“Y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo”.
Alejandra Pizarnik
Mi noche negra no sería así de oscura sin tu luz de luna que la contraste.
Cada vez que me sé huérfana del descanso, tus sombras velan mi insomnio.
Vivo en letargo tu compañía.
Respiro el veneno vomitivo de tu olor, que me consuela y abraza.
Cada vez sonrío más.
Termino extasiada del elixir de tu rutina.
La gente me rodea, me obliga a contagiar oscuridad.
Disfruto de las siluetas amorfas de las sustancias.
Te veo en las luces blancas del árbol de navidad
e imagino con ellas,un abrazo en mi cuello;
un abrazo que cuelga tirante,
que perdura encendido hasta que se apaga mi propia luz.
Miro mis manos pálidas, mis dedos son largos.
Me toco y descubro que mi vientre está podrido.
De él sale el hedor de la eterna paz.
¿Será por eso que quienes lo prueban, sienten los mismos deseos de morir que yo llevo por dentro?
¿Será para ellos, estar en mí, morir por un momento?
Te escucho en la voz de los que se dicen felices.
Ellos también llorarán.
Te siento en las manos de las caricias que me cubren.
A ellos también les quemará la piel.
Me veo mecida por el viento en un columpio, agradeciendo la paz de saber
que no tendré que cargar más con este cuerpo que tose, se cansa y le da hambre.
Ya no hay vino que calme estos deseos de morir.
Ni besos que me convenzan de quedarme.
Me abrazas tan suave, ¿Cómo negarte las horas que me quedan?
¿Cómo no desearte?, si es en tu frío, que mi calor se goza.
Entrás por mis bostezos y fluís en mi sangre.
Entrás por mis ojos y los volvés espectros blancos de animal en trance.
Me llamas despacito.
Acá nadie grita.
Solo yo puedo escucharte.
Vives en el segundero del reloj.
Oh, luciérnaga fría, despedida de enamorados, unción de los enfermos.
Víveme para que muera el lobo gris que me habita y este cuerpo con él.
Que nadie me siga, quiero ir sola.
Ser parte de los descarnados, el mandato que me toca.