/Caleidoscopio: «Yo soy Cortés»

Caleidoscopio: «Yo soy Cortés»

Pranna abrió la tranquerita de su casa y llegó hasta su puerta que encontró cerrada. “Deben estar esperándome en el fondo”, pensó con amargura. No entró, no quería hacer lo que haría si estuviese distraído. Dio la vuelta, atravesó las matas secas y de pronto se detuvo. Sentía que se mareaba, como si le estuviese empezando a hacer efecto una droga poderosa. Veía las imágenes y sintió una presión fuerte en las sienes.

—Rafa…
—¿Claire…?
No podía ser. Estaba aterrado. Si la habían traído a Claire es que la paliza iba a ser de las importantes. No podía ser Claire.
—Rafa, ¿estás bien?
Claire lo miraba a Pranna y no lo podía creer. Ropa de fajina, marrón de polvo, de mugre, su cara tostada, sus zapatotes gruesos y baratos…, no, no era él. Pero sí, sí era, la había reconocido, y ella también a él, pero es que no podía ser.

—¿Rafa?
—¿Qué estás haciendo acá, Claire? ¿Te manda Eduardo?
—No, Rafa, vine con Vittoria. Nadie sabe que estamos acá.
—Pero ¿cómo me encontraste?
—Bueno, no tan fue fácil, pero conseguí la vaga información de la policía y Vittoria sugirió que vengamos a Santiago directamente a buscarte. Y fue más rápido de lo que parecía. Llegamos hasta dos caminos que se abrían para direcciones opuestas y un señor en una camioneta nos acercó hasta acá. Parece que ya sos un tipo conocido en Las Mellizas.
—Cuando estaba en Brewster donábamos plata a varias localidades. Esta gente me recogió de la calle y me trajo.
—De la calle… sí, supe. Rafa, qué tristeza por lo que has tenido que pasar. ¿Cómo estás?
—Bien, Claire. Bien.

Claire se quedó mirándolo, en silencio. Pranna miraba el piso. Pasaron unos segundos, tal vez más de un minuto y Pranna se llevó una mano a su cara y sus hombros comenzaron a dar pequeños saltos. Al fin se escuchó un quejido raro, el nacimiento de un llanto contenido desde hacía mucho tiempo atrás. Claire se acercó, la pasó la mano por su ancha frente pelada, por sus pocos pelos grises, por su cuello, por sus hombros, y se acercó y lo abrazó. Y Pranna por fin abrió sus brazos, la rodeó a Claire y esta vez el llanto se escuchó claro y contundente. Al rato los tres lloraban enlazados en un raro abrazo colectivo.

*

—Así que esta es la historia de este Francisco Martínez…
—Sí, Eduardo —contestó Chango.
—Es obvio que Pranna tenía la misión de mandarlo para acá.
—Y… sí.
—Es como que todo empieza a quedarme más claro. ¿Sabés, Chango? Tenemos que evitar que esto se concrete. ¡Fijate lo importante que es el tema que Pranna dio su vida por esto, por el Rayo! Ahora sabemos quién es el Rayo…
—¿Fran?
—No, Fran es el pozo que dejó la tremenda descarga. Margaux es el Rayo, y no podemos hacer mucho por evitar que vuelva a caer.
—Pero podemos tapar el pozo —dijo Chango mirando la mesa.
Eduardo lo miró como saliendo de la conversación.
—¿Tan poco lo querés?
—Fran es la punta que hace los agujeros de la bolsa de todos mis sueños. Ahora vino a Roma, mañana aparecerá en donde me encuentre. No sé cómo es la cosa, pero no quiero verlo más.
—No voy a matar a Francisco Martínez, Chango.
—Si lo que hiciste con Pranna no es matar, ¿qué es?
—Ah, lo de Pranna… Bueno, pero sea lo que sea tenemos que hacerlo antes de que se concrete la misión, y me parece que venimos en desventaja.
—Bueno, entonces ¿para qué carajo nos juntamos a hablar de esto, Eduardo?
Por primera vez Eduardo vio que Chango estaba más decidido que él. Eduardo estaba empezando a reconocer su derrota, pero Chango estaba proponiendo un juego bastante más arriesgado. Claro, él arriesgaba un puesto en la dirección de Brewster. Eduardo arriesgaba toda su fortuna. No era la misma apuesta. Pero el odio de Chango no era “conversable”.
—Chango, dejame armar el plan. Mañana te llamo y…
—Yo tengo un plan, Eduardo.

*

—Tin y…, perdón, Chango y yo nacimos en el mismo pueblo, fuimos íntimos amigos. Los padres de Tin murieron en un accidente cuando teníamos doce años y a él  lo llevaron a la casa de un pariente, no me acuerdo si era una tía o qué, y no nos vimos más. Yo a esa edad no sabía cómo hacer para ir a verlo, no era tan fácil en aquel entonces, y con el tiempo uno va haciendo nuevos amigos. La verdad que lo perdí de vista. Imaginate la sorpresa de encontrarlo en Europa, director de una empresa, millonario… ¡Es fuerte, Vero!
—Y ¿por qué no te quiere?
—No sé, ¿será porque no lo fui a visitar nunca?
—Pero vos no podías hacerlo, eras muy chico.
—Sí, pero de más grande tampoco lo hice, es que ya tenía un grupo de amigos, y no sentía que nuestra amistad hubiera terminado bien.
—¿Se pelearon?
—No, bah, es que no sé, cosas de chicos, había una chica que me gustaba y a él también le gustó, y eso volvió más áspera nuestra relación. Cuando se fue yo lo quise despedir y no me animé, y lo espié irse sin que él  me viera. Cosas de chicos.
—¿Y si se lo decís?
—No, eso ya pasó. Además ¿por qué me va a creer?
—Bueno, no sé, contale lo que viste.
—No sé. No creo que esa boludez le moleste. Cualquiera puede entender que a los doce años uno no sabe ni de qué se trata la vida.
—Y ¿qué pasó con la chica que les gustaba?
—¿La chica…? Se fue con él.
—¿Cómo?
—No, a ver… En realidad la chica se fue unas semanas antes, estaba de paso por el pueblo, pero él se fue a vivir a ese pueblo de pura casualidad. Fran se llamaba.
—¿La chica?
—Sí.
—Como vos, qué curioso…
— Esa es toda mi historia con Tin, Vero. Ahora hasta le dicen otro nombre, no entiendo por qué puede tener algún rencor conmigo siendo millonario y viviendo en Europa, cuando yo soy un matapulgas que no vive en ninguna parte.
—Un matapulgas… —dijo tentada Vero, y los dos empezaron a reír.

*

Miguel no la miraba, la estudiaba. Cami llegó, lo abrazó, recorrió cada lugar de la casa, volvió a abrazarlo, le dijo que no le importaba la casa, que solo quería estar con él, que lo iba ayudar, después hablo de la vista que tenía la casa, después habló de la cocina, fue a mirar los baños, volvió a abrazarlo a él, le dijo que lo único que le importaba era él, después lo largó y salió corriendo al jardín, pensó cosas para poner en la terraza, proyectó una glorieta, un lugar para hacer asados, otra vez lo abrazó y le dijo que no le importaba la casa…

Viendo todo ese proceso Miguel entendió que todo en él era inseguridad, y que Cami realmente le gustaba. Cami estaba lejos de ser la mujer que él buscó siempre. Justamente por eso era la mujer indicada. Él siempre compitió con las mujeres, o las enfrentó, mejor dicho. Su relación con las mujeres era la del análisis y la atención, la de vencer y retirarse. Pero Cami era tan evidente, tan transparente para su agudo ojo analítico que le daba cierta seguridad. No confiaba en las mujeres, pero Cami era previsible, y aprendió que esa previsibilidad no le resultaba atrapante, pero le daba mucha paz. Mucha. No tenía la clásica necesidad de retenerla. No hacía falta, ella quería estar ahí, no tenía otro lugar a dónde ir y buscaba un lugar dónde afincarse, y probablemente también tener paz. Y ese lugar era él. Y su lugar era ella. Punto.

—Cami, ¿me vas a ayudar con la casa?
—¡Sí, Miguelito! Voy a disfrutar mucho con esto.
—Mirá que para ayudarme vas a tener que quedarte acá hasta que esté todo terminado…

Cami dejó de dar saltitos histéricos y lo miró. Cuando dos indigentes comparten su carencia hay una mirada de comprensión entre ellos, una mirada que solo ellos comprenden. La miseria de Cami espió por sus pupilas y encontró la miseria de Miguel saludando desde su mirada. No había que explicar nada, se necesitaban. Y se elegían. No era una limosna, Miguel la estaba llamando desde el miedo. Y Cami, desde el miedo, lo abrazó fuerte por el cuello. Y Miguel sintió que nunca le había ofrecido tanto a nadie, tanto como su miedo, y Cami sintió que nunca le habían confiado tanto en su vida, tanto como ese miedo que le ofrecía Miguel. Y en ese momento el miedo se volvió paz para los dos.

*

—¿Cuál es tu plan, Chango?
—Mi plan es ponerlo al frente de la dirección de Perforaciones, y que se queme solo. Según lo que averigüé Fran no sabe nada de petróleo, todo fue un invento de Pranna para que llegue hasta acá, y Fran va a empezar a mandarse una cagada atrás de otra, y ahí lo quemamos, lo “pranneamos” —dijo Chango y sonrió.

Eduardo sabía que era el peor plan de todos. Lo que el Chango tenía de audaz le faltaba de ideas.  Pero también pensó que era el mejor plan para él. Era el mejor plan para que Chango fallara y que el asunto Francisco Martínez siga su curso. Eduardo sabía que ya había perdido, que ya no podía hacer nada contra el Rayo. Debería esperar una próxima oportunidad.
—¿Te parece que eso puede funcionar? Yo no sé, Chango…
—Sí, Eduardo, dejame probar y vas a ver que funciona.

Listo, ya había dejado la duda, ya había insistido Chango, ahora el quedaba a resguardo del fracaso del plan. A cada segundo que pasaba iba entendiendo cuál había sido el plan de Margaux y más miedo le daba.
—Listo, hacelo, Chango. Eso sí, va todo por tu cuenta, a mí no me cierra mucho.
—Sí, sí. Yo me hago cargo.

“Genial, Chango”, pensó Eduardo, y esta vez él fue el que sonrió.

*

La cara de Fran cuando llegó a su casa de Roma era de absoluto terror. Vero lo estaba esperando.
—Ya contame cómo te fue en la reunión con Chango, Fran. ¿Qué quería ofrecerte?
—Vero, me pidió que me ponga al frente de la dirección de perforaciones.
—De la… ¿Me estás hablando en serio?
—Sí.
—¿Pero hablaron de ustedes también?
—Era una reunión con varios directores, hablamos de eso nomás. Me hicieron alguna preguntas e hice agua por todos lados. Los directores lo miraban a Chango incrédulos, pero el Chango insistió y me nombraron director.
—Y ¿cuánto te van a pagar?
—Vero, ¿me estás escuchando? ¡No sé nada de petróleo! ¡Pranna me hizo leer unas cosas durante tres días, ese es todo mi conocimiento!
—Me estás jodiendo… ¡Pero Pranna te mandó al frente! ¿Para qué mierda quería que estés acá? ¡Y además que te cuides de Eduardo Cortés! ¡Todo es de Cortés!
—No sé qué hacer…
—Pará. Pará, pensemos. Sentate que voy a preparar unos cafés y vamos a hacer un repaso de la situación.
—Dale, gracias.

Cuando volvió Vero al sofá con el café Fran estaba recostado con la mirada ausente.
—Fran, mirá. Vamos a hacer una cosa —Fran se sentó—. Vos vas a llegar a la dirección y te vas a poner a estudiar las carpetas. Me vas a contar todo lo que tenés que hacer y yo, mientras vos estás poniendo la cara, te averiguo cómo tenés que resolver cada tema.
—Pero, Vero, no podés, es una locura…
—Fran, está claro que el Chango te está mandando al muere. No te quiere nada. Va a esperar a que te hundas solo, así que hagámoslo así. No sé si hay otra solución.
—Pero el Chango ya nos vio juntos, va a ir contra vos en cualquier momento.
—Sí, pero es lo único que se me ocurre. ¿Vos tenés otra idea?
—Renunciar.
A Vero se le estrujó el pecho. Trató de recordar los orígenes de Fran, la simpleza, la autenticidad, para no catalogarlo instantáneamente de un cagón miserable.
—Fran… Fran. No vuelvas a decir una cosa así porque no me vas a volver a ver nunca más.
—Pero ¿por qué te…?
—Fran…, no es en joda.
Fran la miró en silencio. Había otra Vero delante de él.
—Te lo vuelvo a preguntar —dijo Vero—, ¿qué otra idea se te ocurre?
—No… —Fran titubeó—, no se me ocurre otra idea.
—¿Cuándo empezás?
—Mañana.
—¡Qué hijo de puta!

A la mañana siguiente Vero le había preparado a Fran el traje, la corbata, le había lustrado los zapatos y lo esperaba en la cocina, con el pelo revuelto, los ojos achinados y el desayuno listo. Fran sintió algo que le corrió por todo el cuerpo. No solo era una escena familiar, sino que era hasta una imagen erótica. Fran se olvidó del temor que sentía y sintió una excitación fuerte. Las piernas de Vero, involuntariamente y por instinto ante una mirada como la de Fran, se movieron un poco y dejaron más a la vista sus proporcionadas piernas. Fran se acercó a ella pero una mano en el pecho lo detuvo.
—No, Fran. Ahora no —Vero se cubrió nuevamente el camisón—. Cuando vuelvas. Ahora necesitás toda tu adrenalina.

A Fran no le gustaba esa parte tan fría de Vero, pero entendía que era una pieza más de esa mujer que le empezaba a fascinar. Tomaron el desayuno y Fran se levantó para irse.
—Yo voy más tarde, mejor que no nos vean juntos. Mandame fotos de cada hoja de las carpetas.

Y en la puerta Vero le dio un beso y cerró la puerta solo recién cuando el ascensor con Fran bajó.

*

El auto se estacionó en la entrada de la compañía y el personal de seguridad salió a las veredas y las puertas se abrieron de par en par. Margaux bajó con un sobrio vestido azul oscuro hasta las rodillas y entró al edificio.

—Buenas días, señora —dijo el guardia que la esperaba en la puerta.
—Buenas días, Alfredo. ¿Está Eduardo?
—No, señora, el señor Eduardo …
—¿Y Chango?
—Debe estar por llegar porque…
—Muy bien. Gracias, Alfredo.
Y acompañada de los golpes de taco entró al ascensor y desapareció detrás de las brillantes puertas de acero inoxidable.

*

—Rafa, no puedo verte así, no puedo verte acá…
—Claire, sé que no parece, pero estoy muy bien. No sé si quiero volver. Es cierto que me faltan cosas pero si el precio es volver me parece que elijo la carencia.
—Rafa, oíme…
Claire se calló. Acababa de llegar, el impacto era muy fuerte, tanto para ella como para él. Nadie puede elegir ante una aparición como la suya.
—Rafa —continuó—, no vine a llevarte de nuevo, no vine a hacer nada, vine a ver cómo estabas, si necesitás algo. Sos mi amigo y no te voy a dejar solo a la buena de Dios.
—Si esta es la buena de Dios, lo que será la mala…

Se rieron y entraron a la casa que estaba más fresca. Pranna sirvió café aunque ya se había hecho más afecto al mate, y les contó cómo fue el derrotero de su suerte desde el día que llegaron los abogados a la oficina.
—Así que vos andabas queriendo averiguar quién era Miguel Robles…
—Sí, ese fue mi crimen.
—Y ¿por qué no me llamaste?
—¿Vos sabés quién es?
—¿Miguel? Cuando viene a Buenos Aires para en casa.
Pranna se quedó con la boca abierta sin poder decir palabra. 

*

A Fran le llamó la atención el auto negro en la entrada, los guardias movilizados, pero no tenía la confianza para preguntar nada. Largó un “Buenos días” que se lo respondieron de igual manera, y subió al ascensor. En el espejo odió ver su cara apichonada y su mirada tímida. Iba a tener que trabajar en eso. Nadie debía darse cuenta de su inseguridad. Bajó del ascensor, “Buongiorno, Gianara”, “buongiorno, signor Martínez”, “Buongiorno, Rosetta”, “buongiorno, signor Martínez”, “Buongiorno, Bruno”, “buongiorno, signor Martínez”, llegó al pasillo ancho que terminaba en su oficina, abrió la puerta y se encontró a una mujer sentada en el que sería su escritorio.

—Perdón, creí que era la dirección de Perforaciones.
La mujer dejó de sonreír, se acomodó en el asiento y lo miró.
—¿Fran?
—Perdón, ¿nos conocemos?
—¿No te acordás de mí? ¿No me reconocés?
—Perdón pero… no. Yo soy Francisc…
—Francisco Martínez, yo sé quién sos vos. Además estás igual. Igual… Es increíble como estás de igual…
—¿Igual a quién?
—Igual a vos pero a los doce años.

¿Doce años?, pensó Fran. ¿Esta mujer me conoce de los doce años?
—¿Todavía no me reconociste? ¿Puede ser que solamente yo te pensé todo este tiempo?

Doce años… ¿Sería Fran?
—¿Fran?

—¿Tan distinta estoy?
—¿Sos Fran?
—Sí, Fran. Soy Fran. Margaux es mi nombre, claro, nunca te lo dije.
Recién ahí Fran empezó a unir ese rostro que encontraba en Roma, en su temeraria oficina de Perforaciones de Brewster, con esa chica que se desnudó para él en la ventana de la casa de los Ferrari. Esa chica que le dio la mano en la iglesia, que lo desveló tantos años…
—Pero, Fran… ¿qué hacés acá?
—Fran… Qué gracioso que me llames por ese nombre. Decime Margaux porque parece que hablás con vos mismo.
—¿Margaux es tu nombre? Qué lindo nombre, ¿por qué no me lo dijiste nunca?
—Cosas de chicos, no me gustaba, en el colegio me decían la francesita como burla, y de más grande quedó Fran. Jamás te iba a decir que me llamaba Margaux por los delirios de grandeza de una madre borracha.
—Pero, este… Margaux —se rieron—, me va a costar acostumbrarme… Margaux, ¿no me digas que trabajás en Brewster?
Margaux sintió una ternura suave, sintió como que volvía a sus doce años y encontraba detrás del vidrio la mirada inocente del chico que la espiaba.
—Sí —dijo—, podemos decir que trabajo acá.
—¿Hace mucho? Yo llegué hace poco y me acaban de dar la dirección de Perforaciones…
—Así que te dieron la oficina de Perforaciones…
—Sí, antes trabajaba en Brewster Buenos Aires y ahora ya quedé en las oficinas centrales de las empresas petroleras de Cortés en Roma.
—¿Las empresas de Cortés? ¿Entonces ya sabés que la empresa es de Cortés?
—Sí. ¿Vos lo conocés a Eduardo?
— ¿A Eduardo Cortés?
—Sí, Margaux, Cortés, el dueño.
— ¿El dueño? ¿El dueño de qué?
—El dueño de todo, Margaux. ¿No me dijiste que trabajabas acá? Eduardo Cortés…
—Yo soy Cortés. Margaux Cortés. No puedo creer que en algún momento pudiste creer que todo esto era del incapaz de mi hermano. 

*

En el boliche de la ruta, Samuel les dejaba beber a los chicos caña quemada. Le divertía ver cómo se emborrachaban y hacían bromas con los empedernidos clientes casi habitantes documentados del bar.
—Dale, Eduardo, hagamos un trabajo como el de tu hermana. ¡Se está llenando de plata!
—Sí, la hija de puta se muda el mes que viene. Va a alquilar un departamento cerca de la plaza. Es una hija de puta.
—¡Hagamos algo como ella!
—¿Pero qué?
—No sé, algo.
—Yo ya tengo un trabajo, Tin. Margaux me va a pagar para que me ocupe de mamá y de la casa.
Tin bajó la mirada al mostrador. Acababa de ver cómo se hundían sus sueños por deslumbrar a Margaux trabajando exitosamente como ella.
—¿Pero querés trabajar conmigo, Tin? Te pago.
—¿Qué tengo que hacer?
—No sé, cuando Margaux se mude te digo.
—Bueno…, bueno, dale. Yo puedo cortar el pasto, o arreglar…
—El trabajo del jardín ya lo arregló Margaux con otro. Lo que harías vos tendría más que ver con limpiar el cuarto de mamá, o arreglar cosas en la casa…
—¿Con quién arregló Margaux el trabajo de jardín?
—Ah, con un tipo… un chico con el que se acostaba…
Tin sintió que le clavaban una espada al rojo vivo en el pecho.
—¿Margaux se acostaba con un tipo?
—Sí, yo los espié varias veces en casa. Es un chico que iba a la otra escuela, ya terminó el colegio y hace trabajos en la cosecha. Siempre venía a casa con el olor dulzón de la trilla.
—Pero, ¿se acostaba con ella a dormir o vos decís…?
—¿A dormir? ¡A coger, Tin! Margaux coge con este chico todos los fines de semana. Es más grande que nosotros. Y es buen tipo.
—¿Buen tipo? ¡Se coje a tu hermana, pelotudo!
—Si supieras los pelotudos que se cogieron a mi hermana…

Tin sintió que todo su cuerpo se vació y le picaban las plantas de los pies y las palmas de las manos. Sus ojos enseguida se llenaron de lágrimas y Eduardo lo vio.
—No me digas que te gusta mi hermana… Tin, olvidate de mi hermana, sacátela de la cabeza. Hace tiempo que está encantada con este tipo.
—¿Cómo se llama el tipo?
—Miguel Robles. Y creeme que es un buen tipo. Laburador, divertido, y la trata bien a Margaux. A veces parece que la quiere en serio, le trajo flores una vuelta.
—Voy a ver si está la bicicleta —dijo Tin y salió del boliche, dio la vuelta a la casita y, detrás de un arbusto grande, rompió en un doloroso llanto que no pudo detener ni cuando lo encontró Eduardo que salió para ver si no se había ido.
—No llores más, Tin. Margaux no es ninguna santa. Se acostaba con el almacenero a cambio de la comida que traía a casa.
Tin lo miró con la cara desencajada.
—Y vos ¿qué mierda hiciste para llevar comida a tu casa, pelotudo?
A Eduardo también se le empaparon los ojos, y su sonrisa desapareció de su cara.
—Nada. Yo… yo era muy chico, Tin. Margaux siempre se ocupó de las cosas de casa.

Y los dos se quedaron sentados en el piso detrás del arbusto en silencio, como tratando de ver si había alguna manera posible de volver el tiempo atrás. 

*

Vero llegó a Brewster y se metió en su oficina. No podía aflojar la tensión de su espalda. Sabía que en algún momento la iban a agarrar y que algo iba a pasar. Si Fran ya había conseguido estabilizarse estaría salvada. Si en cambio Fran no llegaba a afianzarse en su puesto, le esperaría la peor de las suertes. Lo que le llamaba la atención es que no se reprochara estar arriesgando su modo de vida, de subsistencia, por Fran. Deseaba con todas sus fuerzas, con todas sus ganas, que eso que le estaba pasando fuese amor. Su miedo consistía en que, si eso era amor, ella no lo terminase destruyéndo. No otra vez. 

(Continuará…)

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