/Cuando el sentir acabó con la verborragia

Cuando el sentir acabó con la verborragia

Vivir significa descubrir. Descubrir implica experimentar. Experimentar acarrea el riesgo y el riesgo atrae el miedo. El resultado de la ecuación nos da que si de verdad queremos vivir, vamos a tener miedo. Pero también existe el factor fuerza. La fuerza que nos da la valentía de ser quiénes somos y decidir por nosotros mismos lo que está bien o lo que está mal. Vivir es la matemática más inexacta de todas. No hay reglas, no hay parámetros ni enteros que nos ayuden a resolver del todo lo que tenemos adelante. Caminaremos con esa marcha de primerizos, tanteando si el terreno está firme del todo para poder dar el siguiente paso.

Ya era tarde esa noche en la calle. Arroparme era totalmente inútil ante el frio que la ciudad sufría. Me encontraba en la parada del colectivo, esperando que el transporte me llevase a casa. Mi reproductor de música acababa de averiarse, por lo que debía lidiar con los ruidos de la ciudad. Las sirenas a lo lejos, las frenadas y aceleradas de los autos por las calles, la gente que pasaba hablando. Toda una sinfonía que a veces intento no escuchar cuando escapo al misterio de la música.

Era tarde. La gente estaba emprendiendo el camino a casa y las paradas se atestaban de pasajeros en espera. Allí aparecieron ellos dos. Una pareja de la mano charlando bajito. Se pararon delante de mí y mientras me daban la espalda no pude evitar escuchar el monologo que él le dedicaba a ella:

“Quien diga que nunca ha tenido miedo, entonces debó acusarlo de mentiroso.

Quien me explique con palabras lo que solo se siente con el corazón, entonces tendré que acusarlo de hereje.

Porque todos somos humanos y porque todos hemos sentido cosas que no sabemos explicar del todo.

Tantas veces me expuse del todo ante gente que no sabía ni quién era, que me toco pagarlo con sangre. Tantas veces desnude al corazón que casi lo mato de neumonía. Pero así seguí, intentando encontrar ese calor que (muy adentro mío) sabía que existía.

¿Sabes lo que vale la pena luchar cuando no vale la pena morir? Cuando todo esta tan gris a tú alrededor, hay solo dos opciones: entregarse a la amargura del ser y sentirse cómodo en la tristeza (como me pasó tanto tiempo) o encontrar lo blanco en ese gris y pelear por sentir.

Sentir…vivir. Deberían ser sinónimos.

A veces solos no podemos, lo sé. Se lo que es estar confesándose ante una pared. Se lo que es estar gritando en silencio y sé lo que es querer sostener una mano que el viento inventa, pero que el mismo borra. Pero tranquila. Nadie está solo para siempre. Todo cambia cuando en el camino aparece ese alguien que no te suelta. Ese alguien que escucha tu respiración y la descifra como si se tratase de un método científico. Ese alguien que por más que tenga los ojos cerrados te ve igual. Cuando aparece aquel que transforma el día en algo eterno.

Por eso si me pedís ahora que deje de derribar los muros, tendré que decirte que no. Quiero estar en contra de todos aquellos que anteponen el sentido común a los sentimientos y jugármela. Porque así lo quiero, porque así lo siento. Porque tantas pocas veces sentí, porque tantas pocas veces viví. Porque sé que del otro lado tu corazón grita por sentir. Porque sé que del otro lado necesitas que la mano no la cree el viento. Porque el miedo podrá invadir tu mente, pero tu corazón es tan puro que vencerá toda confusión.

Estas ahora dando esos pequeños pasos hacia la nada. Pero a tu par va alguien que te sostiene de la mano. Alguien que no te va a dejar sola. Alguien que te eligió. Alguien al que elegiste.”

Cerraron las palabras con un beso. Ella sonreía, él le devolvía el gesto.

Mientras apretaba las manos en mis bolsillos para cobijarme, cerré los ojos y suspiré fuerte. Mi colectivo no se hizo esperar y en un santiamén me encontraba sentado entre luces tenues que invitan al silencio.

Desde la ventanilla vi como aquellas dos figuras se desvanecían.

No es la primera vez que mi mente inventa esas escenas para acomodar las palabras que mi ser suelta exaltado. No es la primera vez que me veo a mi mismo en la situación que desearía estar. No es la primera vez y sé que no será la última.

Mientras el colectivo avanzaba tomé el teléfono de mi bolsillo y marqué su número. Yo tenía todo el monologo armado, la situación repasada, estudiada y aprendida. Del otro lado el tono se hizo esperar muy poco y atendió. Su voz dijo hola.

Su voz.

La anarquía de palabras que en mi mente retorna.

Su voz, inspiradora de mil artes.

El monologo que se cae como muro de ladrillos mal construido.

Su voz, el canto de mil ángeles.

Mi teoría a flor de piel, pero mis palabras secas.

Su voz, la música que quiero escuchar por el resto de mis días. Esa voz, esa persona. Ella, solamente ella en su totalidad, en cuerpo y alma.

Mi voz del otro lado solo soltó un resumen del estudiado monologo:

-Hola mi vida…te quiero tanto.-

Sin vernos sabíamos que los dos sonreíamos. Ella por mí, yo por ella.

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