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Carta a mi abuelo

Me despierto todas las mañanas pensando en vos y aún no comprendo por qué te fuiste… Para mí, significaste mucho más que aquello para lo que la vida te había destinado. Lelo: tu adiós me dejó un gran vacío en el alma.

No sabés lo que son los domingos sin vos… Ya no es lo mismo brindar “Por los presentes y los ausentes” como nos habías acostumbrado. Tu lugar de la mesa, en la punta; tu cuchillo sin usar y tu vaso de vino todavía lleno, nos invaden de tristeza.

Sé perfectamente que llevabas una carga muy pesada durante muchos años, que esa maldita enfermedad ya no te estaba dejando vivir tranquilo. Ya estabas abatido, mi viejo, cansado de luchar… Pero siempre demostrabas tu fuerza y te parabas ante nosotros como todo un guerrero que la pelea hasta el final.

Recuerdo la última mañana que compartimos juntos, vos, la Lela, yo… el desayuno con las medias lunas de “la 88” y el café con leche que me preparaste. Te escuché una vez más contarme tus historias… ¡Si las habré escuchado! Me las sé de memoria… Me hablaste de cuando ponías música en los bailes y de cuándo y cómo la conociste a la rubia, el amor de tu vida. Que placer oírte hablar de tu pasado y ver que todo lo que te propusiste lo lograste… Fuiste para mi, mi amigo del alma. Siempre me nutriste con tus consejos, me apoyaste con tus palabras, te enorgulleciste de mis logros y me alentaste hasta el final aún cuando nadie confiaba en mi.

Al mirar los ojos verdes de la Lela, me doy cuenta que tu amor siempre quedará entre nosotros; porque seguimos tus pasos, Lelo, porque la familia que formaste cuenta con tu legado eterno. Y aunque no te veamos, aunque no podamos llenar tu lugar vacío y aunque otro alce la copa para brindar en tu nombre, jamás te olvidaré y te llevaré siempre guardado en mi corazón. Gracias por habernos demostrado que luchar es vivir y que vivir vale la pena.

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