foto sobre la biblioteca de tres personas, dos hombres y una mujer. Tres amigos supuso Fran. La luz de la ventana estaba contenida por una cortina clara que poco podía hacer contra la avalancha blanca que la penetraba violentamente. Pranna lo miraba a Fran con una media sonrisa que no se podía saber si era más irónica que sobradora.

-Fran, relájate. Antes que nada… relájate. Relajate y dejame decirte algo.

Pranna se levantó y se apoyó contra la pared de la ventana, tenía la misma sonrisa, pero ya no tenía ninguna burla. Solo era una sonrisa relajada, muy relajada.

-Lo primero que quiero decirte es que lo que te pasa es que no elegiste. Nada. Y lo sé porque yo no te di tiempo a que elijas. Te sugerí que vengas a trabajar a Brewster y viniste, fue tu única decisión. Después me ocupé de que no pienses en nada más. Lo único que pudiste hacer fue ocuparte de resolver lo que te iba pasando vía Lozano. Y en ese tiempo pudiste ver tu capacidad, y como no te di tiempo de pensar no pudiste boicotearte como en la librería donde trabajabas antes. Así que tu confianza creció, te sentiste sólido, asimilaste las miradas asombradas y los gestos de admiración y de pronto…

Fran levantó la cabeza como para que continúe, y Pranna sonrió satisfecho con ese gesto inconsciente de concordancia.

-De pronto nada te costaba, nada te cambiaba, nada te daba satisfacción, sin embargo ¡te sentías tan fuerte…! Yo lo hice, Fran. Y creí que te iba a llevar bastante más tiempo, pero esto es una excelente señal.

-Mirá, Rafa, yo no…

-Fran, dejame terminar. No voy a escucharte, sino que esta vez vas a elegir. Y ya no van a ser tan sencillas las cosas. Dejame terminar. Es cierto lo que dice Lozano que sos mío, y mi meta es hacerte un pilar, que seas sólido. Pero si yo te suelto la mano hoy, aunque te tome otra empresa, el cambio de resultados va a ser tan brutal que vas a tener que ser muy fuerte para sostener tu autoestima. No lo hice para lastimarte sino al contrario, para sacarte bueno, pero no terminé con vos y estás en la mitad del tratamiento.

-¿Tratamiento?

-Entrenamiento… Entrenamiento quise decir. La decisión es absolutamente tuya. Y lo segundo que te quiero decir es una sugerencia de mi parte. Sé que vos me ves como alguien frío, y tal vez lo sea en algunas cuestiones, es mi trabajo. Pero soy muy familiero, muy tranquilo, de hecho podría ser poderosamente millonario y opté por el asado del domingo en familia. Lo que te quiero sugerir es que cambies tu visión de la vida.

-¿Qué?

-Sí, que cambies la manera en que concebís la realidad. Es una sugerencia, pero si en vez de vivir la vida que te tocó, te ocupás de acomodar tu vida, adaptarla a lo que querés, a lo que te gusta, vas a ver que la sensación de satisfacción no te va a abandonar jamás.

-No entiendo lo de “adaptar mi vida…”

-Que ya no vivas la circunstancia del presente, sino que estés donde pasan las cosas que te motivan, que te hacen crecer, que te dan alegría. Solo eso.

-Je… ¿pero eso cómo se logra? ¿Cómo hace uno para…?

-Fran, si cuando yo te encontré vos hubieses estado en el camino de lo que ambicionabas vivir no aceptás trabajar conmigo ni muerto. Si hoy te vas, vas a seguir en lo mismo, y tu autoestima va a durar hasta que el apoyo que recibiste acá se diluya finalmente en el olvido. La confianza la da el ir por algo. La da estar donde se quiere estar, aunque no de buenos resultados, pero uno se siente incorporado, incluido en el mundo.

-Bueno, parece fácil cómo lo decís, Rafa, pero…

-Tenés tres días para tomar una decisión. En ese tiempo podés dejarle la renuncia a Lozano y no va a haber problema, o podés confirmarme de que te quedás en Brewster. Lo que sí es que la decisión que tomes debe ser irrevocable. Andá y pensalo, Fran. Pensalo bien.

*            *           *

Su pelo era una esponja donde el agua parecía quedarse detenida a pesar de los chorros que le bordeaban la cara. Su ropa era lo mismo que estar sumergido en la zanja. Pero ya no sentía llover. Ya no recordaba la hora, ni que su madre tejía, ni que estaba en la calle, solo miraba esa pierna que se flexionaba apareciendo y desapareciendo. Fran, parado frente a su ventana, pensó que ella estaría aburrida en la cama, dando vueltas, aún era la tarde y no entendía qué hacía allí. Aunque tal vez no era ella. Los minutos siguieron pasando a la vista de aquella oscura salamanca del deseo, entre triángulos grises que emergían y volvían a la profundidad de su ansiedad, hasta que la sábana se batió en el aire como un velamen mal arriado que cayó a los pies de la cama y dos piernas simples que enfundaban con soquetes aquellos pies de muñeca hicieron un movimiento en el aire logrando torcer el cuerpo hasta que por fin ella se puso de pie. Tardó unos segundos la remera en esconder la bombacha que a Fran le hizo sacudir el cuerpo, dio dos saltitos inexplicables y giró para ir al baño, aquel sepulcro resplandeciente donde su cuerpo, una tarde, veló su inocencia con el rito de una mirada.

Fue un segundo tal vez, pero Fran necesitó hacer algo. Era un impulso, pero uno de características desconocidas para él. El impulso irresistible de decidirse a hacer algo que, sentía, no era correcto. Era inútil lo que pensara, su cuerpo solo levantó una mano y la bajó enseguida sin lograr que ella perciba nada. Volvió a hacerlo aunque era evidente que ella no lo vería porque estaba de perfil y alejándose de la ventana. Y, siempre sin que interceda su voluntad, pegó con un dedo en el vidrio y se agachó aterrado de lo que acababa de hacer. Se arrepintió. Pensó que ella lo tomaría como un mal tipo, un idiota de los que andan molestando a las chicas. Volvió a asomar la cabeza y la vio en el baño. Con su remera larga blanca era como estar frente a una epifanía profana donde un ángel sin alas lo dejaba en éxtasis preparándolo para una revelación íntima entre ellos dos. Solo entre ellos dos. Eso era lo que a Fran más le cortaba el aire en los pulmones. Pero ella tenía que saber que él estaba ahí, necesitaba la comunión, la misma que había existido ese día en que ella le mostró su cuerpo mirándolo, entregándose. Pero no había caso, lo del dedo había sido una locura. Ella, claramente iluminada por la luz del baño, desapareció del marco de la puerta internándose en el cuarto donde habitan cuando quieren los cuerpos desnudos.

*            *           *

La puerta de lo de Ferrari estaba abierta y la gente entraba y salía. Todos los que estaban en la vereda se mezclaban con la gente que esperaba entrar al cine vecino en un batido agridulce de caras alegres y tristes. En el pueblo la casa de los Ferrari era conocida por todos porque era de las pocas que se había salvado al brote de los edificios del centro, y los que esperaban para entrar al cine estaban incómodos sabiendo que mientras ellos veían la película, al lado estaban llorando la muerte de Don Tomás Ferrari.

-La verdad… es que yo le tenía cariño al viejo –dijo una mujer entelada de paños negros que blandía un pañuelo blanco por el aire acompañando cada palabra que decía.

-No sé –contestó una petisa regordeta con un vestido verde oscuro demasiado ceñido a ninguna cintura-. Después de que se separó cambió para mejor, pero no sé. Yo creo que nunca se deja de ser pervertido.

-¿Lo decís por la chiquita, la amiga de Clarita?

-¡Claro, nena! ¡Esa chiquita era el demonio! ¡Tenía doce años y no había hombre que no la mirase con ganas! Flor de perra esa borrega que andaba provocando…

-Ay, ¿por qué no te callás? ¡Qué iba a andar provocando si tenía doce años, por favor! Hay chicas que nacen con más gracia que otras…

-Ah, no, no… Perdoname, Graciela, pero yo la vi a esa criatu…, bueh, a esa perrita cómo miraba a los hombres. Ni la edad le importaba, a todos andaba provocando…

-Todas las chiquitas provocan, Celia. Lo que pasa es que ella era anormalmente atractiva. Don Tomás la tenía en su casa todas las noches viéndola como todas las chiquitas de doce años, que andan en bolas porque ni saben lo que provocan. No justifico lo que hizo, si Don Tomás hubiese seguido siendo un pervertido me callo la boca, pero después de que se separaron Don Tomás no tuvo ni novia.

-Bueno, dicen que quedó atormentado por la belleza de esa chiquita.

-Por fin le volvés a decir chiquita.

Las dos apagaron su conversación con las miradas clavadas en el féretro. Graciela suspiró e intentó llenar el silencio con algo.

-¿Veintidós años pasaron ya de lo de esta chica…? Y ¿qué será de la vida de…? -se miraron las dos- ¿…de esa perra?

Y ambas torcieron sus cabezas tapándose la boca y ahogaron una carcajada incontenible.

*            *           *

Fran golpeó la puerta de Pranna y a la voz de “pase” entró.

-Rafa, me quedo en Brewster.

-Pero, Fran, ¿no querés tomarte más tiempo? ¡Tenés tres días, no pasaron ni dos horas desde que hablamos!

-No, Rafa. No tengo nada más que pensar. Tomé tu sugerencia sobre cómo encarar mi vida.

Rafael se puso de pie para mirarlo a la misma altura.

-¿Y Cami?

-¿Qué pasó con Cami? –preguntó Fran sorprendido.

-No, digo, ¿No le preguntás qué piensa? Se están por casar…

Fran tragó y miró el piso. Ni se había dado cuenta de que en ningún momento pensó en ella. Mala señal. Volvió a levantar la mirada.

-Estoy donde quiero estar, Rafa. Después de tu charla se me pasó la angustia que venía sintiendo. No sé a dónde voy, pero sé que estoy caminando.

Pranna sonrió ampliamente.

-¿Estás preparado para tu nuevo camino?

-Sí –contestó Fran con una sonrisa contenida y cómplice.

-¿Aunque no sea lo que esperás?

 (Continuará…)

Fuente de las imágenes
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