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Corazón que sangra tinta

Iba a salir. Me vestí, peiné y maquillé. Ese día noté que me faltaba algo. Fuí al cajón de la mesa de luz a buscar mi corazón que había dejado guardado ahí hacía ya algún tiempo. Llevaba una vida normal si él se quedaba en casa. Se había vuelto más sensible así que decidí que por un tiempo no saldríamos juntos. En el trabajo las cosas estaban bien, los estudios nunca mejor, hasta estaba administrando mejor mi dinero; pero claro solo estaba usando la cabeza.

Acerqué mi mano a la manija del cajón con miedo de lo que podía llegar a encontrar. Me detuve un segundo a pensar: ¿Estará seco? ¿Se habrá podrido? ¿Estará mas flaco? ¿Para qué estoy haciendo esto? si estoy bien así.

Tiré un poco para abrir y una ráfaga de viento salió de ahí dentro, tan fuerte que cerró la puerta de la habitación. Volaron algunos papeles y mi pelo cubrió mi rostro. El cajón terminó de abrirse al punto de casi caerse y ahí estaba mi corazón. Igual que cuando lo guardé; comenzó a latir desesperado. Un perfume inundó el espacio, mi mente supo identificar que lo conocíamos pero no recordábamos de donde.

Lo tomé con mi mano derecha, cada vez latía mas fuerte y sus bombeos me aturdían. Mi ser lo reclamaba. Me senté en una silla antigua de madera que tengo junto a la mesa de luz, y me dispuse a devolverme el corazón. Comencé a llorar. Súbitamente miles de recuerdos se vinieron a mi cabeza y ese perfume que sentía era el de su pecho cuando lo abrazaba. Mi mano comenzó a temblar. Me asusté. Quise agarrar el teléfono y no podía sostenerlo, se caía. Me levanté de la silla y mis rodillas se doblaron. Intenté gritar y las palabras no salieron. ¿Qué pasaba conmigo? ¿Qué le pasó a mi corazón en todo este tiempo que había estado encerrado? Lloraba desconsolada y no entendía por qué lo hacía. Sentí ganas de escribir, miré a mi alrededor encontré una lapicera y mi mano la sostuvo fuerte y firme. Se movía sola dibujando trazos en el aire así que busqué un papel y apoyé mi mano. Mi corazón tenía algo que decir y su sangre fluyó en letras:

«Quisiera pedirle al viento que acerque hasta tu oído estas súplicas de no olvidarme. Que se lleve en su viaje este llanto de fuego, que quema mis mejillas cuando lloro tu recuerdo. Este amor que supimos desgastar y que increíblemente me deja ver brasas humeando en un paisaje húmedo y nevado. Estos ojos perdidos de tanto buscarte donde sé que no estás y esta cobardía de no asumir que te amé y te amo.

¡Ay amor!, si los hay. ¡Ay tristezas!, como duran. No existe rostro que me regale tanta paz como el tuyo en nuestras fotos. No hay palabras más dulces, por elaboradas que sean que me llenen tanto el corazón como tu simple: «Hola, quería saber de vos». Presiento que no habrá amor que quiera más que el tuyo, ni brazos donde quiera dormir, ni besos donde quiera morir.

No voy a mentirle al olvido diciendo que ya no te recuerdo, ni al tiempo jurándole que su don de curar heridas es cierto. No voy a mentirle a la vida, no quiero otro corazón dispuesto. Dudo poder dar de mí, todo lo que te dejaste. El aire se vuelve denso y opaco, ya no defino las formas por mi visión borrosa de lo empapado de mis ojos. Busco esa falsa sensación de amor, triste y temporal. Caigo nuevamente el las atrocidades del infierno, de otros cuerpos vacíos y otras mentiras con tal de no pensarte y mintiéndome a mi misma por creer que quién aparezca me llevará de su mano hacia una nueva luz, que despreciaré por no ser la tuya.

Quisiera pedirle al sol que vuelva cenizas en su primer asomar, esta presión que mi pecho sufre cada vez que sé algo de ti. Que dejemos de extrañar las ausencias cercanas para vivir en el abrazo que funde a dos almas que se aman. Dios sabe cuánto necesito perder la noción del tiempo cuidando tu descanso después de amarme como nadie lo hizo jamás.

Quisiera pedirle a la luna, que baje un ratito para subirme a su regazo y estar un poco más cerca de ser lo último que mires antes del sueño. Y pedirle a este río que baja en forma de lágrimas, se lleve este nudo en la garganta que no me deja siquiera nombrarte.

Dueño de la sonrisa más cautivante que conocí, de las manos más experimentadas, de los miedos más absurdos y la valentía mas dulce. De mi corazón y mi llanto; de mis letras y mis ganas… No puedo cerrar tu puerta. No quiero cerrar tu puerta.

No te vayas de mí, recuerdo suyo.»

Cuando hubo terminado, mi mano cayó rendida. Como pude sequé mis lágrimas y la transpiración de mi frente. Noté como los papeles, mis mejillas y mis manos estaban manchados de tinta. La lapicera reventó y todo quedó marcado, como si mi corazón hubiera sangrado a través de la pluma actual.

Era evidente que algo ahí seguía vivo. ¿Su recuerdo o mis sentimientos?

«Cada vez iré sintiendo menos y recordando más» Julio Cortázar.