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Con las botas puestas

Cuanto más cercana a la verdad, mejor será la mentira, y la misma verdad, cuando puede utilizarse, es la mejor mentira.

Isaac Asimov

Mis padres trabajaban todo el día, y cómo yo era muy chico mi abuela Cruz se hacia cargo de mí, nos quedábamos solos en la casa. El Paraíso. Ella se ponía a tejer y se quedaba dormida sentada. Entonces la casa se convertía en la selva, y yo en un soldado perdido que sorteaba los juncos en el pantano de la casa. Una lucha a muerte. Me tenían acorralado en el páramo de la siesta y el aburrimiento. Todos mis hombres habían desaparecido. Mi escape era difícil. Debía ser rápido, sigiloso e invisible, “Charly” (los guerrilleros del Viet Cong) estaban acechándome en la jungla del comedor. Entonces me lancé hacia adelante, los pijamas de franela y el piso encerado ayudaron a que me desplazara de rodillas raudamente a través de la espesura..

El movimiento era perfecto y la velocidad precisa, pero algo pasó inesperadamente, el Chiquito, el gato blanco y negro del hogar, se cruzó en mi camino. El choque fue inevitable y la dirección varió y fui a dar bajo el Wincofon, arrancándole las cuatro patas. El tocadiscos combinado cayó estrepitosamente al piso. No tenía signos vitales. Quedó desbaratado, pesando 21 gramos menos, alma de madera. El centro del universo se corrió un nanómetro.

Había destruido el centro de entretenimiento de la familia: un Wincofón tocadiscos combinado. De símil caoba, con ribetes dorados sobre el protector de hilo plateado de los parlantes. Un diseño neoclásico e hipnótico. Era hermoso, aun más sugestivo por la prohibición que pesaba sobre mis espaldas de no tocarlo, ni siquiera acercarme. Mi papá lo usaba para escuchar a los Trovadores de Cuyo, mi hermano hacía vibrar las paredes con Made in Japan de Deep Purple, In the Court of the King Crimson y La grasa de las capitales y mi mamá Sandro y Nino Bravo. Se pasaba horas escuchando sus discos o la radio Nacional con el fútbol de los domingos. Yo les había quitado todo. Me la iban a dar, y ahora que lo pienso, con justicia.

Miabuela se despertó con el estrépito y vino a ver que pasaba. Inmediatamente se dio cuenta de la gravedad rotunda del hecho. Fue un accidente, pero mi prontuariode desmanes, incendiar cosas y demás tropelías me condenaban a serias represalias. Todo tomó aspecto de crisis cuando se escuchó a mi papa y a mi mamá que llegaban a casa. Mi abuela con toda su humanidad de un metro sesenta y setenta kilos se plantó frente a la puerta y les dijo a mis padres un irrebatible Fui yo, estaba pasando el lampazo y le pegué sin querer… Mis progenitores incrédulos me miraron a mi yal laxo Wincofón. Fui yo repitió en un tono que no dejaba lugar a dudas, e insistió en su culpabilidad frente a quién le preguntara, incluso años despuéssu fantasma aún lo sigue negando.

La Abuela Cruz me salvó, murió con las botas puestas; mi hermano se está enterando ahora, mi papá y mi mamá seguro que ya lo saben. La causa prescribió hace mucho tiempo.

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