/Cuando éramos ángeles

Cuando éramos ángeles

Vos y yo no deberíamos habernos conocido. Pero la atracción que nos golpeo fue más fuerte: los dos estábamos seguros de que no veríamos el final de todo. Vos sin preocupaciones, libre y desdeñada como pocas. Yo anarquista de letras, esquivando miradas en la calles de una ciudad, que siempre nos pareció el cementerio perfecto. Sin vos y sin voz.

La noche, con la luna como nuevo sol, nos encontró. Bailábamos la danza de los perdedores sobre el cemento aún caliente de aquel verano.

Recuerdo que no mediamos palabra, me tomaste la mano y te echaste a correr. ¿Sabés?, creo que nunca te lo dije…me gustaría habértelo dicho; esa vez sentí primera vez, la amabilidad en un alma ajena. Esa vez use la empatía para bien. Esa vez decidí, por primera vez, llenar cuadernos con notas que vinieran del corazón. Si, sólo con un apretón de manos.

Te seguí corriendo detrás, con una sonrisa estúpida en mi cara y el fulgor de tu mano apretando la mía. La luz de los faroles iluminaban tus maltrechas zapatillas, tus jean sajados y tu remera avejentada. Fue cuando un foco apunto directo a mi cara y me encandiló, solo vi esa pureza en el blanco que se ve cuando uno se ciega por la luz…y te sentí. Sentí el viento de tus alas acariciar mi rostro. Sentí el viento de mis alas impulsarme. Entonces nos elevamos.

Ya no estábamos a la vista de nadie cuando desperté. Era de día y me encontraba acostado en el piso, sobre el pavimento aún caliente. Te encontré recostada sobre mi brazo. Dormías, incluso estoy seguro que soñabas. Y al verte me hacías soñar.

Despertaste y me saludaste. Y sentí que al escucharte, por fin conocía la voz de un ángel. Te levantaste, me besaste y corriste. En medio de la ciudad que despertaba, te vi marcharte. La luz del sol dio en mi cara, y como por arte de algún quimerista maldito, volví a quedarme ciego…pero en el esplendor del alba te vi. Volabas con tus grandes alas en la espalda. Entendí que el cielo reclamaba lo suyo. Entendí que éramos ángeles y no estaba seguro si podíamos serlo otra vez.

Te fuiste y me dejaste escuchando el sonido que hace la esperanza cuando se quiebra. Me dejaste ciego, con el reflejo de tus alas flotando en la inmensidad del cielo.

Ya han pasado casi 10 años y hay veces que en las noches, cuando el pavimento aún está caliente, que miro los faroles de las calles, esperando ver de refilón, tus alas desplegadas en el cielo. Tal vez así sentiría una vez más, lo que era ser un ángel.

ETIQUETAS: