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Cartas marcadas | Fin

Florencia no pudo disimular sus nervios al tener a Fernando tan cerca de ella, por lo que respondió con voz muy tímida “Sí, me encantó”

Fernando muy apacible y hasta de manera descarada, le contó sobre cómo llegó a escribir ese cuento que expuso ese día y le propuso enviárselo por email, cuando ella quisiera. Ella aceptó sin pensarlo, le pasó su dirección de correo y mantuvieron una charla casi diplomática por no más de media hora, ya que Florencia se dio cuenta que el tiempo había pasado y debía regresar a su rutina que en ese momento estaba odiando muy profundamente. No podía creer que el tan enigmático hombre de las cartas estaba frente a ella y tenía que despedirse. Fernando no olvidó preguntar el nombre de la chica que lo estaba escuchando, anotando todos los datos que ella le había dado, en su celular.

Se saludaron con un beso en la mejilla, y ella fue directo a su auto subiéndose de un salto, pero quedándose unos instantes inmóvil frente al volante porque quería recordar cada detalle de ese encuentro para no olvidarlo jamás. Manejó despacio mientras escuchaba “Soledad y el Mar”, al mismo momento en que pensaba en él y se derretía un poco más. Fernando estaba causando en Florencia los mismos efectos que en Amanda.

Esa noche se acostó confundida, con mil pensamientos y deseos extraños, o que al menos no sentía hacia muchísimo tiempo. De repente un mensaje llegó a su celular, que logró despertarla. Revisó su teléfono y vio el aviso de que tenía un email nuevo en su bandeja de entrada. Era Fernando cumpliendo con su promesa. Abrió en segundos ese correo y encontró el cuento pero como introducción, habían solo tres oraciones “Florencia, como prometí acá está el cuento que escuchaste. Espero volver a verte y conocerte con algo más de tiempo. Un beso grande, Fernando”

La mente de Florencia se llenó de preguntas y dudas. ¿Qué paso con Amanda? ¿Fernando era quizás un hombre que disfrutaba de enamorar mujeres vulnerables a sus ojos, y nada más? ¿Estaría interesado en ella? ¿O solo lo hizo por puro sentimiento ególatra de mostrar su maravilloso don de escritor? Dudó en qué responder o si realmente era necesario hacerlo. Finalmente lo dejó para el día siguiente, apagó su teléfono y decidió a volver a sus sueños.

Después de desayunar, prendió la radio y se dispuso a responder aquel correo. Leyó nuevamente el texto, y decidió escribir: “Muchas gracias por acordarte, leí tu cuento y me gusto aún más. Con respecto a vernos nuevamente, me encantaría. Sería muy interesante poder tener un poco más de tiempo que la última vez. Un beso, Florencia”.

Pasó una semana durante la cual se enviaron muchos mensajes intercambiando música.  Hablaron de arte y de historias de amores pasados. Se escribían más de dos veces al día, pero cerca del fin de semana él se animó a pedirle el número de teléfono para así, poder comunicarse de una manera un poco más simple. Ella se lo dio y casi al instante, él la llamó. Le propuso un encuentro, pero en un lugar donde serían solo ellos dos. Ella no entendió del todo, pero aceptó y le preguntó cuál sería ese lugar. La invitó a que conociera su lugar de trabajo, su estudio. Acordaron día y hora. Ella ya estaba sintiendo una ansiedad casi incontrolable.

Después de tres días de espera, el momento llegó y Florencia eligió vestirse con su pantalón de la suerte. Un jean lleno de flores pintadas y que amaba profundamente. Manejó nerviosa, cantando sus canciones preferidas para relajarse un poco, hasta que notó que empezó a caer una leve lluvia. Bajó el vidrio y no le importó mojarse un poco, disfrutaba la lluvia desde pequeña. La hacía sentir libre y en paz. Algo que necesitaba con desesperación en ese momento.

Llegó a la dirección que Fernando le dio, bajó del auto y comenzó a caminar hasta la puerta del lugar. Tocó timbre, pero él ya estaba esperándola. Lo vio, lo saludó con un beso y aprovechó para abrazarlo un poquito también. Una vez más, ella quedó perdida en sus ojos como ese día en el museo.

Se contaron sus vidas, sus pasiones, sus sueños, se burlaron el uno del otro y se miraron muchas veces de esa manera en que parece que el tiempo se borra y no existiera. Florencia no se animó a preguntar por Amanda, no quería parecer una entrometida, pero moría por conocer su versión de la historia, aunque no pensaba jamás contarle sobre las cartas que leyó. Le daba mucha vergüenza, así es que decidió no decir nada.

Tomaban un  vino que Fernando había llevado y entre muchas copas y canciones hermosas que sonaban de fondo, él se levantó de su silla, la agarro de la mano, y la beso como si ya lo hubiera hecho antes. Ella quedó inmóvil, estaba entregada con el alma. Fue un beso dulce y lleno de pasión, la tomó de sus brazos y la llevó contra la pared para acariciarla con sus manos, tocando su pelo, sus labios, su cintura y sus piernas. Dieron un par de pasos torpes, y ciegos, donde el desenfreno de dos cuerpos que se deseaban al menos por esa noche, terminaron en un sillón con un gran ventanal lleno de flores y allí se fundieron por unas largas horas.

Se contaron muchas cosas, aunque a él particularmente le gustaba hablar mucho más que a ella. Florencia estaba sólo para mirarlo y escucharlo. Aún no entendía como había llegado a esa situación que nunca antes había elegido sentir. Se dieron cuenta de la hora y Florencia se vistió en menos de 5 minutos, para irse de aquel lugar donde fue una adolecente llena de besos ajenos. Se despidieron, se abrazaron pero sin antes decirse al oído que volverían a verse pronto.

Florencia manejó con una sonrisa casi imborrable en su cara, esperando que a la mañana siguiente volvieran a escribirse. Pero no fue así. Pasó una semana en que los dos decidieron alejarse, nadie sabe por qué. Cada amante elije su propia aventura. Pero Fernando, un martes por la tarde le envía un mensaje y así mantuvieron una conversación cómplice y llena de suspiros. Aunque no fue más que eso.

Pasaron meses sin verse, sin tocarse, sin sentirse al menos por una última vez. Quizás Florencia encontró el amor en otro lado, o Fernando eligió la soledad. Lo que si fue real, y bastante cruel, es que Florencia se había convertido en una Amanda sin saberlo. Lo extrañó y pensó por mucho tiempo, pero al menos ella decidió no verlo nunca más. Eligió sentir y recordar, en lugar de depender y esperar. Su perspectiva sobre el amor y las relaciones humanas, cambió. Su nuevo despertar sexual después de tantos años y el haberse sentido mujer con tanto placer, le dejaron un sabor nostálgico y dulce.

Ojalá llegue el día en que se puedan besar y amar sin prejuicios. En que se encuentren una noche de verano, detrás de la puerta de aquel lugar que esa noche fue secreto para los dos,  sean libres por unas horas, y recordarse para siempre.

Amantes cobardes y un montón de caricias perdidas, por no entender que la vida vale la pena sólo con un instante de auténtica pasión.


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