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Carta de amor

 

¿Hasta qué punto se puede cambiar lo que uno es? ¿Los deseos, las elecciones y las ideas firmes? Nuestra esencia es, pese a los años, la misma. Fuimos niños cuando nos enamoramos juntos, creciendo juntos y descubriendo lo difícil que es ser adultos. Nadie nos dijo cómo teníamos que hacer las cosas en un mundo hostil, complicado, rico y variado. Nadie nos dijo lo difícil que sería. Y fuimos creciendo a prueba y error.

Me diste el primer beso bajo la luz de la luna, ebrios de amor y de locura. Ebrios de emoción. Nunca pensamos que estaba mal. Nunca. Nos fuimos dando cuenta que a los sentimientos no los guía la razón, no los guía la lógica.

Fuimos creciendo y el deseo de estar juntos nunca se desvaneció. Ahora cada vez que huelo lluvia me acuerdo de lo que me decías, me acuerdo que mientras que todos corrían vos me agarrabas de la mano y me animabas a mojarme. Algunos idiotas nos dijeron que estábamos enfermos por el hecho de querernos. Mi padre me dijo que quería que le diera nietos con una mujer buena como madre. Y que con vos esa posibilidad no existía y por eso simplemente te odiaba. Nunca me preguntó qué era lo que yo deseaba. Nunca quise hijos, yo simplemente quería ese amor que me dabas, ese amor puro y sincero que los demás no podían ver. O no querían.

 

Me acuerdo del día que me dijiste que te habías ganado aquella beca para estudiar en Francia. Que me ibas a escribir mails siempre y que, sobre todo, me amabas. No me dejaste irte a despedir al aeropuerto.

– Van a estar todos mis familiares, no quiero que piensen que soy…

-Que sos vos. No sé qué es tan raro

-Por favor.

Te hice caso. Y en lo más oscuro de mi pieza, en silencio te lloré.

Ahora que lo pienso a vos te costó muchísimo enfrentarte a tu familia. Decirles que sí, que me amabas, que amar a otro hombre no está mal, que no somos gente enferma, sino gente que se quiere. No era difícil. Para vos si lo fue. Y por eso preferiste, en vez de ser quien eras, irte lejos para tratar de ser “normal”.

Me fui a vivir al centro. Mis padres me dejaron de hablar. «Yo no tengo ningún hijo» me dijo mi madre sin ni siquiera pestañear. Quizá fue mejor. Tus mails dejaron de llegar. Me borraste de tu Facebook y yo no entendía nada. Supuse que había sido víctima de aquel «ghosting», o «cobardía», el hecho de no querer dar la cara y decirme que ya no querías estar conmigo. Esa fue la segunda vez que te lloré, y la tercera, y última, fue cuando, buscando alguna respuesta me contacté con tu hermana. «Hizo su vida, y su familia» me dijo, y me mandó un video tuyo en un departamento con vista a la torre Eiffel. Aparecías con una chica y un nene de unos 2 años. Me rompiste el corazón.

¿Aparentaste ser algo que no eras para que tu familia no te hiciera a un lado como a mí? ¿Para pertenecer a un «selecto» grupo de personas que tienen hijos y familia, y los que no son así son monstruos, unos parias? ¿Por qué negaste tu identidad? ¿Acaso salías en la noche a bares oscuros para buscar un revolcón con algún hombre gay, para no sentir que estabas mal? ¿Lo hiciste?

Y hoy cierro los ojos y sé que siempre te voy a amar. Estuve con otros hombres, otras pieles, me equivoqué, seguí viviendo. Nadie nos enseñó que la vida te golpea donde más te duele. Me ofrecieron un trabajo en Buenos Aires y me fui de mi querida, y tan prejuiciosa, Mendoza. De asistente a bordo en Aerolíneas. Sabés que siempre me gustó viajar, y con los kilómetros siempre tenía tu imagen. Y después de unos años en las nubes me pusieron en un vuelo a Francia, a París. Tenía un día de escalas allá y aproveché para ir a la dirección de tu primer (y única carta) antes de los mails, que también dejaron de llegar. Y vi por la ventana del primer piso a una mujer igual a la del video, con el pelo recogido y mirando a la ventana. Y cuando me decidí a que era suficiente, me di vuelta y te vi de frente.

Estabas raro, muy cambiado, con 10 años más, pelo más corto y un sobretodo. Me viste de frente y me dijiste en un español muy afrancesado «vamos a otro lugar». Me llevaste a un bar ahí cercano y me increpaste de todas las formas posibles. Yo solo te quería ver, quería que me dijeras a la cara que pasaba. Cerré los ojos y solo te dije una cosa:

– ¿La amás?

– Eso creo- me dijiste.

Yo nunca dudé de nada en lo nuestro, pero eso me bastó. Me sonreí levemente, te di una caricia suave y desapercibida y me levanté. Esa fue la última vez que te vi, y ya pasaron varios años más.

Las historias de amor no siempre tienen finales felices, pero aprendí que cada uno es como es y no te puedo obligar a salir de tu lugar de confort. De ese lugar donde te intentás convencer de que nunca amaste a alguien de tu mismo sexo. De que nunca me amaste a mí. Quizá fuese mejor así. Quizá nunca leas esta carta, quizá ella nunca sepa que yo existí. Pero quiero que sepas que siempre te voy a amar. Ya no te voy a esperar, yo soy una persona valiosa y tengo
amor propio. Pero te amo. Más allá de todo, te amo. Te amo.